El procésno ha muerto. Esa es la lapidaria sentencia que repite, una y otra vez tras las elecciones catalanas, Alberto Núñez Feijóo. Por lo visto, cuando todo el mundo –políticos, analistas, prensa e historiadores–, da por hecho que la vía unilateral a la independencia está agotada después de los malos resultados de los partidos soberanistas, el líder gallego opta por ir de original, de transgresor, de pensador a contracorriente del país. Este mismo periódico, nada más conocerse el escrutinio del 12M, salió con el titular en exclusiva de que el procés ha muerto. ¿Qué pretende entonces este señor? Ni los suyos en Génova entienden las nuevas tácticas posmodernas y trumpistas del jefe.
No hay más que recurrir a los hechos cronológicos para entender que el proceso puesto en marcha por el taimado Artur Mas, continuando por Torra el incompetente y llevado al precipicio por Carles Puigdemont, el temperamental y atolondrado Puigdemont, forma ya parte de la historia. El bloque secesionista ha cosechado los peores resultados desde 1980 (por primera vez los constitucionalistas les dan el sorpasso), el movimiento está más dividido y débil que nunca y hasta Tardà, el Papá Pitufo de Esquerra, está pidiendo a gritos que Aragonès y Junqueras hagan president al socialista Illa y se dejen ya de tonterías. “Construir camino con el PSC”, ese es el nuevo mensaje o consigna del veterano ideólogo republicano, quizá la opción más cuerda y sensata, ya que lo contrario, ir a una repetición electoral, supondría un descalabro sobre descalabro para el republicanismo nacionalista a beneficio de Puigdemont. Nadie en Esquerra quiere eso, lo cual demuestra que por fin dan por asumido que, a día de hoy, la independencia es una quimera (no cuentan con masa social suficiente ni con posibilidades de poner de rodillas al Estado español).
Eso por el lado de la izquierda soberanista. Pero es que, por la otra parte, por la derecha posconvergente pujolista, tenemos a un Puigdemont, el Josef K. de esta historia, atrapado en un laberinto judicial y político kafkiano del que tiene difícil salida. Como el glorioso personaje de El proceso, el novelón de Kafka, el exhonorable ha llegado a un punto de pesadilla y confusión en el que ya solo le queda la angustia existencial, vital. Un mundo asfixiante y oprimente donde el individuo se encuentra solo y perdido ante poderes hostiles y ocultos, sin alcanzar a comprender cómo ha llegado a esa enmarañada situación ni cómo escapar de ella. En ese punto está el prófugo de Llarena. La salida más honrosa para él sería tomar otra vez las de Villadiego, o sea el tren de las 3.10, no a Yuma, sino a Waterloo, y quedarse allí hasta el día que le llegue la amnistía para el perdón de sus pecados políticos. Ya hay quien dice que en esas está el dirigente de Junts, un político totalmente amortizado, puesto que la parroquia ya no le compra el dichoso procés.
Todo esto está tan claro y diáfano como un soleado amanecer tras un día de lluvia, pero Feijóo sigue con sus experimentos con gaseosa, con sus trucos ayusistas, con su matraca de que el procés no ha muerto porque “el sanchismo lo necesita vivo para subsistir en la Moncloa”. ¿Pero vivo de qué? ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Mande? Estamos sin duda ante otro kafkiano en ciernes que empieza a meterse peligrosamente en el laberinto del sistema. En política siempre rige el principio de la navaja de Ockham, que viene a decir que, en igualdad de condiciones, la explicación más simple suele ser la más probable. Y en este caso el sentido común nos dice que el procés está definitivamente extinto, liquidado, caput.
Ya vamos por el segundo curso de Feijóo y sabemos que este hombre, de trabajar poco, pero de retórica hueca anda sobrado. Su forma de hacer política consiste precisamente en eso, en enredarse él y en enredar a los españoles en extraños debates trumpizados, en florilegios vacíos, en flatus vocis. Esto de que el procés no está muerto porque el sanchismo lo necesita vivo para subsistir en la Moncloa nos huele demasiado a chamusquina, a aquello que dijo Ayuso de que ETA no ha muerto. Recuérdese que, cuando Zapatero acabó con la banda, el PP decidió quedarse al margen de la histórica foto. Ni siquiera participaron en las negociaciones de paz (una infamia que pasará a los anales de ese partido), y dieron la matraca con que Zetapé era un etarra traidor a la patria. El presidente ha traicionado la memoria de las víctimas, eso decían. Se limitaron a poner palos en las ruedas para que la negociación descarrilara sencillamente porque con ETA ellos ganaban más votos, quizá no en Euskadi, pero sí en España. Ahora que el procés fenece, la misma historia. Acusan a Sánchez de separatista y traidor por conceder la amnistía y los indultos cuando ha sido precisamente con esas dos armas con las que se ha derrotado al separatismo catalán en las urnas. Feijóo sabe todo esto, pero no puede reconocerlo porque asumirlo sería tanto como confesar la inmoral posición política que suele adoptar la derecha española en cada momento trascendente para este país. A ETA la derrotó la generosidad del Estado de derecho que el PP no tuvo; al independentismo lo doblega el perdón y la amnistía, un lienzo para la historia en el que los populares tampoco estarán.
Las piruetas dialécticas de Feijóo no tienen ningún sentido, entre otras cosas porque hasta su propio candidato en Cataluña, Alejandro Fernández, ha reconocido que la aventura unilateral indepe se acabó. Y JoanCoscubiela, con su habitual retranca, añade que, aunque el procés ha terminado como fenómeno social y político, todavía queda algún “procesista” como Puigdemot y Feijóo. “Ambos se necesitan. Por eso no ha acabado”, ironiza.
Cuanta más ETA, más PP; cuanto más indepe catalán echado al monte, más PP (la derechona es una fábrica de producir separatistas, tal como puede comprobarse cada vez que gobiernan ellos). Óscar Puente, el que pone los puntos sobre las íes, se lo ha dicho con todas las letras al líder conservador: “El que necesita vivo el procés eres tú y se te acabó el duro”. Más claro agua.