El despido de Fernando Savater del diario El País supone un revés importante para la salubridad democrática de España y, además, es un reflejo de la sociedad en la que vivimos, donde la polarización y la crispación están llevando a la humanidad a un sectarismo irresponsable donde el que piensa diferente es considerado como enemigo.
Savater es un referente en muchas cosas. Se podrá estar de acuerdo con él o no, podrá caer bien, o no, podrá poner nerviosos a muchos o alegrar el cerebro de otros tantos. Sin embargo, Fernando siempre ha sido coherente y, precisamente, esa coherencia es la causa de una decisión que, a mi entender, es un gran error estratégico e, incluso, empresarial.
No voy a entrar a valorar la decisión editorial que ha tomado el diario El País. Tengo mi opinión, pero es algo mío y, por tanto, tengo el derecho y la libertad de no compartirla más que con quien quiera y en el ámbito que me apetezca en el uso de mi libertad con dignidad.
Sin embargo, sí que diré que es un ejemplo más de lo que está sucediendo en un mundo en el que la falta de soluciones a los problemas reales está llevando a las ciudadanías de todo el mundo a la resignación, la crispación, la ira, el sectarismo y la falta de respeto hacia quienes piensan diferente.
El mundo actual ha llevado a las personas a un escenario de «conmigo o contra mí» y eso impregna a todos los ámbitos de la sociedad, desde la empresa, sindicatos, universidad, la formación en general, la política, la religión, el periodismo informativo en todos sus formatos, la comunicación sociológica, y más aún al pensamiento y con él a los sentimientos, la igualdad y la justicia.
Hay quienes, por unas razones u otras, todas respetables (la revolución pendiente será otra cosa) por supuesto, se someten a esa dictadura sectarista que se ha implantado. Para los que gobiernan el mundo es muy rentable mantener un estado así, donde a la coherencia y los principios se les pone precio y donde la polarización, el sectarismo y la crispación llevan al caos. De este modo es más fácil tener un control férreo de las voluntades.
En cambio, hay quien no se doblega asumiendo las consecuencias. Tolstói dijo que era más fácil escribir diez volúmenes de principios filosóficos que poner en práctica uno solo de ellos. Ahí está el problema, que el sectarismo ha conseguido nublar la existencia de los principios éticos de las personas, de los pueblos y de las democracias.
Fernando Savater no se ha doblegado y se ha mantenido fiel, ha sido coherente con lo que lleva defendiendo toda su vida. Quienes hemos asistido a sus conferencias, quienes hemos hablado con él, quienes, como me contaba un compañero directivo del Consejo Editor de Diario16, y personalmente lo viví, hacían cola para asistir de oyentes a sus clases en la Complutense, no nos sorprendemos de lo que escribía en sus columnas semanales o de sus declaraciones públicas.
El propio Savater afirmó que la situación que se ha generado es consecuencia de su posicionamiento en contra de algo en lo que no cree desde hace muchos años. Y no se dejó someter. Dio su libre opinión y ha pagado el precio de la fidelidad y la coherencia.
Los poderes autoritarios no aceptan a quienes no se doblegan. Fernando sabe muy bien que a un caballo puntero no se le puede frenar desde que sale del cajón, porque es imposible impedirle que se ponga en cabeza desde el primer momento. Si un jockey lo intenta, ese caballo no va a ganar jamás. Savater lo ha visto miles de veces, con su sombrero blanco, en Lasarte y en Longchamp.
Sin embargo, estamos viviendo una época en la que la coherencia y la lealtad se han convertido en los enemigos de los poderosos, porque la libertad con dignidad ha pasado de ser un sueño o una utopía a ser un ente encerrado en la caverna.
La libertad de expresión choca con los intereses o las necesidades acuciantes, la defensa de unas ideas ha pasado a ser un crimen y, quienes la mantienen, se convierten en enemigos. Fernando Savater ha pagado el precio, pero ha triunfado por ser coherente, leal y digno con la libertad.