Alcaraz sigue sin encontrar a Alcaraz

Sale a la pista sin saber quién es, quién va a tomar el mando, quién va a responder a los ataques y a la tensión mental.

La temporada empezó un maravillosamente bien, y cuando llegó Wimbledon y sin tener apenas experiencia en hierba se hizo con el título, Carlos Alcaraz se convirtió en un cohete que se sentía capaz de dar vueltas y más vueltas alrededor del mundo sin detenerse ni parar. Pero…

Pero en Cincinnati el cohete empezó a apestardear. Porque él quería. Lo quería por encima de todas las cosas. Y además estaba seguro de su capacidad. Era evidente que su tenis era superior al de Novak Djokovic. Que si daba lo mejor de sí mismo lo podía ganar.

No era tan fácil. Djokovic es un guerrero de naturaleza muy singular. Ya le había echado la maldición en Wimbledon.

«Llegarás muy lejos si tu salud te lo permite».
Y esa pequeña semilla empezó a crecer dentro de Alcaraz.

Se había acabado el ganar. El ganarlo todo. Si daba lo mejor de su mismo y jugaba su tenis superlativo podía ganar a cualquiera, pero no era capaz de jugarlo en todo momento. Desde principio a fin de todos los partidos.

Nadie puede.
Yo sí.
No, tú tampoco.
Y esa es la discusión que está dentro de él ahora.
Cuando bajó a la pista a enfrentarse a Zverev.

Y sucedió que en el primer set volvió a encontrar dentro de sí mismo al gran Alcaraz, al genio imbatible. Pero se le volvió a escapar.

Quizá le vendría bien relajarse y caer. No ganar el torneo de Maestros. Quedar incluso de los últimos. Relajarse y caer. Tiene una edad magnífica para volver a escalar. Porque es más fácil escalar en determinados momentos de la vida que mantenerse sin fallar ni caer jamás.

Alcaraz volverá a encontrar a Alcaraz. Muchas veces. Le veremos hacer magia. Lo imposible. Como si fuese Spider-Man. Volveremos a verle. Pero nadie puede decir, ni siquiera el propio Carlos, cuando eso sucederá.

Tigre Tigre