Susanismo, entre todos lo mataron y él solo se murió

04 de Diciembre de 2018
Actualizado el 02 de julio de 2024
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SUSANA DÍAZ
Se acumulan los interrogantes en el populoso barrio León de la Sevilla trianera, bastión por antonomasia del susanismo en su más pura esencia y lugar de residencia de la lideresa indiscutible hasta hoy del PSOE de Andalucía. ¿Por qué? ¿Qué hemos hecho mal? ¿La culpa es nuestra o de la movilización extrema de todas las derechas? ¿La desunión de ‘las izquierdas’? ¿Los ERE? ¿Endosamos el mochuelo a la inexistente lluvia en un resplandeciente y soleado domingo electoral del otoño andaluz? ¿Simple desgana de una izquierda desmovilizada conscientemente o voto de castigo a políticas demasiado escoradas al liberalismo? ¿Las fratricidas primarias socialistas de 2017 están pasando ahora factura por el sur? ¿Las arriesgadas políticas de Pedro Sánchez en el entuerto catalán?
La sangría de votantes que ha ido perdiendo sucesivamente el socialismo andaluz es una constante desde el ya lejanísimo 2004
Infinitas preguntas, ni una sola respuesta. Y mucho menos una convincente que aclare la hecatombe del PSOE en Andalucía, del susanismo, esa forma sui géneris de aplicar políticas de izquierda moderada abrazada a los preceptos básicos del capital. Bueno, sí, una sola respuesta clara entre tanta pregunta sin aclarar: el susanismo ha muerto. Sólo queda ya a estas alturas leer el responso y enterrar el cadáver.Nunca en apenas dos años una figura política como la de Susana Díaz (Sevilla, 1974) pasó desde tan alto a tan bajo. Nunca una figura política como la de esta sevillana se quemó tan rápido cuando los augures del socialismo la elevaron ad eternum a los altares de los elegidos. Mamó desde niña el socialismo en casa de su padre fontanero y de su madre ama de casa, y después desde su juventud entre las paredes del cuartel general del PSOE sevillano (cuna de otros históricos como Felipe González o Alfonso Guerra, entre otros muchos) en la avenida Luis Montoto. Desde los tiempos de González y Guerra, nunca dos socialistas como Sánchez y Díaz han acaparado tanta atención mediática en tan poco tiempo.El punto de inflexión se produjo el 21 de mayo de 2017. Susana Díaz, que vino del sur a la capital del reino con la maleta llena de ambiciones, se tuvo que volver Despeñaperros abajo y quedarse ahí, entre sus más fieles y plantear una política de contención del susanismo cuando las alertas internas daban ya señales de aviso desde mucho tiempo atrás. Nunca se atendieron estas alarmas en la calle San Vicente de Sevilla, sede del PSOE andaluz. Y ahora todo son caras circunspectas de asombro y shock total.
¿Simple desgana de una izquierda desmovilizada conscientemente o voto de castigo a políticas demasiado escoradas al liberalismo?
Ampliando el foco, el mal que ha derivado en la pérdida de la mayoría socialista en el granero de votos por excelencia de este partido centenario viene inoculándose poco a poco desde mucho tiempo atrás. La tupida red clientelar tejida durante 36 años de gobiernos ininterrumpidos, un sistema que se retroalimenta a sí mismo de sus propias verdades absolutas y unos mecanismos endogámicos de actuación y dulcificación de la realidad a sus intereses partidistas han provocado durante décadas un caldo de cultivo difícil de digerir.A nadie escapa que la sangría de votantes que ha ido perdiendo sucesivamente el socialismo andaluz es una constante desde el ya lejanísimo 2004, en tiempos de Manuel Chaves, hoy a punto de conocer si queda inhabilitado durante diez años por el caso de los ERE irregulares, como su sucesor José Antonio Griñán, al que también se le pide prisión por presunta prevaricación y malversación.Nunca nadie hasta hoy, 3 de diciembre de 2018, se ha empezado a hacer todas las preguntas que encabezan este análisis, porque no lo han creído necesario. Han vivido muy cómodos en la complacencia que otorgaba una comunidad autónoma que nunca le ha fallado a unas siglas que en Andalucía adquieren una idiosincrasia muy particular. El susanismo como fenómeno político sólo ha tenido una vigencia de cinco años, pero parece un siglo por las simientes que plantaron en esta tierra sus antecesores.La ciudadanía andaluza, a derecha e izquierda de los diferentes ejecutivos de Susana Díaz desde que sucediera a Griñán en el palacio de San Telmo (sede de la Presidencia de la Junta) en 2013, siempre ha mostrado el mismo hartazgo por una forma de hacer política que exasperaba igual a conservadores que izquierdistas, incluidos los que se sienten orgullosos de militar en este partido desde mucho antes de que Susana Díaz acumulara todo el protagonismo de forma cesarista en su persona hasta el punto de arrinconar las siglas históricas a un rincón casi inapreciable.Estas elecciones andaluzas ponen punto y final al susanismo. De ello no cabe duda. Y lo hace de la peor manera posible: permitiendo alentar el fantasma de la ultraderecha, hasta el punto de tener una representatividad parlamentaria más que alarmante por primera vez en la democracia española tras la Transición. Pero también pone fin a la hegemonía histórica de un partido al frente del gobierno autonómico, en una simbiosis que hasta ahora parecía indestructible e inamovible.
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