Tras el último crimen yihadista en Algeciras, en el que un fanático ha matado de un machetazo al sacristán Diego Valencia, Feijóo se ha descolgado con una declaraciones radicales que han sorprendido al sector más moderado de su partido incluso a la Iglesia católica, que ha pedido que no se eche más leña al fuego ni se estigmatice a todo un colectivo como el musulmán por lo que pueda hacer un loco descerebrado. “Hay latente un problema, que hay personas que matan en nombre de un dios o en nombre de una religión y sin embargo nosotros, desde hace muchos siglos no verá usted a un católico o a un cristiano matar en nombre de su religión o de sus creencias y hay otros pueblos que tienen algunos ciudadanos que sí lo hacen”, dijo el presidente popular.
La tesis del mandatario conservador no solo adelanta por la derecha a la posición de la Conferencia Episcopal, que ha hecho un llamamiento a la calma, sino que se sitúa justo en el discurso de Vox, quien en las últimas horas ha proclamado que “el islamismo ya está en nuestra tierra porque unos les abren las puertas, otros los financian y las consecuencias las sufrimos los españoles, en este caso ayer la gente de Algeciras”. Para Vox existe una incompatibilidad entre la religión católica y la islámica, de manera que ha emprendido una guerra cultural identificando inmigración con crimen yihadista.
Feijóo tenía una buena oportunidad para desmarcarse de ese discurso ultranacionalista radical, pero ha decidido parecerse a los portavoces de Vox. Mala noticia para la derecha democrática española. En Europa todo aquel partido que ha decidido seguir la estela de la extrema derecha ha terminado desapareciendo y engullido por ella. Es el caso de países como Francia, Italia o Hungría, donde los movimientos populistas xenófobos han terminado por conquistar amplias cuotas de poder.
Pero más allá del error táctico de Feijóo, conviene destacar la ignorancia de un hombre que pretende gobernar un país moderno y avanzado como España discriminando entre buenos y malos, entre católicos y musulmanes, y niega un hecho histórico incuestionable como es que la religión cristiana tiene también a sus propios radicales que matan en nombre de Dios. No hace falta remontarse a la Edad Media y a las Cruzadas para confirmarlo, ni tampoco a los tiempos de la guerra civil española, cuando Franco inició su propia cruzada nacional contra el ateo rojo masón con el apoyo de la Iglesia católica (aquello del nacionalcatolicismo).
Hechos trágicos
En 2011, el terrorista Anders Breivik asesinó a 77 personas en un atentado con coche bomba en Oslo y posteriormente perpetró una masacre con armas largas en la isla de Utoya, donde se encontraban las juventudes de los socialdemócratas noruegos. Era un ultracatólico que escribió un manifiesto de 1.500 páginas antes de cometer los asesinatos defendiendo la expulsión de los musulmanes de Europa. En un vídeo colgado en Internet se identificaba también con los caballeros templarios cristianos en su guerra contra el Islam. Breivik estuvo planeando sus atentados durante casi una década, según informa La Sexta.
Pero hay más ejemplos. Eric Rudolph atentó en los juegos olímpicos de Atlanta de 1996 y mató a una mujer. Puso bombas en clubs LGTBI y clínicas abortistas, mató a otra mujer e hirió a otras 150 personas. Aseguró que su motivación era religiosa y, de hecho, se le vincula a grupos supremacistas cristianos.
Otro caso ocurrido en Estados Unidos es el de Army of God, ("ejército de Dios", en inglés), que desde los años 80 ha asesinado y secuestrado a varios médicos abortistas y atentado contra varias clínicas porque considera que el aborto va contra la voluntad de dios y sus integrantes se consideran legitimados para atacar a los que lo defienden.
En Uganda, Joseph Kony atemoriza desde 1986 a toda África Oriental con su 'Ejército de Resistencia del Señor', con el que quiere instaurar un gobierno basado en los 10 mandamientos del Antiguo Testamento porque asegura que dios se lo ha ordenado. Se les responsabiliza del desplazamiento de cerca de un millón de personas, de la muerte de miles y de convertir a 30.000 niños en soldados.
Todo ello por no hablar de la guerra de los Balcanes, un conflicto de tintes religiosos donde católicos armados masacraron a musulmanes perpetrando numerosos genocidios en no pocas ciudades de la Antigua Yugoslavia. Por supuesto, hay más casos, como el terrible y siniestro Ku Klux Klan y el terrorismo blanco de extrema derecha norteamericano, que lleva entre sus objetivos imponer un régimen teocrático donde no tienen cabida otras religiones. También cabe recordar que durante la guerra civil libanesa (1975-1990), el ala militar de un partido cristiano maronita conservador asesinó a cientos de refugiados musulmanes en los campos de Sabra y Chatila, en Beirut. Israel armó y autorizó la entrada de las milicias responsables, y la ONU calificó la masacre de genocidio. Núñez Feijóo debería estudiar más historia. No solo antigua, sino contemporánea.