El discurso de Sánchez en Davos provoca la urticaria de los grandes poderes financieros
23
de Enero
de
2020
Actualizado
el
02
de julio
de
2024
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Las derechas y la caverna mediática le están dando duro a Pedro Sánchez por haber confesado en el Foro Económico Mundial de Davos, ante los dueños del mundo, que España es un país con más de 2 millones de niños en riesgo de pobreza. Sin embargo, esa es la auténtica realidad del país. ¿Qué tendría que haber dicho el presidente del Gobierno en su discurso, que los españoles viven mejor que los alemanes y que atan perros con longanizas? Para corregir los errores primero es necesario hacer autocrítica y ayer Sánchez tuvo la gallardía de tumbarse en el diván del foro económico mundial y someterse a una sesión de psicoanálisis autocrítico.El discurso del jefe del Ejecutivo español fue sincero sin caer en el catastrofismo, y al mismo tiempo optimista, ya que dio por hecho que con sus recetas socialdemócratas conseguirá sacar al país de la grave crisis en la que cayó durante los años de recortes y ajustes durísimos impuestos por el “marianismo” de Rajoy. En Davos, gran catedral del neoliberalismo global, el presidente socialista ha tratado de vender confianza, estabilidad y la propuesta política de un Gobierno de coalición de izquierdas con Unidas Podemos que aunque los poderes financieros creen pasada de moda y a contracorriente de los tiempos es más necesaria que nunca.El gabinete Sánchez está muy lejos de ser un comando de rojos bolcheviques con rabos y cuernos dispuesto a implantar una Venezuela a la española en la Península Ibérica. De hecho, su vicepresidente y gran símbolo de ese comunismo del que advierte cada día la catastrofista ultraderecha española es un hombre que ha pasado de querer cargarse el Régimen del 78 a vetar una iniciativa parlamentaria que pretendía forzar la comparecencia del rey Felipe VI en el Congreso de los Diputados para que explicara los supuestos negocios turbios de la venta de armas de España en Arabia Saudí, un caso que investiga la Fiscalía Anticorrupción. Hace apenas un año, el propio Pablo Iglesias veía “impresentable la imagen que ha dado la monarquía española en su relación con la saudí”. Hoy veta cualquier investigación sobre la Casa Real, lo cual demuestra dos cosas: en primer lugar qué lejos está ya Iglesias de aquel joven político revolucionario que enardeció a las masas del 15M en 2011 prometiéndoles “asaltar los cielos”; y en segundo término la cantidad de mentiras y bulos que puede llegar a propagar el trío apocalíptico de Colón (Casado/Abascal/Arrimadas) a costa de un Gobierno de coalición que puede ser cualquier cosa menos subversivo y comunista.Pero volvamos a Pedro Sánchez y a su discurso de ayer en Davos. Lo que el presidente ha sido capaz de decir ante los líderes mundiales tiene mucho valor y sentido: España necesita reducir su déficit público y mejorar su justicia fiscal mediante un aumento de los impuestos a las rentas más altas, redistribuyéndose así la riqueza del país. En ese programa social, la subida del salario mínimo interprofesional ya acordada y la mejora del poder adquisitivo de los funcionarios se antojan puntos de partida imprescindibles para que la clase trabajadora pueda disponer de más dinero para gastar, de forma que se reactive el consumo y mejore la productividad a corto plazo. Ahí hay un auténtico programa económico socialdemócrata que puede hacerse realidad, ya que España dispone de los recursos suficientes para llevarlo a cabo. Lo que Sánchez ha pretendido demostrar en el gran teatro del capitalismo salvaje de Davos es que otra política es posible, que el Estado de Bienestar puede ser una idea maltrecha pero no muerta y que las ideologías de extrema derecha imperantes en Occidente solo nos traerán más crisis financieras, más catástrofes medioambientales y más desigualdad entre los ciudadanos de cada país. Sánchez tiene un sueño, como diría Luther King, un país y un mundo mejor que luche contra la evasión fiscal, contra “las burbujas y excesos del pasado” y contra la corrupción. Un modelo más limpio y sostenible basado en el crecimiento, en la transformación digital, en la transición ecológica, en la igualdad de hombres y mujeres y en una mayor justicia social. “Políticas del bien común” que den respuesta a los problemas de la ciudadanía, que combata los disparates de la extrema derecha y el “nacionalismo regresivo”. Una democracia, en fin, fuerte frente a los delirios negacionistas y demagógicos del trumpismo internacional.Ayer Sánchez fue un Anticristo que habló en el Sanedrín del dinero. No se presentó en sociedad un bolchevique peligroso, sino alguien con coherencia e ideas sensatas. Lógicamente, tratar de hablar de igualdad económica, de socialdemocracia y de lucha contra el cambio climático en un lugar como Davos es tanto como querer dar una charla sobre darwinismo y teoría de la evolución en la Conferencia Episcopal. A más de uno se le debieron cruzar los cables, a otros les debió dar un parraque y pocos lo escucharon con atención (muchos ni siquiera entraron en la sala para presenciar su exposición y Donald Trump dijo que no perdería ni un solo minuto con un socialista radical como él). Sin embargo, eran las cosas que había que decir y Sánchez las ha dicho con valentía y dignidad. Por una vez hubo un caballero sin espada (como el personaje de la película aquella de FrankCapra) dispuesto a alzar la voz en el foro del dólar. Por una vez alguien habló por y para el pueblo en Davos. Ese lugar inquietante y tenebroso donde el hedor del dinero lo impregna todo.
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