La crisis migratoria es un fenómeno global que está siendo aprovechada por la extrema derecha de las democracias occidentales para imponer un discurso por el que los migrantes son una amenaza. Por esa razón, tanto en la Unión Europea como en Estados Unidos ya se están aplicando políticas muy restrictivas. En Francia y Reino Unido, por ejemplo, se cambiaron los proyectos de ley de extranjería para incluir las reivindicaciones de la extrema derecha. En Estados Unidos, el presidente Joe Biden firmó una Orden Ejecutiva que permite a los agentes fronterizos negar la entrada a solicitantes de asilo humanitario sin cita previa. El Consejo de Europa decidió estudiar nuevas fórmulas para frenar la inmigración ilegal, entre las que se encuentra la creación de centros de internamiento en terceros países.
La inmigración no es una invasión. El enfoque restrictivo que se está imponiendo se sustenta en ideas erróneas generalizadas que sugieren que la inmigración plantea una «amenaza» a la estabilidad económica de las clase medias y trabajadoras.
Más de un 95% de los inmigrantes que llegan a los países occidentales tienen como objetivo principal conseguir un trabajo. Los datos demuestran que es falso que los inmigrantes les roben sus empleos a otros porque crean una mayor demanda de bienes y servicios y, por lo tanto, crean más puestos de trabajo.
Hay sectores de la extrema derecha europea y norteamericana que señalan las remesas que los inmigrantes envían a sus países de origen como una prueba de debilitamiento de las economías de las potencias occidentales. En cambio, un informe de la American University demuestra todo lo contrario, es decir, que, finalmente, ese dinero termina revirtiendo en las economías avanzadas.
Según el estudio, al que Diario16+ ha tenido acceso, aunque las remesas suponen una salida de dinero de los países, finalmente vuelven de otras maneras. En Estados Unidos, suponen una aportación de 2,2 billones de dólares anuales (un 8 por ciento del producto interno bruto (PIB), cifra que es mayor en lo que se refiere a Canadá.
Esta estimación revela un elemento crucial que disipa las ideas erróneas sobre el impacto económico de la inmigración: las remesas constituyen menos de un 5% del valor económico total generado por los inmigrantes.
Estas transferencias transnacionales son importantes para quienes las reciben, pero no representan una desviación de recursos del país porque el 96% de la riqueza generada por el trabajo y los gastos de los inmigrantes se queda en los países.
A corto plazo, la llegada de inmigrantes revitaliza las economías occidentales. A largo plazo, contribuyen a mantener una población relativamente joven en un contexto de envejecimiento.
Según el prestigioso Instituto de Política Económica, la inmigración no genera un alto desempleo entre los trabajadores nacionales. Los inmigrantes no superan el 15% de la fuerza laboral, desempeñan papeles fundamentales en diversos sectores empresariales críticos para las economías y ocupan una variedad de empleos en todas las escalas salariales.
Un informe de la Oficina de Presupuesto del Congreso de los Estados Unidos señaló que la inmigración contribuye a un crecimiento económico sólido y se espera que la inmigración futura impulse el producto interior bruto real en un 2% durante la próxima década.
En consecuencia, no habría crecimiento económico interanual sin la llegada de inmigrantes. Si la inmigración disminuye en los próximos años por las políticas restrictivas impuestas por la extrema derecha, es probable que el crecimiento económico se desplome y la inflación aumente aún más.
La inmigración no es sólo una cuestión humanitaria, sino un elemento crucial para las grandes economías. Economistas y las principales universidades del mundo han demostrado que aportan talento y crean empleos, crecimiento y un futuro más sólido para la economía de las democracias occidentales.