El triunfo de la estética facha
23
de Noviembre
de
2019
Actualizado
el
02
de julio
de
2024
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La extrema derecha se viste de proletario o de Prada, según el momento y la circunstancia. Son los signos de los nuevos tiempos. El viejo skinhead de cabeza rapada que infundía el miedo a los viandantes en las calles de las grandes ciudades europeas ya es historia. Se quedó antiguo, fuera de temporada. Murió. Hoy los ultras han evolucionado no solo en lo ideológico (mediante un discurso duro pero edulcorado para atraer a la mayor cantidad posible de masa social, sobre todo entre la clase trabajadora) sino también en las formas, en la indumentaria, en el estilo. El mundo facha ha comprendido que ante todo es una corriente estética, una moda, y algunas marcas de ropa, atentas a los cambios políticos de última hora, venden prendas con subliminales detalles y pins de clara procedencia fascista. Las banderas, los escudos guerreros, la ropa de camuflaje y la bota militar triunfan en las pasarelas y boutiques. El vestuario deportivo, casual o incluso pijo, se ha impregnado de toda esta dialéctica ultra. El músculo cultivado en el gimnasio de barrio (gran escuela del fascismo moderno) le ha ganado la partida a lo estilizado; lo bizarro y rural se impone sobre lo elegante. Ya se sabe que al mercado solo le interesa el dinero. La idea política a mimetizar, sea cual sea, es lo de menos; solo una excusa que ayuda a vender más.Santiago Abascal, consciente de que la letra no solo con sangre entra, ha entendido que la moda es una herramienta perfecta para calar en las mentes más frágiles, sobre todo entre los más jóvenes. El fascismo, más que convencer, trata de seducir, y entre la muchachada desorientada y sin futuro resulta mucho más eficaz una cazadora de piel Lonsdale o una bomber Alpha Industries que el Mein Kampf o los principios fundacionales del Movimiento Nacional. Por eso el líder de Vox no solo es un político. Es algo más; es una marca, un icono, un modelo de la alta costura del facherío español que siempre viste caro y cuida su look. Subido a su caballo de señorito andaluz, hierático como una helénica estatua ecuestre, y con el árido paisaje almonteño de fondo, ha impuesto tendencia.En los mítines de Vox todo está meticulosamente cuidado. La casposa música de Manolo Escobar, el fogonazo de los focos rojos y amarillos, el mar de rojigualdas. Una grandilocuente puesta en escena inspirada en aquellos desfiles multitudinarios del Berlín nazi rodado por Leni Riefenstahl. Trump y Le Pen le han enseñado a Abascal que el camino del triunfo pasa por la liturgia, la parafernalia y la propaganda que anestesia a las masas. Subido al escenario, su gran pasarela Cibeles, el Caudillo de Vox ha soltado bilis y espumarajos de odio contra el inmigrante, los feministas y los homosexuales. Ha hablado para el obrerete del extrarradio y para el empresario elitista. Para el enfurecido desertor del PP y el resabiado del PSOE. Para el falangista de toda la vida y el demócrata desencantado con el sistema y el desparrame en Cataluña. De ahí que haya alternado la cazadora de barrio pobre llena de pins e insignias militares con la impoluta camisa cortada a medida. El tejano apretado, casi paquetero, y la barba con bigote de vizconde decadente del siglo pasado, han hecho de Abascal un personaje, un producto. Un tipo duro y mesiánico admirado por ellos y atractivo para esas mujeres de la nueva Sección Femenina que han aceptado sumisamente servir al macho hispánico.La moda facha triunfa. Es la atracción fatal por la nostalgia y el pasado, por el yugo y las flechas, por Don Pelayo, los cuentos para niños sobre reconquistas imaginarias, Razay los cómics de Roberto Alcázar y Pedrín. El escapismo social de un país ante el abismo de su disolución, el pánico colectivo que conduce directamente al franquismo tuneado, a la diarrea totalitaria y al nacionalcatolicismo machista, racista y homófobo. Pero eso sí, todo muy bien vestido.
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