Los transportistas en pie de guerra, los compañeros del metal en las barricadas y ahora el personal sanitario en la calle. El descontento social crece. Los empleados de Enfermería se concentrarán el próximo día 1 de diciembre frente al Congreso de los Diputados para denunciar que los partidos políticos están “abandonando a su suerte” a la Sanidad pública. ¿Los partidos políticos? ¿Qué partidos? Será Pedro Sánchez, como responsable del Gobierno, el que abandona este pilar esencial del Estado de bienestar. El presidente va a tener en su mano más de 140.000 millones en fondos de la UE. ¿En qué piensa gastarlos? Todavía no le hemos visto presentar el plan que más necesita este país: uno que reflote nuestro maltrecho sistema de Seguridad Social, que mejore las condiciones laborales de médicos y enfermeras y que acabe de una vez por todas con las listas de espera.
Tal que ayer, en una cadena de radio, una mujer se quejaba amargamente de que su hospital le había dado cita para el 2023 por una mancha corporal que extrañamente le aparece y le desaparece. Más de un año para diagnosticar una afección que puede terminar convirtiéndose en un melanoma, con todo lo que ello supone y el peligro de sufrir un cáncer de piel. Miles de españoles viven el infierno de las listas de espera en la salud pública en todas sus especialidades. No se trata ya de los muertos que va a llevarse el coronavirus, son los que van a irse para el otro barrio por el retraso en las listas de espera. El colapso ya está provocando un nefasto fenómeno sociológico: cada vez son más los pacientes que terminan desistiendo y recurriendo al médico privado, que es el mismo del hospital público, solo que en su consulta de tarde y ganando más dinero.
La dejadez de la Sanidad empieza a ser un asunto difícilmente comprensible, no solo porque España ya estaba por debajo de la media en inversión sanitaria respecto a los demás países de la Unión Europea antes del coronavirus, sino porque el agente patógeno debería habernos enseñado que sin un sistema sanitario público robusto y potente estamos perdidos. El mundo poscovid exige inversiones millonarias, esfuerzo en personal, en tecnología avanzada y en recursos materiales. Mucho más gasto público, como correspondería a la socialdemocracia que va vendiendo el presidente en sus congresillos del PSOE. Todavía hoy recordamos el triste espectáculo de los primeros días de pandemia, cuando nuestras enfermeras tuvieron que fabricarse trajes de protección especial con bolsas de basura y con lo que pillaron a mano. Miles de ellas se contagiaron, unas cuantas murieron. La España de los balcones salía a aplaudirlas cada tarde a las ocho, aunque pronto sufrieron el rechazo xenófobo de los fanáticos que no las querían cerca de sus casas por miedo al contagio. Rata vete de este barrio, les decían.
Semejante disparate no debería volver a ocurrir nunca, pero varias preguntan siguen en el aire: ¿se ha hecho acopio de material adecuado para no tener que recurrir al mercado chino cuando un nuevo tsunami vírico que llegará más tarde o más temprano sea ya imparable? ¿Se han comprado respiradores de oxígeno para las UCI, se ha acometido un plan de emergencia con protocolos de actuación para las comunidades autónomas, se han proyectado hospitales de pandemia, se ha reforzado la Atención Primaria, primera barrera de contención para evitar que el sistema sanitario colapse por saturación? Todas estas cuestiones tienen una respuesta negativa.
Pero lo que más indigna, sin duda, es que un Gobierno que se pone a sí mismo la etiqueta de socialista vaya a dejar en la estacada a miles de trabajadores de la salud pública que fueron contratados como refuerzos en calidad de interinos o eventuales cuando todo se venía abajo y que ya no interesan al ser considerados chatarra laboral. Hablamos de gente que dio lo mejor de sí misma en medio de un escenario de guerra, voluntarios que acudieron a jugarse la vida en primera línea de batalla, profesionales a los que se debería levantar un monumento en cada pueblo y en cada ciudad y a los que ni siquiera le han mejorado el salario tercermundista que venían percibiendo. Todo esto recuerda, tristemente, a aquellas épocas pasada en las que este país dejaba abandonados a sus mejores soldados, como ocurrió en la guerra de Marruecos, en Cuba, en las Filipinas, en tantas tragedias que es mejor no recordar. No hemos salido de la España negra.
De momento, las comunidades autónomas ya han prescindido de 21.000 profesionales, a los que se les ha enviado una fría carta de despido y a veces ni eso, ya que a muchos se les comunica la rescisión por Whatsapp, como en un grupo de amiguetes del barrio. Adiós muy buenas y que usted lo pase bien. Pero lo peor es que la sangría continúa. El Gobierno de Andalucía, por ejemplo, ya ha anunciado que de los 20.000 sanitarios que contrató en pandemia 8.000 han dejado de prestar servicios a partir del 1 de noviembre. Otras comunidades como el Madrid de Díaz Ayuso van a seguir el mismo camino. Todo ello a las puertas de una sexta ola de la pandemia que parece inminente. ¿Qué piensan hacer con ellos, volverlos a contratar ahora después de haberles dado un trato denigrante como trabajadores y como personas? ¿Y todavía confían en que se dejen la piel abnegadamente para seguir salvando vidas? Sánchez debería poner orden en este sindiós y no pasarle el muerto a las competencias autonómicas. Por eso es tan urgente un Plan Nacional de Salud Pública que invierta dos o tres puntos más de PIB en este pilar básico del Estado de bienestar, que refuerce las esquilmadas plantillas, que frene las ansias privatizadoras de algunos y que permita que la hoy tambaleante Seguridad Social española, orgullo y modelo en todo el mundo, tal como se ha demostrado en la reciente campaña de vacunación, no termine derrumbándose estrepitosamente. A todos nos va la vida en ello. Póganse las pilas, señor Sánchez.