No es lo mismo decir “Estuvo solo en la cafetería cuando se cometió el crimen” (no había nadie más en el local) que “Estuvo sólo en la cafetería cuando se cometió el crimen” (no fue a ningún otro lugar en la mañana de autos). Esa simple tilde que la RAE se ha cargado de un plumazo puede ser la delgada línea roja que separe a un hombre de la cárcel. Aquí, y ahora, nos declaramos completamente insumisos con la norma.
No somos conscientes de lo importante que es la ortografía para nuestro devenir cotidiano. No escribir correctamente puede costarnos muy caro: podemos perder un empleo, o arruinar un negocio, o echar a perder una relación amorosa. El lenguaje es un campo de batalla lleno de minas y trampas. Por eso tenemos que volver a reprochar a la Real Academia de la Lengua, una vez más, que no sea más contundente y estricta con la tilde en palabras peligrosas que tienen una doble cara, un doble sentido, según donde recaiga ese dardo profiláctico que es el acento gráfico.
En las últimas horas sus señorías, filólogos y sintácticos, todos eruditos de la cosa, se han reunido de urgencia para debatir el trascendental asunto de la tilde sobre el polémico adverbio “solo” y otros complicados pronombres demostrativos. Y la han vuelto a liar parda. La controversia viene de lejos, concretamente de 2010, cuando los jueces de la lingüística, los magistrados del Tribunal Supremo de la palabra, acordaron eliminar esa incómoda tilde porque generaba demasiados problemas. Fue una especie de acto libertario, un estallido de hartazgo ya que, después de toda una vida de normativa aceptada, mucha gente en este país aún no sabía colocar el temido palito oblicuo donde era preceptivo.
De alguna manera, la RAE cayó en el error de ser demasiado democrática plegándose a las exigencias de la parte más ágrafa del pueblo, mayormente esa que se cisca en la ortografía en las redes sociales y escribe como el culo. Creyeron que eliminando la controvertida tilde, unificando la sinrazón, terminarían con muchas patadas al diccionario. Es decir, en lugar de pedirle al pueblo un mayor esfuerzo para escribir con arreglo a las normas académicas elementales decidieron claudicar, desistir, arrojar la toalla. Una amnistía general a beneficio del analfabeto y aquí paz y después gloria.
El problema es que, tal como decimos, una simple tilde puede acabar en un divorcio, ganar un pleito ante un juez o desencadenar la Tercera Guerra Mundial y no es lo mismo (ya lo hemos dicho antes) un “solo” acentuado que sin acentuar. No es lo mismo comer sólo verdura que comer verdura solo, cómo va a serlo, aunque en ambos casos sea muy triste.
En el pleno de esta semana, la Academia se reunía para tratar de acabar con la maldita y eterna discusión que empieza a parecerse mucho a aquellos concilios bizantinos de la Iglesia en los que los obispos se enzarzaban en el sexo de los ángeles o la naturaleza divina de la Santísima Trinidad sin llegar a ninguna conclusión. Al final, los académicos han decidido dar una nueva redacción a la norma, que se publicará en el Diccionario Panhispánico de Dudas y que viene a complicar todavía más el asunto: se mantiene la obligatoriedad de no tildar y sólo se hará cuando “exista riesgo de ambigüedad”, todo ello a juicio del que escribe.
Llegados a este punto cabe preguntarse qué demonios es eso de dejar el uso de una tilde a gusto del consumidor. Toda esta broma va camino de conducirnos a una especie de anarquía ortográfica, al trumpismo lingüístico, a la dejación de la ley para que sea cada peatonal quien vaya echando las tildes por ahí, como quien siembra y donde le viene en gana. No es serio.
El asunto empieza a dividir a los españoles y a la propia Academia, fracturada ya entre antitildistas y tildefílicos. El escritor Arturo Pérez-Reverte, uno de los primeros insumisos contra la abolición general de la tilde sobre el adverbio “sólo” y demás pronombres demostrativos, ha recordado, con buen criterio, que la reforma no modifica la doctrina de 2010 y añade que la institución que supuestamente “limpia, fija y da esplendor” está “dando información sesgada e inexacta”. Y lleva razón en este caso el maestro de la prosa cipotuda. Por si sus señorías no habían complicado la cosa suficientemente, ahora han terminado de convertir este embrollo ortográfico en un auténtico sudoku capaz de volver loco al usuario del idioma más aplicado. A la RAE habría que pedirle que pare ya este cachondeo y respete la tilde tan necesaria como vital. Señores académicos subversivos y antisistema del idioma: dejen ya de hacer experimentos con gaseosa con el léxico y de comportarse como nuevos genios de la cultura posmoderna que creen haber descubierto la piedra de Rosetta.
Entre unos y otros han llevado a esa maltratada tilde, a ese patrimonio nacional del castellano, al borde de la extinción, como el lince ibérico. Ya lo dijo don Ramón Gómez de la Serna: la tilde es la vacuna de la palabra. O sea, la que la protege de las malas enfermedades de la comunicación. Somos tildefílicos y a mucha honra. Defendamos esa tilde tan mágica y prodigiosa hasta el final. Tilde o insumisión.