Va a ser cierto eso de que cuando exhumaron los restos de Dalí para someter al genio de Figueras a una prueba de paternidad se desató una epidemia de surrealismo en España que ni el maldito coronavirus. Las cosas que están pasando no son normales, sobre todo en la Casa Real, donde por otra parte siempre ocurrieron fenómenos raritos. Resulta que al rey emérito lo pillan con cuentas opacas en Suiza y otros negocios fraudulentos y a los responsables de Zarzuela no se les ocurre otra cosa que enviarlo unos días a Abu Dabi para poner tierra de por medio y tratar de amortiguar el escándalo. Por aquellas calurosas latitudes anda ahora el viejo monarca, según cuenta el diario ABC. Ya hay que tener valor para irse al desierto en verano, con la que está cayendo a la sombra. Pero así son los borbones: imprevisibles, temperamentales, impetuosos e irreflexivos.
Según el rotativo madrileño, que siempre ha estado bien informado en cuestiones monárquicas, el emérito subió a un jet privado valorado en 50 millones de euros y salió disparado rumbo a tierras musulmanas. Allí se alojó en la suite presidencial de un lujoso complejo hotelero (11.000 euros la noche), como no podía ser de otra manera. Un borbón nunca va descalzo, así esté reventando la España infectada y arruinada por la epidemia de covid-19. Nada más conocerse la noticia, saltaba un nuevo torbellino político. Últimamente el emérito es como el personaje de aquella vieja película de Minnelli: Con él llegó el escándalo.
Lo cual nos lleva a concluir que la “Operación Exilio” para apartar al viejo monarca, lejos de ahorrarle la patata caliente a Felipe VI, está resultando un rotundo fracaso. Si de lo que se trataba era de alejar de los focos al artífice del Régimen del 78, el efecto está siendo precisamente el contrario. Toda la prensa internacional y varias legiones de paparazzi se han desplegado por medio mundo en busca del personaje del momento y de la foto del millón. Pero más allá de si el dispositivo organizado por el Gobierno de Pedro Sánchez y Zarzuela no ha dado el resultado que se esperaba cabe preguntarse a quién demonios se le ha ocurrido la brillante idea de que Emiratos Árabes era el mejor lugar para organizar el otoño del patriarca. Si el emérito se encuentra ahora en una situación judicial y personal desesperada es precisamente por sus tratos demasiado familiares con los sátrapas de las monarquías árabes, con los jeques de los petrodólares y las élites corruptas de la zona. Los antepasados de Don Juan Carlos se embarcaban rumbo a Oriente para hacer las cruzadas y él iba allí a traerse unos cruzados, o sea unas monedas de Castilla de plata y de vellón.
Hace solo un par de días se ha sabido que la guardia fronteriza de Arabia Saudí utiliza habitualmente morteros de fabricación española para masacrar a la población nativa de Yemen. La normativa española e internacional prohíbe vender ese tipo de armamento pero el negocio siempre está por encima de los derechos humanos. Lo mejor que podría hacer la Casa Real es alejar al emérito del calenturiento desierto que achicharra las neuronas cuando uno ya es anciano, quitarlo de los negros pozos del dinero sucio, de las guerras y genocidios. España debe romper lazos de amistad, definitivamente, con los regímenes siniestros que no traen nada bueno, más que unos cuantos yates a Marbella que ni siquiera pagan el punto de amarre porque se les consiente todo. Lamentablemente, lejos de dar la espalda el sórdido mundo oriental, la Familia Real permite que el viejo monarca vuelva a recaer en la peligrosa fantasía de las mil y una noches, en la seducción voluptuosa de los estanques y jardines arabescos, en el lujo asiático, las carreras de coches, la jaima y el harén. Aquella imagen del emérito codeándose y compartiendo francachelas en el circuito de Fórmula 1 de Abu Dabi con Mohamed Bin Salmán, el heredero de Arabia Saudí salpicado por el asesinato del periodista Khashoggi, presagiaba pestes y maldiciones.
La gran desgracia para España es que ya no contamos con un Sabino Fernández Campo que ponga juicio, orden y conocimiento político en esa casa, en el descontrol y en la vida a todo tren de Juan Carlos I. Deben haber dejado el asunto en manos de algún asesor aficionado que cada día perjudica un poco más la imagen de nuestro país. Si alguien no para esto ya, el esperpento zarzuelero va a llegar a tal nivel de desastre que vamos a terminar como un Estado fallido a la altura de Libia. De momento, el daño ya está hecho, mientras el emérito sigue dando vueltas en su particular tiovivo de placer y negocios. Nadie parece poder atar en corto al patriarca y la siguiente pregunta que cabe hacerse es qué nueva trapacería va a cometer mañana el abuelo sin que nadie, ni su hijo, ni el Gobierno, ni la Justicia, consiga ponerlo en su sitio por el bien del país.