Nikoloz Sherazadadishvili venía a Tokio con la consigna de conseguir el único gran título que le faltaba: el oro olímpico. Las sensaciones del judoca nacido en Georgia fueron malas desde el principio del día. En los dos primeros combates, ante el mongol Gantulga y el sueco Marcus Nyman, necesitó llegar al golden score (y más de tres minutos en cada uno de ellos) para avanzar a la siguiente ronda.
A Niko se le vio tenso, nervioso, y algo dubitativo. No en vano, su entrenador Quino Ruiz le hacía gestos constantes de calma. Ya saben, la presión de los Juegos Olímpicos. Y si no, que se lo digan a Simone Biles. El dos veces campeón del mundo estaba ante la gran oportunidad de su carrera, y todos los focos miraban a él.
Tras las dos primeras victorias apuradas, llegó la fase de cuartos ante el ruso Mikhail Igolnikov. La bestia negra de Niko. Siete derrotas en ocho combates disputados con el soviétivo. La tónica era la misma. Sin riesgos. Lucha de agarres y control. Nada de buscar el ippon. A tan solo diez segundos del final vimos una de las imágenes más chocantes de Tokio 2020 para la delegación española. Igolnikov llevó a Niko Shera al suelo del Nippon Budokan y le aplicó una llave de sumisión letal que acabó con las opciones del judoca residente en Madrid desde los 14 años. Niko terminó derrotado y prácticamente inconsciente. Sin movilidad en el brazo que Igolnikov le había estrujado con sus piernas. Los médicos salieron inmediatamente a atender a Shera, que al cabo de dos minutos se levantó y se marchó apesadumbrado del tatami.
La derrota en cuartos le daba acceso al combate de repesca por las medallas. Allí le esperaba el uzbeko Bobonov. El número cinco del mundo y el que fuera su rival en la final del último campeonato del mundo. Shera estuvo algo más agresivo, pero no pudo evitar una durísima derrota en el minuto cinco del golden score, gracias a un wazari de Bobonov. Las lágrimas y desesperación posteriores del número uno del ranking en la categoría de -90 kg fueron el reflejo del día de Niko. Un día en el que no salió nada. Una decepción morrocotuda.