La economía española se ha basado en las últimas décadas en la conocida “dieta mediterránea", cuyos ingredientes principales eran el “boom” urbanístico, la exportación y el turismo. Dicha fórmula creaba excelentes platos minimalistas, de apariencia altamente sugestiva y precio desorbitado pero vacíos de contenido culinario y con fecha de caducidad impresa.
Así, tras una etapa dulce impulsada por favorables vientos de cola, la crisis de la industria automotriz provocará un choque de las placas tectónicas del sector industrial que podrían hacer tambalear a los buques insignias de la industria española (Wolkswagen, Ford, PSA, Nissan, Renault y Mercedes) y que podría tener como efecto colateral la entrada en recesión de la economía española en el 2.025.
Así, según los datos de la última Encuesta de Población Activa (EPA), el empleo en el sector español del automóvil cerró el último trimestre de 2021 con un total de 547,2 empleados, lo que supone una disminución del 5% en comparación con las 576.400 personas a las que daba trabajo en el último cuarto de 2020.
El citado declive de la industria provocará un vertiginoso tránsito desde niveles de bienestar hasta la cruda realidad de la pérdida del trabajo y una posterior dependencia en exclusiva de los subsidios sociales, con lo que el retorno al medio rural se perfilará como una alternativa seria.
Según el CCS (Centro de Colaboraciones Solidarias), “no es posible seguir creciendo de forma indefinida, pues, seguir por esa senda tan solo producirá más miseria social y más destrucción ecológica y para ello hay que gestionar de forma sostenible nuestra riqueza natural”. Agricultura, ganadería y explotación forestal son sectores que llevan décadas en decadencia, ahogados por la competencia desleal que impone la economía global y, sin embargo, tienen un enorme potencial para crear eco-empleo.
Por otra parte, la persistencia de la crisis energética debido a la escalada de los precios del gas, la electricidad y los hidrocarburos habría escenificado el fracaso rotundo de las políticas energéticas de una Unión Europea incapaz de lograr la utópica autosuficiencia energética.
En este contexto, emerge la energía verde como alternativa energética, lo que implicará la conversión de la actual industria forestal hacia explotaciones que cultiven especies de mayor valor añadido o que produzcan de forma sostenible la biomasa necesaria para reducir la dependencia de los combustibles fósiles y de lo que sería paradigma la planta de biomasa de astillas de madera de Aoiz (Navarra) que estará plenamente operativa en el 2024.
Asimismo, dado que la producción de astillas de madera es más barata que la de pellets, no sería descartable la instalación de nuevas plantas de biomasa de astillas en zonas forestales de la España vaciada que utilizarán la madera de aprovechamientos forestales en población próximas para fomentar la economía circular, minimizar la huella de carbono y optimizar la cadena de valor, lo que se traducirá en la creación de puestos de trabajo fijos que posibilitarán el crecimiento demográfico de la España vaciada.
En consecuencia, la necesidad forzará al imaginario colectivo a adoptar una nueva forma de pensar y una actitud proactiva ante la irrupción del nuevo escenario de crisis mundial que tendrá como efectos benéficos el redescubrimiento de valores caídos en desuso como el esfuerzo, el decrecimiento, la economía circular, el respeto por el medio ambiente y la búsqueda de una nueva utopía.