Que la UEFA es una cueva de caciques y cuatreros que ni la de Alí Babá es algo que ya podemos dar por hecho. Pero esa no es razón suficiente para cargarse una institución deportiva que lleva décadas dirigiendo, con éxito, los destinos del fútbol. Imaginemos que un día se prueba por fin que el Congreso de los Diputados está lleno de comisionistas y gourmets de la mordida. ¿Sería eso motivo para cerrar el Parlamento, sagrado templo de la democracia, e inaugurar un nuevo régimen oligárquico o dictatorial como pretenden algunos? No parece. Lo que dicta la lógica es que las instituciones están por encima de quienes las representan y si un cargo público sale rana se le coge, se le depura, se le sienta ante un tribunal y se le empluma. Lo contrario, acabar con todo, sería darle la razón al antisistema Donald Trump, que durante su negro mandato sacó a Estados Unidos de organismos internacionales como la OMS o las cumbres climáticas con el pretexto conspiranoico de que sus dirigentes trabajan para unos vampiros comunistas que se ponen ciegos con la sangre de los niños de todo el planeta. ¿Absurdo no? Pues esa ruptura es la que le gusta a Florentino Pérez, el Trump del fútbol.
Quiere decirse que la corrupción no es argumento para liquidar una entidad gubernamental, ya sea nacional o supranacional. De ser así, no existiría el Estado democrático ni sus respectivos poderes y viviríamos en la más pura anarquía, que es donde parecen querer llegar los nuevos fascistas hábilmente disfrazados de ácratas o libertarios. Discursos como el de Trump, que reduce el Estado de bienestar a la mínima expresión so pretexto de un pretendido individualismo, no tienen como objetivo alcanzar un estadio nirvánico donde los ciudadanos viven en absoluta libertad y felicidad y donde cada cual hace lo que le place (que eso es otra utopía), sino imponer una dictadura una vez desmantelados o fagocitados los centros de poder democrático. El truco de cómo el nazismo destruye la democracia desde dentro es viejo y no descubrimos nada nuevo. Lo que hay que hacer, por tanto, es limpiar o higienizar las instituciones sacando las manzanas podridas del cesto y si la UEFA está carcomida de corrupción habrá que depurar responsabilidades para que el fútbol vuelva a ser un deporte limpio otra vez.
Viene todo esto a cuento de la última resolución del Parlamento Europeo, que ayer rechazó la Superliga de Florentino alegando que ese tipo de proyectos apuestan por “competiciones rupturistas” contrarias a los más elementales principios y valores deportivos porque socavan principios como la solidaridad y la justicia y “ponen en peligro la estabilidad del ecosistema deportivo en su conjunto”. O sea, que la resolución de la eurocámara pinta a Florentino como una voraz especie depredadora que esquilma el mundo del deporte.
Por refrescar la memoria del lector, el presidente del Real Madrid ha lanzado la idea de crear una gran liga europea herméticamente cerrada en la que siempre participarían los mismos, es decir, los clubes más poderosos financieramente, desplazando a los modestos y condenándolos a una perpetua segunda división. Con esta propuesta (elitista y discriminatoria) Florentino pretendía crear un club de privilegiados donde los grandes tiburones se repartían la tarta de los derechos televisivos y de paso los títulos, que solo pueden ganar unos cuantos millonarios. Es decir, el sistema oligopolístico que sustenta el modelo de liberalismo o capitalismo salvaje que padecemos hoy, donde unos pocos ricos triunfan y viven a cuerpo de rey mientras el pueblo mira, sufre y babea. De Florentino Pérez no podía salir nada que no fuese esa nefasta ideología ultraliberal, a fin de cuentas gobierna el Real Madrid como si fuese una constructora donde la cuenta de resultados se antepone siempre al sentimentalismo de los aficionados (si hubiese tenido en cuenta el factor emocional habría hecho todo lo posible porque Sergio Ramos, Casillas, Raúl, Zidane y otras tantas leyendas del club no habrían salido por la puerta de atrás rumbo al exilio furbolístico).
Obviamente, esa filosofía florentiniana (que solo puede venir de un opulento que se considera superior a los demás porque su cartera es más gruesa) rompe con los valores fundamentales del deporte, como el esfuerzo que a menudo obtiene su recompensa, la victoria en igualdad de condiciones sobre el terreno de juego, el respeto al otro, la no discriminación, el humanismo, la solidaridad y el fair play. Ahora es cuando sale el descreído o hater de las redes sociales y nos dice: no sea ingenuo, señor Antequera, hace tiempo que todos esos nobles principios que usted invoca ya no rigen en este fútbol convertido en negocio y espectáculo. Pues no es del todo cierto. Es verdad que el dinero ha terminado enterrando el aspecto romántico del fútbol, pero aun así todavía hay lugar para la gesta del pobre que entra en la leyenda, como cuando se produjo el famoso “alcorconazo” y un equipo modesto apeó al poderoso Real Madrid de la Copa del Rey. Quizá fue aquella derrota humillante la que terminó por enrabietar a Florentino, que al final decidió que siempre es mejor perder contra un poderoso que contra un equipo de regional preferente. Algo de miedo al ridículo, de cobardía deportiva y de pánico escénico ante la posibilidad de que el equipo menor le pinte a uno la cara hay también en la propuesta de Superliga.
Nadie que esté en sus cabales puede admirar lo que significa la UEFA, un organismo sobre el que recaen negras sombras de sospecha. Pero ese modelo ha dado resultado en lo deportivo y hoy por hoy la Copa de Europa (uno es un antiguo y prefiere seguir llamándola así) es la competición más seguida y trepidante del mundo. El fútbol es el deporte emblemático de las modernas democracias, una actividad popular muy alejada del modelo Club Bilderberg que pretende Florentino. Así se lo hicieron saber los miles de aficionados ingleses que se echaron a las calles para mostrar su repulsa contra la polémica e injusta Superliga. Un inglés es antes que nada un futbolista y sabe de qué va este deporte. De alguna forma, pese a los siniestros personajes que controlan la UEFA y la FIFA (más bien la filfa), hemos hecho realidad aquella gran frase de Paul Auster, para quien el fútbol es un milagro que le permitió a Europa odiarse sin destruirse. O sea, que el fútbol como conquista de todos, no solo de una élite de millonarios, ha vertebrado el viejo continente. Lo cual, tras siglos de guerras sangrientas, no es poco.