José Luis Ábalos ha negado ante Leopoldo Puente, juez del Tribunal Supremo, que haya cobrado comisiones ilegales del empresario Víctor de Aldama a cambio de favores políticos en su etapa de ministro de Transportes. O sea, que no hubo manta de la que tirar y, si la hubo, no se movió. El caso Koldo se estanca.
Ábalos se está revelando como un buen encajador, un discreto caballero que, de momento, no quiere hacerle daño a Pedro Sánchez siguiendo los pasos del cantarín Aldama. Pudiera ser que, de aquí al final de la instrucción, y en función de lo que el juez vaya averiguando sobre los contratos de Soluciones de Gestión y la trama que se había organizado alrededor de la compraventa de mascarillas en lo peor de la pandemia, Ábalos decidiera arremeter contra su partido. Pero, de momento, nada de nada. No revienta el PSOE por los cuatro costados como pronosticaba la prensa de la caverna.
Los periodistas que aguardaban a las puertas del Supremo se quedaron con dos palmos de narices y sin titular. Cuando todo el mundo esperaba que Ábalos activara la bomba contra el partido socialista, resulta que ni bomba ni nada. El que fuera mano derecha de Sánchez salió visiblemente tranquilo, se cruzó la americana con esa forma suya tan frescales y particular y, con las mismas, dando las gracias amablemente por la paciencia, desapareció como riéndose de todos por lo bajini. Se acabó el show, todo el mundo a su casa.
¿Calla Ábalos por lealtad, por compañerismo o porque no tiene basura que tirarle a Moncloa? Por lealtad no creemos que sea, Ferraz lo expedientó, lo aparcó en el Grupo Mixto como un mueble viejo y le arruinó la carrera política. Tiene motivos más que suficientes para no ser leal, ya que no debe resultar nada fácil que aquellos que antes eran tus subalternos te traten a patadas. En cuanto al compañerismo, la política no conoce de amigos, así que por ahí tampoco. Más plausible es la tercera hipótesis: que en realidad no tenga material sensible o comprometedor ni cartas en la manga para jugarse un póker con Sánchez. Hay quien dice que Ábalos calla por lo que le han prometido. Pero nadie es tan tonto como para comerse el marrón de la supuesta financiación del PSOE, él solito, y pagar con la cárcel, por mucho que a uno le hayan prometido el oro y el moro y una jubilación tranquila para cuando salga del trullo. Un tipo inteligente y veterano como él no cae en el anzuelo en el que pican muchos, o sea “callar para cobrar”.
“No hubo ningunas comisiones”, dijo Ábalos a los medios de comunicación tras su esperada declaración. “Nada ha quedado en el tintero, se han tocado todos los extremos ya conocidos y publicados”, respondió a preguntas de los reporteros. El exministro emergió del Supremo envuelto en esa especie de tufo a incienso y a iglesia de los que pasan por el trance del cara a cara con el confesor judicial. Pero se le vio entero, confiado, seguro de sí mismo. También conciliador, sin caer en la histeria de esos políticos que salen del juzgado como un miura de Las Ventas, o sea dando cornadas a diestro y siniestro, acusando al fiscal de lacayo del Gobierno y denunciando una caza de brujas o persecución política. No es el estilo Ábalos. No en vano, siempre se ha jactado de querer declarar voluntariamente para poner las cosas en su sitio. Esa pose cachazuda no es lo normal entre aquellos gobernantes que se sienten acorralados por un caso de corrupción.
Ábalos se plantó ante los periodistas con una flema y una pachorra que asustan. Más que de un juzgado parecía salir de una relajada sauna o de un encuentro romántico con Jésica veinte minutos. Eso sí, reconoció que le había echado el muerto al de abajo, en este caso al fiel Koldo, que es quien a partir de ahora va a asumir el papelón de chivo expiatorio, de cabeza de turco, primo o pagafantas. Y aunque eso debió quitarle un gran peso de encima, también ha debido crearle una nueva tensión, ya que no sabemos cómo le ha sentado la nueva estrategia al grandullónque hizo de chófer, guardaespaldas, confidente y chico para todo del ministro. De momento, Koldo García ha filtrado que también está tranquilo, en la creencia de que, si Ábalos ha dicho la verdad, él también. Aquí todos son unas devotas y honradas hermanitas de la caridad que no decían ni una sola mentirijilla. Lo de las comisiones, los coches de alta gama, los chalés de lujo y el enriquecimiento personal es otro cantar. Eso ya tal, como diría Rajoy.
Cuenta Pilar Rahola que cuando tomó parte en la comisión Roldán, allá por el Paleolítico Superior, todos supieron que había tema cuando el exdirector general de la Guardia Civil se dirigió al portavoz del PSOE que le interrogaba para advertirle que tenía “más mierda” sobre el partido de la que podía imaginarse. Hasta el momento, Ábalos no ha dado rienda suelta al ventilador. Se contiene con un dominio de sí mismo que impresiona, es como un silencioso monje budista que lo sabe todo y no sabe nada. Habrá que esperar a nuevas entregas de esta truculenta historia porque todavía quedan muchos cabos sueltos que atar, entre ellos cómo pudo ser que un señor tan sospechoso como Aldama (el presunto estafador de los hidrocarburos que llamó “mitómano” al presidente y se relacionó con lo más granado del Partido Popular) se paseara por los pasillos del ministerio y con pase VIP. Mucho nos tememos que aquí no haya solo una manta, sino muchas. El problema es que nadie quiere tirar de ellas. José Antonio Gómez, mi querido director, dice que esto es el silencio de los corderos, ya que todos tienen mucho que perder si empiezan a largar. Bien visto, jefe.