En un ambiente cargado de expectación global y medidas de seguridad reforzadas, los presidentes de Estados Unidos, Donald Trump, y de Rusia, Vladímir Putin, acaban de iniciar esta tarde en Alaska una reunión crucial para intentar sentar las bases de una salida negociada a la guerra en Ucrania, conflicto que ya dura más de tres años y medio.
El lugar elegido, la base militar Elmendorf-Richardson en la ciudad de Anchorage, no es casual: fue territorio ruso hasta 1867 y hoy simboliza tanto el pasado compartido como el pulso estratégico entre ambas potencias.
La cumbre ha arrancado con una escenografía solemne y calculada, tras la llegada sucesiva de ambos mandatarios en sus aviones oficiales.
El presidente anfitrión saludó a Putin y juntos se dirigieron al recinto militar, donde se espera una serie de encuentros bilaterales, primero cara a cara y, posteriormente, con sus respectivas delegaciones.
El Kremlin ha anticipado que la reunión, que incluye un desayuno de trabajo y una rueda de prensa conjunta, podría extenderse hasta siete horas.
La delegación rusa incluye figuras de primer nivel como el ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, y el de Defensa, Andréi Belúsov; por parte estadounidense, acompañan al presidente los responsables de Comercio, Tesoro y Exteriores.
Trump se ha aferrado en los últimos días a la idea de ser el único capaz de lograr la paz entre Rusia y Ucrania, una postura que se ha reflejado en maniobras de presión y gestos enérgicos hacia Moscú. Sin embargo, expertos como Stephen Hall de la Universidad de Bath y Peter Harris de Colorado advierten que Putin parece decidido a “negociar por negociar” y dilatar cualquier avance efectivo, mientras muestra fuerza y rompe el aislamiento internacional con esta visita histórica a suelo estadounidense.
En el trasfondo de la negociación, persisten las exigencias rusas de anexión territorial y la desmilitarización de Ucrania; demandas que Kiev rechaza de plano y que no cuentan, por el momento, con una fórmula de consenso.
El formato de la cumbre, opaco y centrado en la diplomacia directa —sin la presencia ucraniana—, ha generado inquietud en los países europeos y una oleada de protestas en Alaska en apoyo a Ucrania.