Pablo Casado parece haber cambiado, por enésima vez, deestrategia política. Lo hace forzado por las circunstancias, primero porque lasencuestas no son favorables y después porque nadie en Europa entendía que la oposición se haya dedicado a envenenar elambiente en lugar de hacer un ejercicio de patriotismo arrimando el hombro enla lucha contra la pandemia. Su último intento por derribar a Pedro Sánchez aliándose con losgobiernos más xenófobos del viejo continente en la infame operación para torpedearlas ayudas de Bruselas que legítimamentecorresponden a Españaha resultadosencillamente patético. El hombre se ha debido dar cuenta de que se estabapasando de duro y hooligan (hasta alala moderada de su partido, los de NúñezFeijóo, le pedían que moderara sus formas) y antes de quedarse solo, comoun ruidoso “Cayetano” con cacerola quevocifera y patalea a las puertas de Moncloa,ha decidido echar el freno y meditar la situación.
Comosiempre, el encargado de maquillar el despropósito de gestión del PP ha sido Javier Maroto. En una entrevista matutinacon Àngels Barceló, esta mismamañana, el portavoz popular en el Senadoha dejado caer que los populares podrían apoyar el decreto de nueva normalidaddel Gobierno con una serie de condiciones. “Anunciaremos nuestro voto tras escucharal ministro [Salvador Illa]. EnEspaña hay que tener un mejor sistema de AtenciónPrimaria. Tienen que hacerlo las comunidades y el Gobierno. Hacemospropuestas para que haya garantías para que España pueda producir materialsanitario suficiente y un sistema de vigilancia del virus”, ha argumentado.
Pareceevidente que la sesión de control de ayer miércoles supuso un pequeño punto deinflexión en las tempestuosas relaciones entre Gobierno y oposición, seriamentedeterioradas tras meses de crispación y batalla encarnizada durante lapandemia. Por un momento parecía que Casado y Pedro Sánchez, en su cara a cara,se hablaban entre líneas, haciéndose guiños como en el mus, aunque en unlenguaje encriptado para los españoles. Quedó en el hemiciclo un cierto aire detregua y las manidas frases de siempre como “tender la mano” o “llegar aacuerdos” sustituyeron, si quiera por un segundo, a los habituales insultos,improperios y maneras tabernarias. No obstante, Maroto ha insistido en que elPP prefiere esperar al discurso del ministro para anunciar si finalmente entranen algún tipo de colaboración con Moncloa para la reconstrucción del país: “Queremoscomprobar si los compromisos del Gobierno se manifiestan en su discurso.Sánchez y su gobierno son especialistas en decir una cosa a las nueve de lamañana y cambiar luego su discurso. ¿Hay vocación de acuerdo? Sí. ¿Tenemosexperiencia de gestión? Sí. ¿Podemos ser útiles a los españoles desde laoposición? Sí”.
Toca, portanto, tratar de maquillar la vergonzosa labor de oposición que ha hecho el PPa lo largo de las últimas semanas y que fue duramente criticada porprestigiosos periódicos extranjeros como The New York Times. Después de losexcesos, después de la furia, el sectarismo, la cerrazón y el no a todo, el PPde Casado pretende que los españoles se traguen que siempre ha estado al ladodel Gobierno en los peores días del coronavirus. Y no solo eso: Maroto tambiénha dicho que los populares apoyaron el estadode alarma; que la idea del ingresomínimo vital fue una idea del Partido Popular; y que la propuesta paracrear una mesa de reconstrucción del país partió de Génova 13. En realidad, fueexactamente al contrario de como lo cuenta Maroto, ya que a la hora de sacaradelante el estado de alarma (crucial para garantizar el confinamiento de lapoblación española ante la propagación del virus) Sánchez tuvo que buscar losvotos en Esquerra Republicana y el PNV porque el PP se los negaba comoquien niega el pan y la sal. Además, al ingreso mínimo vital lo llamaron“paguita” chavista; y el propio presidente del Gobierno, cuando hizo unllamamiento desesperado a todos los partidos políticos para reeditar unosnuevos Pactos de la Moncloa, norecibió como respuesta más que una metafórica peineta de Casado (recuérdesecuando el líder del PP acusó al jefe del Ejecutivo de haber lanzado una campañade propaganda con la intención de patrimonializar la recuperación económica de nuestropaís). Por mucho que Casado se empeñe ahora en aparecer ante los españoles comoel gran pactista negociador, como el estadista de talla que siempre apostó porel diálogo y el consenso por el bien de la patria, lo cierto es que todo elmundo vio lo que pasó: él se cerró en banda, se puso los guantes de látex y lamascarilla y mantuvo la distancia social en todo momento con el Ejecutivo decoalición, al que cada minuto acusaba de chavista, bolivariano y amigo de losque quieren romper España.
Hoy el PPya ha comprobado que la estrategia de la crispación ha fallado. Casado hafracasado. Las encuestas apenas le dan al principal partido de la oposición unaleve subida de unas décimas, una pírrica victoria, sobre todo teniendo encuenta que ha tenido a Sánchez contra las cuerdas en lo peor de la plaga de Wuhan. A esta hora, Casado ya sabe quelos muertos por la pandemia no lo van a llevar a la Moncloa y ha dado orden aMaroto de que saque la bandera blanca y empiece a vender un discurso diferente,el del diálogo, la colaboración, el deshielo. Su mano derecha en el Senadoincluso le ha dicho a Barceló que los populares apoyarán la candidatura de laministra de Economía, Nadia Calviño, para presidir el Eurogrupo. “El PP siempre ha apoyado alPSOE en Bruselas. Cuando es bueno para España, vamos juntos. Cuando unacandidatura puede ser de un español, siempre es mejor. A Solbes, Borrell y Almunia ya los apoyó el PP”. Elproblema de Maroto es que nadie le cree ya.