Los defensores a ultranza de la Transición ven en la figurade Juan Carlos I como la clave para el tránsito entre la dictadura y lademocracia. Sin embargo, como todo lo que ocurrió en la etapa de 1975 a 1978,tiene muchos puntos oscuros que demostrarían que el actual rey emérito pudohaber sobrepasado los límites que le marcaban la Constitución y, en vez de una figurameramente testimonial, podría haber adoptado decisiones o realizado actos máspropios del presidente del Gobierno. Todo ello fue posible gracias a losservicios de inteligencia.
El libro publicado por el coronel Amadeo Martínez Inglés enel año 2008, Juan Carlos I. El último Borbón, da algunas clavesinteresantes sobre este asunto. «Todos los presidentes de Gobierno elegidosdemocráticamente en este país en estas tres últimas décadas (absolutamentetodos) […] buscaron deliberadamente cobijarse una y otra vez, para tomar susdecisiones, en la más alta magistratura de la nación, el rey», se indica en ellibro.
Esta es la razón por la que el rey, normalmente desde lasombra y pudiéndose saltar sus funciones constitucionales, ejerció el poder demanera efectiva. «el rey Juan Carlos I, una figura decorativa según muchos […] conla solapada complicidad de generales, políticos acomodaticios y validos palaciegos,supo convertirse, emulando a su sanguinario predecesor, en el verdadero amo delpaís, en un poder fáctico real sin precedentes en la Historia de España»,afirma Martínez Inglés.
Para ejercer ese poder, el rey Juan Carlos se dio cuenta deque, además del primer apoyo que tuvo de los generales franquistas, necesitaba serel hombre mejor informado de España. Para ello, necesitaba controlar losservicios de inteligencia, y, en particular, los del Estado Mayor y lo que apartir de 1977 fue el CESID. «No dudaría, en consecuencia, el último Borbón enllamar a capítulo a La Zarzuela a sus máximos dirigentes y en colocar a susfieles peones al frente de los mismos a la primera oportunidad (en 1981,después del 23-F, situaría al frente del CESID a su amigo y confidente elmonárquico coronel Alonso Manglano); sin menospreciar por ello la valiosainformación de todo tipo que le servían, precisa y oportunamente, sus fielesmilitares de palacio: Armada, Milans, Fernández Campo, el marqués de Mondéjar,Muñoz Grandes, etc.», indica el coronel Martínez Inglés en su libro.
¿Cómo ejercía ese poder frente a los presidentes elegidos democráticamentepor el pueblo? Según se puede leer en Juan Carlos I. El último Borbón,el rey ejercía una función de jefe de un Gobierno en la sombra que decidía y, posteriormente,presionaba a los legítimos presidentes para que hicieran suyas las decisionesadoptadas en Zarzuela.
Martínez Inglés afirma que durante la época de Adolfo Suárez,el rey Juan Carlos «casi ejerció de “dictador máximo” al utilizar comomarioneta al presidente del Gobierno […] Con la llegada de los socialistas al poder,en 1982, el último Borbón todavía se crecería más en su subterráneo poder». Elrey Juan Carlos no tuvo ningún inconveniente en ayudar a los socialistas endesmontar el aparato franquista del Ejército. Eso sí, según afirma MartínezInglés, a costa de ser él quien diese el visto bueno a todas las decisionesimportantes del gobierno de Felipe González, tanto las legales como lasgestadas por los servicios de inteligencia, por ejemplo, en la guerra suciacontra ETA.
«Recibiría para ello el monarca información privilegiada ydirecta del CESID, desde la misma creación de este organismo centralizado deInteligencia en 1977. Después, a partir de octubre de 1981, cuando colocó alfrente del mismo a su íntimo amigo y confidente el coronel Alonso Manglano, surelación con este centro de información del Estado sería continua, especial,secreta y estrechísima. En concreto, el antiguo “paraca” reconvertido en jefesupremo de los militares/espías españoles, que hizo, sirviendo dócilmente a suamo, una brillantísima carrera militar (de coronel a teniente general sin salirde su despacho de espía y sin cumplir jamás los requisitos reglamentarios paralos sucesivos ascensos), le informaría regularmente, durante años y años, en LaZarzuela (a veces a altas horas de la madrugada), facilitándole documentos secretossupersensibles. Emilio Alonso Manglano puso a disposición del último Borbón,una y otra vez, datos y análisis de los distintos departamentos de «La Casa» delos que nunca jamás dispondría (o dispondría mucho más tarde) el Gobiernolegítimo de la nación, que sería «puenteado» constantemente por el general»,afirma Martínez Inglés.
El rey recibía estos dossiers ultrasecretos y, cuandodespachaba con los respectivos presidentes de Gobierno, gustaba de bromear conellos. En medio de la reunión, en la que se hacía el ignorante sobre asuntosque conocía a la perfección mientras el presidente de turno se lucía ante elrey, Juan Carlos de Borbón soltaba, siempre entre risas, bombas informativas delas que el jefe del Ejecutivo era absolutamente desconocedor. Al final de esosdespachos se producía el hecho que dictaba quién gobernaba realmente. Así loexplica Martínez Inglés: «cuando su perplejo interlocutor todavía no se había repuestode la sorpresa inicial, Don Juan Carlos se permitía «proponerle», más comoamigo que como superior jerárquico institucional, la decisión o decisiones que,según él, un inteligente hombre de Estado debería tomar para reconducir lasituación de forma conveniente».