El virus ya forma parte del paisaje de Madrid

17 de Diciembre de 2021
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Imagen del centro de Madrid rebosante de gente.

La sexta ola de coronavirus en medio de la Navidad promete ser terrible mientras Isabel Díaz Ayuso, fiel a su discurso ácrata sobre la libertad, pide a los madrileños que no suspendan los banquetes ni las celebraciones, que hagan vida normal como si nada y “adelante”. Libertad, libertad, así caiga contagiada, patas arriba, la plantilla entera del Real Madrid.

De esta manera, el Gobierno regional arroja definitivamente la toalla y renuncia a dar la batalla contra la plaga con el fin de erradicar una enfermedad altamente peligrosa para la salud pública. Pocas veces se había visto un grado de irresponsabilidad política en un gobernante como el que demuestra esta mujer, que ha logrado anular la cruda realidad de la pandemia para instaurar un mundo alternativo. El éxito de Ayuso consiste precisamente en eso, en haber instalado la idea de que Madrid es una ciudad alegre, divertida y jovial, un paraíso rebosante de bares y terrazas cuando es todo lo contrario: la capital de España se ha convertido en un parque temático del bicho, la gente anda con el miedo en el cuerpo en autobuses y Metro y la ficción de normalidad no se la cree nadie con dos dedos de frente. Madrid, capital mundial del terror.

La presidenta ha logrado implantar un relato distópico, casi orwelliano, donde parece que no pasa nada, pero sí pasa, porque la enfermedad arraiga y se hace endémica, medieval, tercermundista. La gente se aglomera en el centro y el extranjero se da a la tapa y a la caña mientras los hospitales van llenándose de contagiados. Es como en Matrix, aquella mítica película de ciencia ficción donde los humanos vivían la farsa de una vida perfecta, feliz y en color, mientras por debajo, en el submundo enfermo, contaminado y en blanco y negro, lejos del ojo humano, las terribles máquinas lo controlaban todo, los cuerpos y las mentes (sustitúyanse los crueles robots de la película de los Wachowski por el covid y el símil de cómo se construye una ficción colectiva encaja como anillo al dedo).   

Nos guste o no, el coronavirus ya forma parte del paisaje madrileño, como el chotis, los torreznos o la feria taurina de San Isidro, una atracción más, una oferta cultural añadida, un plus de aventura, y solo falta que los propagandistas de MAR incluyan en los folletos publicitarios de la ciudad, junto a la obligatoria visita al Museo del Prado, un buen trancazo con estancia gratuita en el Zendal. Lo importante es que la economía siga tirando, aunque sea a costa de convertir el Manhattan madrileño en un gigantesco lazareto de contagiados, fiebres, toses y esputos. Aquí ya no se trata de salvar personas sino de rescatar al sector hostelero, un lobby que da muchos votos, y si es necesario incluir el coronavirus como algo propio y típico de Madrid no hay ningún problema. Cualquier día el turista se sienta en una terraza en la Plaza Mayor y el camarero, en lugar de ofrecerle un relaxing cupof café leche, como sugería Ana Botella, le pone delante un suculento cocido bien condimentado con romero y una pizca de ómicron, típica especia madrileña, para darle un poco más de saborcillo al plato. Así, convirtiendo la tragedia de una epidemia en un plato típico, es como se hace patria chica, economía sostenible de la buena. Ahí te duele Pedro Sánchez.

El programa sanitario de Ayuso se reduce a un único punto: que sea lo que Dios quiera, sálvese quien pueda, si te toca el bicho ya te apañarás, y de esta manera se recorta mucho en médicos, enfermeras y hospitales. En eso consiste precisamente el ultraliberalismo rampante, en desmantelar el Estado y en que cada cual se busque la vida como un primate solitario en el gran zoo humano o jungla de asfalto. Aquí ya se ha impuesto la selección natural como doctrina política, o sea el muerto al hoyo y el vivo al bollo, el pez grande se come al chico, y si eres un viejo de riesgo, un asmático o un sufridor de los bronquios y tienes que salir a la calle a comprar el pan, jugándote la vida a la ruleta rusa del coronavirus, se siente mucho, pero la vida es dura. Es lo que hay, y si no, no haber nacido. Selección natural.

A toda esta forma anarquizante de hacer política, a todo este modelo Mad Max de sociedad insolidaria, salvaje y desalmada, en Madrid se le conoce como “ayusear”, un término que significa que el gobernante no toma medidas impopulares porque eso le supone perder las elecciones y la poltrona y por ahí no. Ayusear es esconder la cabeza debajo del ala ante una tragedia nacional de proporciones históricas. Ayusear es empeñarse en celebrar cenas de empresa, aunque los comensales caigan contagiados a los postres. Ayusear es, en definitiva, elevar el nihilismo frívolo y suicida a la categoría de sistema de gobierno.  

Tantos siglos de Sócrates y Platón, tantos tratados de Kant y Sartre sobre el espinoso problema de la libertad y resulta que ha tenido que llegar una muchachita de Chamberí para resolver el oscuro enigma. Libertad es que cada cual haga lo que le salga de los cojones al margen de la ley, la razón y el sentido común. Y si te agarras una neumonía, bufanda, calditos y a rezarle al Cristo de Medinaceli, como se ha hecho siempre, mayormente en los tiempos de Franco. Qué vacunas, qué mascarilla, qué ciencias, ni qué niño muerto. Ya está bien de moderneces comunistas sobre la salud pública que no hacen más que arruinar el país, molestar y aguarnos las navidades, las fiestas y los cotillones. A comer y a beber como si no hubiera un mañana. ¡Venga ese chupito de coronavirus!  

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