Supongo que esto que les voy a contar está pasando en muchos lugares. Estoy segura de que la militancia socialista, eso que ahora están llamando “las bases” (dando por hecho que no todos son iguales en el que fue mi partido y, aunque no milite pagando cuota a día de hoy, sigo considerando como tal), está dando golpes en la mesa ante los “otros golpes de mando” que se vienen dando por “las no bases”, esto es, los que se proclaman “máximas autoridades del partido”.
Note el lector que a las bases que se rebelan les atribuyo su condición de “socialistas”, cosa que no hago (y con toda la intención) a los que no se consideran ni consideramos bases. O sea, a la Gestora (más bien “ingestora”), que bien poco tiene de socialista. Y no lo es porque un socialista principalmente jamás consideraría posible la distinción de clases dentro de su partido (cúpula y bases); porque jamás daría el apoyo a la derecha neofranquista que ha destrozado los derechos y libertades del pueblo; porque nunca haría el juego sucio y rastrero que está protagonizando de manera descarada y sin tapujos ante los ojos -no ya de la militancia pagacuotas- sino de toda España para gloria y satisfacción de la derecha y la pseudoizquierda de Podemos; porque no consentiría dejar a los más desprotegidos ante el Sistema depredador. No, los que se empeñan en mostrarse como caras visibles del PSOE no son socialistas, ni creo que a estas alturas sepan ya lo que es eso después de tanto tiempo pisando alfombras y posando sus nalgas sobre asientos de terciopelo. Si algún día tuvieron algún tipo de conciencia de clase obrera -cosa que dudo sinceramente porque, además, muchos de ellos son dirigentes de segunda y tercera generación sanguínea-, se han olvidado totalmente de lo que eso significa. Por olvidar ya no saben lo que implica la democracia interna, la igualdad de oportunidades de compañeras y compañeros de la organización, ni la fraternidad y por supuesto que nada de nada de solidaridad.
Al PSOE lo están degollando un montón de pandillas que, durante unos cuantos años han sabido posicionarse fundamentalmente a base del innoble arte de trepar utilizando para ello las estrategias imaginables y las que a uno no se le pueden pasar por la cabeza si es que tiene un mínimo de escrúpulos. Aplaudir lo que sea si viene de quien tiene “poder”, destrozar a quien sea si resulta molesto para quien tiene “poder” (o para uno mismo en caso de ostentarlo o ansiarlo): amañar procesos,maquillar resultados, llenarse la boca de discursos incomprensibles que camuflan palabras vacías sin compromiso. A eso se han dedicado. Y después, a dar lecciones por las agrupaciones como si tuvieran la verdad absoluta mientras una militancia pagacuotas veía y callaba sin ser conscientes de que, en el fondo y a la larga, su silencio cómplice terminaría por hacer sentir a los “poderosos” que el partido era un bien de su propiedad.
El malestar en las agrupaciones solía traer consigo guerras fratricidas que, en la mayoría de los casos, terminaban por ocasionar el abandono de los denominados “críticos”, haciendo que “los criticados” se agarrasen aún más fuerte a sus sillones, sillas o sillitas como si de tablas de salvación se tratase en medio de un enorme océano.
La defenestración a vista de todo el mundo del que fuera Secretario General (Pedro Sánchez) resultó tan brutal que, todas aquéllas voces que venían mascullando o gritando en soledad, se unieran. No tanto por simpatía con Sánchez (que en algunos casos también), sino más bien por el hartazgo de que estas atrocidades se vinieran cometiendo de manera continua en las distintas agrupaciones del psoe en toda España. Y es que las barrabasadas han estado a la orden del día: los pucherazos, las cacicadas, las amenazas, insultos, trampas, bloqueos, humillaciones han venido siendo demasiado frecuentes en demasiadas casas del pueblo. Y por si esto fuera poco, las Comisiones de Garantías brillaban por su ausencia, por sus silencios, y en no pocos casos, cuando finalmente daban algún tipo de resolución, solían posicionarse casi siempre del lado de “los poderosos”.
Aún recuerdo cuando, tras recorrer decenas de casas del pueblo de toda la geografía española, allá por el año 2013, fui tomando nota de todo lo que me contaban en ellas. Guillermo Fernández Vara me invitó aquél año a participar en el Día de la Rosa en Extremadura junto al, por entonces, Secretario General, Alfredo Pérez Rubalcaba, al expresidente Ibarra y a otros compañeros del partido (entre ellos, Soraya Vega, que por aquél entonces era la líder de las Juventudes socialistas de extremadura y hoy ocupa una silla en la Gestora). No fue una situación cómoda para mi, pues en aquéllos días comenzaba a ser crítica de manera abierta con la dirección del PSOE. Los medios de comunicación llenaban titulares con mis declaraciones y, a pesar de sentirme arropada por compañeros y compañeras del partido, ya estaba empezando a sentir los bocados del “aparato” con sus artimañas -pero esa es otra historia-. Aquélla mañana, en el desayuno, preparé una carta escrita por mi puño y letra para el Secretario General. En ella le contaba, punto por punto, las denuncias que me habían trasladado cientos de militantes de nuestro partido. Inocente yo, le pedía a Rubalcaba que, por favor, hiciera algo, que abriera bien los ojos y los oídos y que se preocupase por solucionar las atrocidades que se estaban cometiendo. A estas alturas de la partida ya sabrá el lector por qué le digo lo de “inocente yo”…
Nadie quiso hacer nada. Ni aquél Secretario General ni quien vino después. Más bien al contrario, se continuó por la misma senda y se mantuvo la deriva de autodestrucción. Por eso, cuando sucedió lo que todos sabemos en el Comité Federal del 1 de octubre, no fuimos pocos los que, de algún modo, no estábamos sorprendidos. Era algo que se veía venir: el partido socialista llevaba demasiado tiempo sembrando vientos huracanados. Ahora tocan las tempestades.
Y precisamente por todo esto resulta que no me extraña lo que sucedió ayer en la casa del pueblo vallisoletana: Soraya Rodriguez, diputada en el Congreso por Valladolid, se marchó del encuentro de militantes socialistas entre abucheos y gritos de “traidora”. No era la primera vez que le sucedía pues, hace un par de meses, en noviembre, tuvo lugar un episodio más o menos parecido cuando acudió para explicar la postura de la abstención. Ya en aquélla unas doscientas personas le dijeron sin tapujos no estar de acuerdo con su actuación (Rodriguez votó a favor de la abstención a pesar de que en su agrupación se habían pronunciado de manera prácticamente unánime por mantener el NO prometido en la campaña electoral); ayer fueron algunos menos, pero no por ello perdieron fuerza.
Aquí puede ver usted lo que pasó. No es que me alegre ver este video, porque sin duda pone de manifiesto un conflicto que está desangrando hasta la última gota al que considero mi partido. Pero, sinceramente, debo decir que me alegra ver la dignidad de la militancia brotar, por fin, sin miedo. Alzar la voz ante los “aparatos”, llenar sus ojos de lágrimas como hiciera Justina Sandoval, la más veterana socialista de Valladolid cuando tras el incidente del mes de noviembre fue entrevistada en la radio y sollozando dijo que todo lo que estaba pasando le dolía porque la decisión de “su PSOE (por la abstención en la investidura) no había sido por España ni por los españoles sino por sus sillones. Ella (por Soraya Rodriguez) lleva treinta años chupando de la teta del partido. Han destrozado el partido”.
Por la dignidad de Justina,por la de tantos socialistas que no nos resignamos, me parecía obligado escribir estas líneas: en agradecimiento a quienes no se callan, a quienes lo hacen público, a quienes esperamos que, de una vez, el PSOE vuelva a ser un partido al servicio de los más desfavorecidos, donde las “sedes” recuperen su lugar de casas del pueblo, donde se predique con el ejemplo en cada una de las agrupaciones. Y, desde luego, donde se mantengan vivos los valores socialistas.
Porque, como bien dijera nuestro compañero, somos socialistas: no para amar en silencio nuestras ideas ni para recrearnos con su grandeza y con el espíritu de justicia que las anima, sino para llevarlas a todas partes.