El caso de Bérgamo, foco de la epidemia en Italia, evidencia que no se puede dejar esta crisis en manos de la patronal

14 de Abril de 2020
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El pasado fin de semana, el vicepresidentesegundo y ministro de Derechos Sociales,Pablo Iglesias, escribía un tuitinquietante: “El presidente de la patronal dijo: Ya perdemos 100.000 millonesal mes... La secretaria del sindicato respondió: Hace 40 años que soysindicalista y no he pedido nunca el cierre de ninguna fábrica pero ahora estáen riesgo la vida de las personas...” Iglesias se estaba refiriendo no a España, sino a la dramática situaciónque hace unos días vivía la población italiana de Bérgamo, epicentro del coronavirus en la floreciente región de Lombardía. En efecto, el pasado 18 demarzo, más de setenta camiones militares del Ejército italiano tuvieron queentrar en la ciudad para hacerse cargo de los cadáveres de cientos decontagiados. Aquello fue un espanto solo comparable a los peores momentos de laSegunda Guerra Mundial.

Al día siguiente, los datos facilitadospor las autoridades resultaban sobrecogedores. Un incremento del 400 por cien enel número de muertos respecto al mismo mes del año anterior. ¿Qué habíaocurrido? ¿Qué no estaban haciendo bien los responsables políticos y sanitariosde Bérgamo para que las cifras de coronavirus dejaran tras de sí semejante estelade dolor y muerte? Según informó el diario CTXT, “la Lombardía es la regiónitaliana que más representa el modelo de mercantilización de la Sanidad y ha sido víctima de un sistemacorrupto a gran escala”. Es decir, privatizaciones a destajo de centrossanitarios y robo a manos llenas por parte de sus líderes y representantespúblicos. Algo que nos recuerda mucho a lo que ha ocurrido durante décadas encomunidades autónomas de nuestro país como Madrido Valencia.

Según CTXT, “el 23 de febrero los positivos en coronavirus en laprovincia de Bérgamo eran 2. En una semana, llegaban ya a 220; casi todos en Val Seriana. En Codogno, población lombarda donde el 21 de febrero se detectó elprimer caso oficial de coronavirus, bastaron 50 casos diagnosticados paracerrar la ciudad y declararla zona roja. ¿Por qué no se hizo lo mismo en ValSeriana? Porque en este valle del ríoSerio se concentra uno de los polos industriales más importantes de Italia yla patronal industrial presionó a todas las instituciones para evitar cerrarsus fábricas y perder dinero”.

No cabe duda: las presiones de lasélites financieras y empresariales son malas consejeras en situación deemergencia nacional por pandemia. El objetivo del gran capital siempre esrecuperar cuanto antes la actividad económica, la normalidad, la producción ylos beneficios. Fueron ellos, los directivos, altos ejecutivos y patronosquienes cavaron la tumba de los desdichados habitantes de esta hermosa zona deItalia. Hoy, mientras los ciudadanos de Bérgamo exigen responsabilidades a suslíderes locales por no haber actuado con prudencia y por no haber decretado elconfinamiento total con el cese de toda actividad productiva, los españolescontenemos la respiración después de que el Gobierno se la haya jugado a todo o nada ordenando la vuelta altrabajo de millones de personas. ¿Era necesario adelantar la reactivación desectores no esenciales como la construccióny la industria?¿No habría sido más razonable esperar otras dos semanas, tal comoaconsejaban algunos expertos y científicos? La respuesta la tendremos dentro deunos quince días, cuando la famosa curva de Fernando Simón, el médico epidemiólogo director del Centro de Coordinación de Alertas yEmergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, arroje los resultados dela medida. Hasta entonces, lo único que sabemos es que la orden de Pedro Sánchez, que parece haber asumidoel mando único de las operaciones, ha provocado acalorados enfrentamientosentre los ministros de Unidas Podemosy los del PSOE, aunque de puertaspara afuera el Gobierno de coalición niegue cualquier tipo de diferencia y tratede aparentar una imagen de unidad.

¿Qué podemos aprender entonces deldramático ejemplo de Bérgamo? Que en esta epidemia, como en cualquier otra,conviene pecar más por exceso que por defecto, es decir, siempre es mejorprorrogar el confinamiento de la población y la “hibernación” de la economíatodo lo que sea necesario con tal de que la curva no se dispare de nuevo. Antela disyuntiva de perder unas décimas de PIBo asumir 10.000 muertos más, la decisión no debe encerrar ninguna duda. El biende la vida de las personas y la salud pública prevalece ante el interés deldinero desde todo punto de vista ético, político y jurídico. No debería haberdebate en ese dilema pero, con sus presiones, la patronal CEOE, la banca y las derechas españolas han forzado a Sánchez atomar una decisión que no por haber sido consultada con científicos y expertosvirólogos deja de ser menos arriesgada.

A falta de una vacuna eficaz, elconfinamiento de la población y el cierre temporal de fábricas y oficinas, asícomo de estaciones de trenes, autobuses y Metro,se antoja la única forma de reducir los contagios masivos. Esa es la granlección que nos deja el infierno de Bérgamo. Crucemos los dedos para que deaquí a quince días el coronavirus no reaparezca con más fuerza que nunca.Porque hasta ahora el Gobierno no era culpable de nada, mucho menos de una delas mayores epidemias de la historia de la humanidad que ningún país supoanticipar. Pero desde el momento en que Sánchez ha decidido escuchar a lapatronal y ser condescendiente con ella, obviando las alertas de los sindicatosy sus ministros más prudentes de UnidasPodemos, el escenario cambia radicalmente y las responsabilidades puedenser exigidas tanto por acción como por omisión. Ayer lunes marcó una fecha enrojo en el calendario, un punto de inflexión en el curso de la pandemia ennuestro país. Los datos dictarán sentencia dentro de un par de semanas.

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