Para los que vamos de una cuerda ideológica diferente a la suya, es fácil ridiculizar a Vox. Ni siquiera es necesario esforzarse mucho, ellos solos se apañan de sobra en este terreno. Es una organización política que huele a trastero y a humedad de cuneta. Que mira a un pasado mítico y glorioso porque no tiene la menor idea de lo que podría ser España a futuro.
A estas alturas, salvo la izquierda más cerril y trasnochada, tenemos un cierto consenso analítico en que no hay una masa crítica de románticos del fascismo en España. Y pese a ello, en las últimas elecciones generales Vox fue capaz de seducir a más de tres millones y medio de almas con un discurso duro que, si bien no puede calificarse de fascista, tiene el aroma del autoritarismo de rancio abolengo. Son precisamente esas formas las que lo han hecho atractivo a ojos de parte del electorado.
Pero ningún éxito o derrota se explica solo por un factor. Los de Abascal supieron identificar el malestar que provocaba en parte de la sociedad el avance del feminismo y reaccionaron contra ello. Y contra Cataluña. Y contra Podemos. Y contra los inmigrantes. Y contra el comunismo (el comunismo que no falte nunca). Vox contra los que amenazan nuestra tradicional forma de vida, contra los que cuestionan algunos de nuestros valores, nuestra homogeneidad confortable. Agitar a los fantasmas. Ellos y nosotros. Nosotros contra ellos.
Theodor Adorno fue un filósofo alemán y uno de los máximos representantes de la Escuela de Frankfurt. Con la llegada de Hitler al poder, muchos judíos se vieron obligados a exiliarse y el caso de Adorno no fue diferente. Se instaló en los Estados Unidos y empezó a trabajar en la universidad de Berkeley, donde colaboraría con los psicólogos Daniel Levinson, Else Frenkel-Brunswik y Nevitt Sandford en los estudios que dieron origen a La Personalidad Autoritaria, donde buscaron definir las claves que atraen a las masas a las ideologías totalitarias.
Para sistematizar los estudios sobre la materia, Adorno propuso la llamada Escala F, en la que ubicaba a los individuos de estudio en función de su predisposición mayor o menor al autoritarismo. La base sobre la que se construyeron los estudios de La Personalidad Autoritaria es el psicoanálisis y, por tanto, esta teoría bucea también en las etapas del desarrollo de la persona, para concluir que las personas que habían sido criadas por padres duros o autoritarios serían más propicias para puntuar alto en la Escala F.
Adorno y compañía teorizaron que el origen de la discriminación y el señalamiento de los judíos no se debía a características intrínsecas de estos, sino de las propias personas que ejercían dicha discriminación. Así, la personalidad autoritaria no se construye sobre una serie de convicciones políticas en general, sino sobre una forma de pensar acerca de los grupos sociales y sus relaciones.
Por ello, la personalidad autoritaria es profundamente etnocéntrica: aquellas personas en las que estos rasgos de tendencia al autoritarismo se manifiestan con más nitidez presentan, por lo general, dificultades para entender la existencia y la validez de otras culturas diferentes a la propia, así como las complejidades de cada una de dichas culturas. De ese modo, se acentúa la percepción de los grupos humanos como una dicotomía entre ellos y nosotros en la que los otros son siempre amenazadores e indeseables.
Las personas que puntuaban alto en la Escala F tendían a su vez a ser rígidos en sus convicciones, mostrando una disposición muy baja hacia el cambio de las mismas o la apreciación de la validez de visiones del mundo contrarias. Del mismo modo, a mayor puntuación en la Escala F, mayor convencionalismo mostraban los sujetos (entendido este como la defensa y el apego a los valores tradicionales). Un tercer rasgo común entre aquellos que obtenían valores más altos en la Escala F era una tendencia a tratar con desdén a aquellos que percibían de un estatus inferior, conducta que acompañaban habitualmente de un fuerte servilismo hacia los que se percibían como de mayor estatus o rango.
Pero había más: las personalidades de tendencia autoritaria tendían a mostrar una alta preocupación por la sumisión o dominación (individual o grupal) y una simpatía por los discursos y afirmaciones de fuerza y coacción. A su vez, ello se traducía en una mayor facilidad para manipular la realidad e interpretarla de formas conducentes al desarrollo de soluciones autoritarias y una tendencia a la negación de la subjetividad y la imaginación (paradigmático sería ese discutido “muera la inteligencia” atribuido a Millán Astray). Por último, encontraron que existía una correlación entre religión y personalidad autoritaria, puesto que las religiones tienden a establecer una forma virtuosa de vivir –la suya–, y este es el sustrato perfecto para que se desarrollen tendencias al autoritarismo.
Aunque el objeto de estudio de la obra sea principalmente la receptividad al fascismo y el antisemitismo, las personalidades autoritarias no son patrimonio exclusivo de las ideologías de derechas. Muy al contrario, los rasgos de la personalidad autoritaria pueden encontrarse también en el lado opuesto del espectro ideológico. No se trata de una posición política: se trata de una disposición psicológica y de la personalidad.
La Personalidad Autoritaria es una obra vastísima –supera las mil páginas–, así que esto no es más que una pequeña aproximación a sus ideas centrales. Al estudio se le han planteado no pocas objeciones muy válidas, tanto a nivel metodológico como respecto a algunas de sus conclusiones. Además, como obra de inspiración psicoanalítica, algunas de sus premisas han ido perdiendo relevancia a medida que ha avanzado el conocimiento de la biología cerebral y los procesos cognitivos. Por ello, no debe ser tomada como dogma, sino como una interesantísima sistematización de rasgos conductuales que hacen a determinadas personas más receptivas a los discursos totalitarios. Tiene casi ochenta años, sí. Pero sigue estando de rabiosa actualidad.