La patronal está sobreactuando en su pataleta a cuenta del pacto clandestino PSOE/Podemos/Bildu para derogar la reforma laboral de Mariano Rajoy. El presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, se ha rasgado las vestiduras en la COPE esta mañana, donde ha puesto el grito en el cielo y se ha hecho el ofendido porque el Gobierno no le tenía informado sobre sus planes para el futuro mercado laboral. Si bien es cierto que la jugada de Pedro Sánchez firmando con Bildu antes que con los agentes sociales ha terminado en fiasco y se ha vuelto contra él, la rabieta de los empresarios se antoja un tanto histriónica y excesiva. Vale que haya escocido entre la cúpula empresarial que el acuerdo se cocinara sin contar con ellos, pero de ahí a levantarse de la mesa de negociación, de ahí a romper la baraja, hay todo un abismo.
La CEOE pierde la razón (si es que alguna vez la había tenido) en su reacción desproporcionada, infantil, neurótica, contra el Ejecutivo de coalición. Alega Garamendi que Sánchez ha cometido un grave pecado al pactar con los batasunos herederos del tiro en la nuca, pero no se pone tan exquisito cuando escucha que PP y EH Bildu han firmado 127 veces juntos en el Parlamento Vasco y votan lo mismo en el 45 por ciento de los debates parlamentarios. En realidad, detrás de esta comedia de portazos y despechados no hay sino el miedo de los empresarios a perder sus privilegios y a quedarse sin su principal arma de extorsión y represión económica: una reforma laboral, la de 2012, política y éticamente inmoral. Con ese mazo de papel que Rajoy puso en manos de la patronal, los trabajadores quedaron a la intemperie, indefensos, en descubierto ante todo tipo de abusos e injusticias de las gentes del dinero. La clase obrera perdió sus derechos adquiridos tras 40 años de democracia y lucha en la calle, en la fábrica, en las instituciones del Estado. Fue un salto atrás en el tiempo de más de cien años, hasta situarnos en una especie de mundo laboral africano basado en un pseudoesclavismo donde millones de españoles trabajan por cuatro perras y una gallina de sol a sol. Ninguna sociedad moderna y avanzada puede soportar tal tensión provocada por la ruptura unilateral del contrato social.
“No son conscientes de lo que están hablando porque en muchos casos algunos no han visto una empresa en su vida”, afirma Garamendi con prepotencia y acusando al Gobierno de no poseer unas mínimas nociones de gestión empresarial. Otra insidia más, ya que en el gabinete de Sánchez hay ministros salidos de la Universidad con muchos más conocimientos sobre economía y empresa que los que él pueda tener gracias a sus cursos en Deusto. Cuestión aparte es que no coincida con las recetas a aplicar, pero eso no le da derecho a desacreditar ni a insultar a nadie.
Finalmente, el presidente de la CEOE ha lanzado una de esas amenazas típicas de cacique de otro siglo: si persiste la crisis, los expedientes de regulación temporal de empleo (ERTE) se convertirán en ERE “ante la incertidumbre generada en el mundo empresarial”. Es decir, que la patronal ya está pensando en una orgía de despidos para ahorrarse costes laborales pese a que el Gobierno está tratando de lograr que la destrucción de empleo a causa de la pandemia sea lo menos traumática posible.
Garamendi trata de ir de digno en esta historia de tramposos y pactos clandestinos pero él también tiene mucho que ocultar, tanto que la CEOE hace tiempo que está en manos de las grandes multinacionales del Íbex35, no de las pequeñas y medianas empresas que a fin de cuentas son las que generan economía real y empleo productivo y no simple especulación bursátil. Tampoco dice nada de las constantes consignas de la Banca ni de las presiones que su organización, a fuerza de telefonazos intempestivos, ejerce sobre Pedro Sánchez bien directamente o a través de la ministra de Asuntos Económicos, Nadia Calviño, el octavo pasajero del neoliberalismo infiltrado en el Gobierno de coalición. De hecho, Garamendi ha agradecido hoy mismo a la vicepresidenta −“una cabeza sensata en el Gobierno”−, que haya rechazado el pacto tripartito en el que estaba Bildu porque “no era el momento oportuno”.
“Desde el punto de vista del estado de alarma, no era en absoluto necesario firmar este acuerdo y desde el plano económico es una irresponsabilidad total, porque pone en peligro miles de empleos y la confianza en el país y en las empresas españolas”, puntualiza el jefe de la patronal. Quizá tenga razón en que, con el covid-19 coleando todavía y el vendaval económico planeando sobre el país, no era el momento más adecuado para abrir ese melón. Pero el error del Gobierno no le da ningún derecho a romper todo tipo de negociación y diálogo social imprescindible para el futuro de este país. Si es verdad que está tan preocupado por la “brutal” crisis económica que se avecina y porque después de la pandemia de virus va a llegar otra pandemia todavía más “gorda”, la del hambre, que se deje ya de chiquilladas y arrogancias de rico, que se remangue y que vuelva a la mesa negociación, haciendo valer su responsabilidad. Si no lo hace, ya sabemos con quién está el señor Garamendi: con los de las cacerolas que solo buscan destruir y enfrentar.