Andrés Iniesta ha hecho público hoy que se retira definitivamente de los terrenos de juego. El de Fuentealbilla siempre será recordado con la camiseta del FC Barcelona o de la Selección Española, pero sus últimos años estuvo en Japón, en el Visel Kobe, y en el Emirates Club.
Para entender lo que ha significado Iniesta, no hay más que citar un párrafo de su comparecencia de hoy: «Me gustaría hacer tres menciones. Hacer llegar a toda la gente mi gratitud por hacerme llegar su cariño, aplausos, amor…, los futbolistas pasan, las personas quedan. La segunda es…, hay otra persona que no le gusta que hable de ella, que es mi madre. Hoy que dejo de jugar me gustaría agradecerte la madre que has sido y que es. Quería hacerlo en este momento y compartirlo. Todo el sacrifico y esfuerzo y por mi hermana te lo agradeceré siempre. Y para Ana, mi mujer, sinceramente no tengo palabras para describir lo que siento por ti. Pero, sobre todo, quiero decirte que me siento un privilegiado de compartir esta vida contigo. Sobre todo por la persona que eres, te respeto y admiro. Hemos formado esta hermosa familia. Te agradezco que me aguantes y soy el hombre más feliz y no encontraría mujer y madre mejor para todos nosotros».
Para entender esta frase hay que irse a los inicios, a aquel torneo de Brunete organizado por José Ramón de la Morena, donde un niño pequeño deslumbró a todo el mundo y, cuando le preguntaron sobre cuál sería su sueño dijo que «ser futbolista profesional para que mis padres puedan dejar de trabajar». Ese es el Iniesta que queda, porque siempre ha sido así.
Desde el fútbol, todo el mundo se queda con la imagen del gol en Sudáfrica, esa volea frente a Maarten Stekelenburg que hizo saltar a 40 millones de españoles del sofá, que rompió más de una cuerda vocal y que unió a un país entero. Sin embargo, en ese instante, en ese «gol de todos», en aquel «Iniesta de mi vida» que salió del alma de José Antonio Camacho, hay un momento que hizo que a muchos se nos saltaran las lágrimas: cuando se quitó la camiseta y en su prenda interior apareció escrito «Dani Jarque, siempre con nosotros».
El hecho de que en aquel momento de emoción máxima, en una final de un Mundial, Iniesta recordara a su amigo que había fallecido unos meses antes de muerte súbita, es la muestra de quién es realmente Andrés Iniesta. En mi recuerdo estará siempre otra buena persona, el exárbitro José Francisco Pérez Sánchez, quien en la narración en la Cadena SER se emocionó al ver ese gesto, esa camiseta con el recuerdo a Jarque.
Hay quienes recuerdan a Iniesta por ese gol, otros por el de Stanford Brigde contra el Chelsea. Yo me quedo, desde un punto de vista futbolístico, con una asistencia que dio a David Villa en el primer partido contra Rusia de la Eurocopa de 2008. Es la perfección, el modo de pasar la pelota por un mar de piernas para dejar solo al compañero.
Iniesta ha dejado miles de momentos, pero, sobre todo, quedará el respeto y el cariño que en todos los campos se ha ganado por ser la persona que ha demostrado ser. A pesar de los contratos, del dinero ganado, de la fama, Andrés nunca dejó de ser el niño de Fuentealbilla que daba patadas a un balón en la plaza del pueblo, el hijo que dio valor al sacrificio de su padre y de su madre, el niño que se hizo hombre a cientos de kilómetros de su casa para cumplir la promesa de que sus padres dejaran de trabajar, que terminaran con los sacrificios porque para eso estaba él.
Para terminar, otra frase que dijo Iniesta en la Cadena Cope cuando el equipo de Tiempo de Juego le entregó el Inolvidables, un premio creado como tributo a José Francisco. «Nunca hay que olvidar a las buenas personas».