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Soy su silencio: Un thriller a tres voces

Alejandro Jiménez Cid
Alejandro Jiménez Cid
Músico y ensayista
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análisis

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El año pasado Dargaud publicó el nuevo cómic del brillante autor catalán Jordi Lafebre, Je suis leur silence: un polar à Barcelone. Ahora sale a este lado de los Pirineos de mano de Norma Editorial, no sin antes haber cosechado críticas entusiastas en los medios francófonos y haberse alzado en el pasado festival de Angulema con el premio especial Canal BD que concede el gremio de libreros. Y, si bien los franceses están mostrando últimamente un criterio muy dudoso al visitar las urnas, nunca he dudado de ellos a la hora de valorar tebeos, así que cuando finalmente este tomo llegó a mis manos las expectativas eran muy altas. Tras leerlo puedo afirmar que las cumple y las supera.

La obra que lanzó a Lafebre al estrellato de la bande dessinée fue Carta blanca (Malgré tout, 2020), una historia de amores imposibles narrada como un ejercicio de virtuosismo formal (la acción transcurre hacia atrás en el tiempo), pero que para mi gusto estaba lastrada por ese «síndrome de Amélie» del que adolecen tantos relatos románticos contemporáneos, ese pantano de lugares comunes donde el realismo mágico corre constantemente el peligro de cruzar el umbral de la cursilería. Con buen juicio, en Soy su silencio Lafebre cambia radicalmente de registro. Como una declaración de intenciones para que al potencial lector no le quede ninguna duda sobre el género, su subtítulo de la edición francesa lo define como un polar, esto es, una intriga policíaca en toda regla.

Soy su silencio es un thriller redondo, animado por un ritmo narrativo vigoroso y desenfadado que no tiene necesidad de recurrir a los efectismos de Carta blanca. La maestría de Lafebre como dibujante está fuera de toda duda. Sus personajes, en cuyo trazo se mezcla la tradición francobelga con una cierta estética neodisney, resultan tan expresivos como dinámicos. El cómic entero es movimiento, una atrevida y equilibrada danza de línea y color. Sin embargo, no es su trama ni su impecable factura técnica lo que hace de Soy su silencio una obra memorable, sino su personaje principal: Ana Rojas, una joven psicóloga con una personalidad arrolladora y un pasado lleno de secretos que conquista al lector desde la primera viñeta y lo mantiene encandilado hasta la última.

Si a los que llevamos décadas devorando viñetas nos hablan de un cómic protagonizado por una intrépida rubia de pelo corto que se mueve por Barcelona como pez en el agua, diremos inmediatamente: «¡Coño, pero si es Taxi de Alfonso Font!». Imagino que la Ana Rojas de Lafebre tiene algo de homenaje consciente a Taxi, la temeraria reportera de Control Press que poblaba las páginas del CIMOC allá por los ochenta, pero la protagonista de Soy su silencio es mucho más que eso. A diferencia de la aventurera de Font, Ana Rojas está como un cencerro: es una mente tan brillante como inestable, que coquetea con el peligro no tanto por valiente como por inconsciente; es golfa y promiscua, obsesiva, insomníaca… y, para colmo, oye voces.

Las voces que resuenan en la cabeza de nuestra protagonista son las de algunas de las mujeres, ya fallecidas, que pueblan su propio árbol genealógico: su abuela ama de casa, su tía gitana víctima de violencia de género, su tía-abuela miliciana que cayó fusil en mano en las trincheras de la Guerra Civil. Las tres murieron, pero ahora viven dentro de ella, convirtiendo su mente en una vibrante polifonía de voces femeninas, mártires en un mundo patriarcal: de ahí el título, Soy su silencio. Ana Rojas vive su psicosis como un homenaje necesario a la muerte de tres mujeres fuertes cuya memoria ha hecho de ella la mujer que es ahora.

Si bien el cómic europeo tiene una larga tradición de heroínas, las más famosas del listado no dejan de ser mujeres objetualizadas, concebidas como iconos eróticos para solaz de la mirada masculina: por muchos tintes progresistas que tuvieran los guiones, la Barbarella de Forest, la Valentina de Crepax o la Druuna de Serpieri no dejan de ser pin-ups glorificadas. La bande dessinée que rompió moldes en este sentido, cuyos reivindicativos álbumes estaban protagonizados por mujeres fuertes pero no innecesariamente erotizadas, fue Franka de Henk Kuijpers, que siguiendo los cánones estilísticos de la línea clara francobelga construía historias donde todos los protagonistas principales, heroínas y villanas, eran mujeres. Soy su silencio se posiciona en esta línea: además de su protagonista, todas las figuras clave de la trama en este misterio de asesinatos son femeninas… todas excepto una: el muerto, patriarca alfa de una familia de empresarios catalanes que simbólicamente se identifica con Zeus, el padre de los dioses en la mitología griega. «¿Tú quién crees que querría matar a Zeus?», dice la protagonista en la tercera página. No os revelaré la respuesta, porque eso sería el más criminal de los spoilers, pero en sentido figurado sí os puedo decir que quien ha matado de una puñalada trapera a la figura de Zeus como dios padre, castigador, seductor y manipulador, es el feminismo. Y se lo tenía merecido.

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