Cada vez somos más los que nos llamamos de izquierda y empezamos a estar cansados de la misma matraca. Es como el maldito día de la marmota, un bucle infinito: el anticlericalismo sociológico de los partidos de izquierda hegemónica se nos antoja ya insoportable, además de innecesario.
Puede comprenderse el fenómeno del anticlericalismo en tiempos en los que la Iglesia poseía un poderoso ascendente sobre la población, su día a día, costumbres y educación. Es lógico, pues, que los movimientos emancipadores pusieran a la institución de San Pedro y a sus representantes terrenales en el punto de mira, en tanto que ejercían como instrumentos de alienación de las analfabetas clases trabajadoras. Lo que no tiene ni pies ni cabeza es que, en pleno siglo XXI –en la era de la información y comunicación, donde el conocimiento se adquiere instantánea y gratuitamente a golpe de click- los partidos herederos del marxismo decimonónico (¡ay! si Marx levantara la cabeza) insisten en su obstinado empeño de ofender torpemente a la población católica, destruyendo puentes y posibilidad de entendimiento entre “vanguardias intelectuales” y pueblo llano.
En este contexto se enmarca la estupidez de retirar la cruz de Aguilar de la Frontera (Córdoba) donde gobierna Izquierda Unida. Por mucho que hayan intentado justificar su tropelía apelando a la Memoria Histórica o a que se trata de un “símbolo del franquismo”, las protestas no se han hecho esperar. Esta resistencia popular (a la que pronto se apuntó VOX para sacar rédito) demuestra que España sigue viéndose a sí misma como católica, por influjo o por naturaleza, y que tirar a la basura un símbolo cristiano -expresión de la religiosidad popular mayoritaria- jode, y mucho.
Nuestra “izquierda” se convierte, de esta manera, en una especie de azote iconoclasta que nos recuerda a las manías destructivas de aquellos que arrasan monumentos históricos por representar un pasado pagano y, ya de paso, rajan unos cuantos pescuezos de “infieles”. Con esta actitud irracional, la izquierda pavimenta el camino del ascenso de la derecha populista, para perjuicio de la propia izquierda.
Y esto sí que es una cruz.