Negacionistas: la conjura de los necios

22 de Agosto de 2020
Actualizado el 02 de julio de 2024
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Minifa antimacarilla

Querido magufo:

Podría empezar esta carta diciendo que eres un verdadero gilipollas, porque honestamente lo creo, pero entiendo que eso te dispondría mal para aguantar el resto de mi verborrea y, al final, uno escribe para ser leído. También para ser entendido, aunque en esto último no confío demasiado, me vas a disculpar.

Vaya por delante que respeto y defiendo el derecho de cada uno a creer y sostener cuantas chorradas necesite para sobrellevar la angustia de la mera existencia. Si hay señores subidos en altares diciendo que toda la humanidad desciende de una única pareja, tú también tienes derecho a creer que te han venido a ver los marcianos y te han sondado por donde nunca luce elSol.

El problema, como con los curas, no es aquello en lo que crees, sino aquello que haces. Al igual que no es lo mismo amar al niño Jesús que violar monaguillos, es muy diferente creer que Bill Gates te quiere poner un chip y negarte a llevar una mascarilla. Lo primero quiere decir que tienes un problema para distinguir la realidad del delirio más absoluto; lo segundo, que te importa un carajo la salud de tu comunidad. De todas formas, a Bill Gates volveremos un poco más tarde.

Porque, querido magufo, esto va de solidaridad. Muchos hemos respetado escrupulosamente el confinamiento, no tanto por el riesgo para nuestra propia salud (tengo 40 años y, aunque estoy un poco gordo, no creo ser persona de especial riesgo), sino porque hemos entendido que son nuestros mayores los que están en verdadero riesgo de morir por esta mierda. Porque tal vez el virus “no sea para tanto”, pero si las unidades de cuidados intensivos se saturan va a morir mucha gente y ni siquiera va a ser a causa del covid. Por eso nos quedamos en casa, por eso aceptamos el distanciamiento social y por eso nos ponemos la puta mascarilla: por nuestros vecinos; por nuestros abuelos.

Lo hacemos por aquellos que se han dejado la vida haciendo que este país sea lo que es. Los que pelearon y pelean porque tú tengas el día de mañana una pensión digna. Por aquellos que sangraron para que tú pudieras ir a un colegio público o a una universidad. Por los que se dejaron la vida para que tú disfrutes de la libertad para decir las mamarrachadas que ahora dices.

Así que cuando te niegas a ponerte una mascarilla, no estás siendo un revolucionario que se resiste a la opresión del poder, de la “verdad oficial” o de los Men in Black. Eres, en realidad, un egoísta absoluto. Un tipo que antepone sus creencias al riesgo potencial que sus acciones suponen para un tercero. Y oye, las cosas como son: si tus creencias se basaran en la ciencia y te llevasen a cuestionarte determinadas cosas, tu ejercicio de libertad sería hasta defendible.

Pero no. Qué va. La ciencia a ti te resbala. O peor aún: la niegas tildándola de verdad oficial, un eufemismo para no llamarle mentira, porque si vas a junto de alguien que ha sobrevivido a un cáncer gracias a la quimioterapia y le dices que la medicina es mentira, lo más normal será que se descojone en tu puta cara. Y a nadie le gusta que se rían de él.

La palabra clave de tus delirios es ego. No encuentro otra explicación. Hay que tener un ego muy inflado para sostener sin rubor que siglos de avances médicos son mentira y creer que tú, con tu curso CCC de reiki y flores de Bach, estás en disposición de enmendarle la plana a gente que ha invertido décadas de su vida en mejorar la de todos, muchas veces en condiciones de absoluta precariedad.

No buscas la libertad de nadie, querido magufo. Buscas masturbar tu ego sin necesidad de llevarte la mano a la genitalia.

Avergüenzas a un país entero cuando vas a manifestarte contra el uso de la mascarilla. Cuando coreas estupideces como “queremos ver el virus”, porque debe ser que las cosas que no se pueden ver no existen. No existe la atmósfera ni la capa de ozono. No existe el núcleo de la Tierra –de hecho, es hueca o plana, según algunos de los tuyos–, ni tampoco los glóbulos rojos, las criaturas microscópicas, los átomos, el ADN, la electricidad o el gas butano.

Tampoco existe la señal wifi que te permite estar leyendo este artículo desde tu móvil, todo el mundo sabe que las comunicaciones se hacen como en Érase una vez la vida: hay unos tipos azules que van de un lado a otro a toda hostia –y no son a los currelos de Amazon– entregando paquetes de datos para que tú puedas jugar al Fortnite, claro que sí. En tu ordenador con sistema operativo Microsoft. Ahí no te controlan, ¿no?

Esa es otra: ¿qué carallo os pasa ahora con Bill Gates? Porque lo de echarle la culpa de todo a Soros se entiende, que para eso es judío –esto ya hubo quien lo pensó antes que vosotros–, pero ¿a Bill Gates? Sí, las prácticas monopolísticas de Microsoft han sido durante muchos años un verdadero cáncer para la industria del software y sus sistemas operativos tienen más agujeros que unos calcetines después del Camino de Santiago, pero vosotros no vais por aquí.

Decís que la vacuna contra la covid es mentira, que en realidad se trata de un gran plan para ponernos a todos un chip como si fuéramos animales domésticos. Un chip de control, seica, que se activaría mediante tecnología 5G.

Me faltan los conocimientos necesarios para explicaros por qué eso es una soberana estupidez, aunque sí puedo deciros que hemos sobrevivido a otras cuatro “Gs” anteriores y aún tenemos pendiente encontrar al primer muerto a causa de dicha tecnología. De hecho, sin esas tecnologías, no podrías estar viendo a ese otro descerebrado que anuncia haber descubierto la verdad verdadera de la buena desde su página web con 50 visitas. ¿Por qué ese señor que ha descubierto la verdad sigue vivo si ha destapado una grandísima conspiración de todos los gobiernos del mundo? Con lo fácil que es sacarse a gente incómoda de en medio. Pregunten a Putin, que en esto se queda solo.

Querido magufo, voy terminando, que esto ya va largo y sé que no va a servir de nada en absoluto. El mundo es complejo y está lleno de incertidumbre, así que tú vas a seguir reduciéndolo a un mal chiste donde una élite secreta de malvados multimillonarios intenta exterminar, controlar o reprogramar a la mayoría de la población mundial. Porque cuando no entendemos la realidad y solo somos capaces de percibir trozos de ella, nuestro cerebro está programado (¡uy lo que he dicho!) para rellenar los huecos con cualquier cosa medio creíble que pille por ahí. Explicaciones simples a fenómenos complejos.

Me hago cargo también que esa sensación de pelear a la contra del oficialismo tiene un halo romántico que os hace sentir que sois La Resistance francesa oponiéndoos a la ocupación nazi, así que imagino que este artículo no os hará plantearos nada. Si acaso, os dará para echaros unas risas en vuestro próximo Skype (de Microsoft, por cierto) de “despiertos”, un autocalificativo que os colgáis y que dice mucho más de vuestros egos insatisfechos que de los que seguimos durmiendo.

Y eso es todo por hoy, mi querido magufo. Te mandaría un abrazo, pero yo sí respeto la vida de los demás por encima de mis propias ideas, así que te va un choque de codo en su lugar. Cuídate si decides volver a manifestarte con el resto de la clase de educación especial contra las mascarillas y no te olvides el gorrito de papel Albal por si las microondas. Dale saludos a Pàmies y a Miguelito Bosé, que últimamente se lo ve un poco desmejorado de lo suyo.

Me despido con mis mejores deseos para ti y los tuyos (especialmente para ellos), no sin antes desearte toda la suerte del mundo en la próxima ceremonia de los premios Darwin.

Salud y República.

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