Casado no es Cánovas del Castillo, sino un lobo con piel de cordero

23 de Octubre de 2020
Actualizado el 02 de julio de 2024
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Tras la fallida moción de censura de Vox, anda toda la prensa nacional alabando el discurso supuestamente antifascista de Pablo Casado, al que quieren convertir de la noche a la mañana en la viva reencarnación de un nuevo Cánovas del Castillo. El mismo Pablo Iglesias se ha rendido ante el encendido sermón del líder del PP, un alegato que ha calificado, algo exageradamente, de “brillante”, “canovista” y “digno de la derecha española más inteligente”. Bien es verdad que tras echarle flores a su rival de la bancada conservadora, acto seguido el dirigente de Unidas Podemos matizó con acierto que la beligerancia antifranquista del eterno aspirante a la Moncloa y licenciado máster por Harvard-Aravaca “llega demasiado tarde”. Por un momento parecía que las buenas maneras y el fair play iban a imperar de nuevo en el Parlamento español tras meses de crispación, navajeo a conciencia y reyertas cainitas. Pero no. Todo había sido un espejismo que duró apenas un minuto, justo el tiempo que Casado tardó en empuñar el micrófono después de que Meritxell Batet le concediera el uso de la palabra. Fue entonces cuando, una vez más y para desgracia de España, se vio que no, que para nada, que Casado no es el nuevo Cánovas del Castillo revivido, sino el mismo muchacho impetuoso, hooligan, ultra y airado de siempre.

Los elogios bienintencionados de Iglesias, que le honran no solo como político sino como persona educada, recibieron la consiguiente contestación de su interlocutor en su habitual tono insolente, guerracivilista y faltón: “Pensaba que iba a presentar su dimisión. Acusado por tres delitos, representa a un partido que está imputado por irregularidades (…) Usted comparte mucho más con Vox de lo que cree”. Y cerró el visceral ataque advirtiendo al vicepresidente del Gobierno que siempre “tendrá enfrente” al Partido Popular.

Para empezar, Cánovas del Castillo nunca hubiese reaccionado revolviéndose con el colmillo afilado y la vena hinchada ya que, tal como cuentan los cronistas de la época, el gran arquitecto de la Restauración del XIX acostumbraba a tirar más de humor y fina ironía que de brocha gorda y malos modales. A él se le atribuye aquella magnífica frase que quedó en los anales del parlamentarismo turnista de la época: “Son españoles los que no pueden ser otra cosa”. Algo de tal profundidad y amargo descreimiento jamás podría salir de la boca del dogmático Casado.

Sin duda, Iglesias se equivocó dándole un poco de jabón al jefe de los genoveses y tratando de propiciar un acercamiento entre Gobierno y oposición por el bien del país, pero en su descargo hay que decir que cualquiera en su lugar hubiese cometido la misma equivocación, ya que nos encontramos ante un ambiguo que engaña, un personaje que confunde y que siempre practica el doble juego. Casado es capaz de soltar un discurso en la mejor tradición conservadora republicana, de corte regeneracionista y lerrouxiano, y al minuto siguiente sacar a relucir su lado más carpetovetónico, falangista y fachón. El líder popular tan pronto habla de la modernización del país, de la integración española en Europa y de un conservadurismo centrista a la británica como pasa a desplegar su crítica más despiadada, furibunda y demoledora contra la ley de memoria antifranquista, contra el aborto, contra el feminismo y contra cualquier intento de acuerdo del Gobierno con “batasunos, filoetarras y separatistas catalanes”. Es decir, el mismo manual de neolengua de Vox.

Con Casado uno nunca sabe a qué atenerse porque es al mismo tiempo un demócrata y un nostálgico (hasta ayer nunca había hablado mal de la dictadura); un progre de la derechona y un añejo tradicionalista; un liberal y un monárquico casi dogmático y absolutista. De ahí que sea perfectamente comprensible el error cometido por Iglesias al aplaudir el canto místico a la democracia que ayer hizo el jefe de la oposición; de ahí que sea entendible que toda la prensa nacional e internacional (hasta el New York Times) haya caído otra vez en la trampa de la ambigüedad calculada casadista. Su hipotético revés a la extrema derecha de Santiago Abascal tiene más que ver con el instinto killer de supervivencia de todo político, con la necesidad de respirar que tiene todo acorralado por las circunstancias, con la urgencia de repescar los votos perdidos, que con la sincera personalidad de un demócrata de pedigrí que por convicciones profundas decide dar un puñetazo en la tribuna de oradores de las Cortes contra el neofascismo trumpista de Vox.

Cuando se trata de comparar a Casado con Cánovas del Castillo conviene no perder de vista que el canovismo creía en la alternancia del poder −cuatro años para ti, cuatro años para mí−, mientras que el casadismo quiere todo el poder para él solo y no acepta compartirlo con nadie, mucho menos con el Sagasta Sánchez, al que le niega la legitimidad, el agua y la sal. El canovismo se construyó como elemento moderador, mientras que el casadismo supone polarización y en muchas ocasiones extremo duro. El canovismo era en definitiva estabilidad, mientras que el casadismo es bloqueo de las instituciones, crispación, ruido y barahúnda. Es cierto que el discurso de ayer de Casado fue brillante (el nivel está tan bajo que cualquier parrafada deslumbra y nos parece Séneca), pero lo fue más en las formas que en el fondo, en la retórica que en el contenido. Si el mandatario popular ha decidido dar un paso al frente contra el nazismo franquista y sumarse al “No pasarán” hoy mismo ya hubiese disuelto los trifachitos de Madrid, Andalucía y Murcia por coherencia filosófico-moral y no lo ha hecho. Pero además fue Cánovas quien dijo aquello de que “el éxito no da ni quita la razón a las cosas”, mientras que el líder del PP busca el triunfo personal a cualquier precio, incluso a costa de negarle a los españoles el maná de las ayudas europeas. No, de ninguna manera. Casado no le llega ni a la suela de los talones a Cánovas del Castillo, como sugiere el orfeón de la caverna mediática. Porque Casado es un aznarista recrudecido, un lobo con piel de cordero que lleva dentro un ultra, un “trumpista” de nuevo cuño capaz de todo con el arma de la demagogia barata. Que no nos quieran vender a Casado el moderadito que se ha caído del caballo y ha visto la luz antifascista porque no cuela. Sigue siendo un duro y siempre lo será.

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