Mucho se ha especulado con la supuesta estrecha alianza entre Santiago Abascal y Donald Trump, como si la relación entre ambos fuese de tú a tú, de igual a igual, de bro a bro. Nada más lejos. Ayer, llegado el momento de la histórica toma de posesión del magnate neoyorquino, Abascal no estuvo sentado en un lugar preferente del Capitolio, sino en una sala aparte, en un local reservado, junto al resto de la tropa. Pobre Santi, cruzar el Charco para que lo traten como a un mena. Está visto que el patrón no le quiere tanto como parecía.
Durante el franquismo, el Régimen trató de pintar al yanqui como el “amigo americano”, cuando en realidad el Caudillo jamás pisó la Casa Blanca porque nunca fue invitado (sí don Juan Carlos, que lo hizo en 1971 en visita diplomática para consolidar la imagen de la dictadura). Franco regaló las bases militares a los estadounidenses (un tributo que los españoles seguimos pagando hoy) y eso que ni siquiera recibió un centavo del plan Marshall, que roció a la destruida Europa con el maná de miles de millones de dólares. Jamás hubo una relación de bilateralidad entre dos países aliados, en todo caso la sumisión de un sanguinario dictador fascista al imperio por razones tan lógicas como pragmáticas: a Estados Unidos le interesaba una España no republicana, bajo dominio de una tiranía militar y como contrapeso al comunismo, de modo que permitió que el general se perpetuara en el poder durante cuarenta años. A cambio, Franco obedecía como buen lacayo cada vez que el embajador acudía a El Pardo con las últimas instrucciones de la Administración de turno.
Esa concepción servil y acomplejada, históricamente asumida por el Régimen, es la que parece haberse transmitido a Vox, el gran heredero del legado franquista. Abascal sigue asumiendo el rol que le interesa al amigo americano, en este caso Trump quien, llegado el momento de la foto para la historia, ha decidido aparcar al líder ultra español fuera de campo, lejos, en un cuartucho con un televisor de plasma que iba retransmitiendo la gala de entronización. El trato dispensado a Abascal choca con el que el nuevo presidente ha dado a otros mandatarios de la extrema derecha global. A Giorgia Meloni, por ejemplo, la ha obsequiado con todo un álbum de instantáneas para Instagram en el que ambos aparecen fraternalmente unidos y levantando el dedo pulgar. A Milei, otro favorito, le ha concedido el privilegio de un vídeo de un minuto donde los dos gritan el ya famoso eslogan ácrata argentino de Viva la libertad carajo. Y a Bukele le ha hecho ojitos, como si fuesen íntimos de toda la vida. Sin embargo, con Abascal no ha habido esa deferencia o cariño, como si se tratara de uno más que pasaba por allí. Qué ingrato el padrino con el aplicado aprendiz.
Es evidente que Tump ha tratado al líder de Vox como un invitado de segunda. O sea, que si este sarao hubiese sido una boda, Abascal se habría sentado no en la mesa de los amigos del novio sino en la mesa de conocidos, parientes muy lejanos o camareros. Pese a ello, Vox ha tratado de sacarle todo el jugo posible a la toma de posesión (buscando sin duda el voto latino) y ayer colgaba una nota de prensa en la que daba cuenta de que su amado líder había asistido a la cena de gala en el Hotel Omni Shoreham de Washington D.C., lo cual no tiene demasiado mérito. Ellos venden que lograron colarse en ese ágape de élites como un gran éxito diplomático, cuando en realidad allí estuvo media ciudad. Da un poco de penita que los voxistas presuman de que su macho alfa ha coincidido, entre plato y plato, con destacadas personalidades de la política norteamericana (aunque no haya prueba alguna). Así, juran que hubo reunión con el próximo secretario de Estado, Marco Rubio; con la de Seguridad Nacional, Kristi Noem; con el polémico antivacunas Robert F. Kennedy Jr., del Departamento de Salud (por lo visto todavía sigue existiendo, Trump no se lo ha cargado aún metiéndole la motosierra de Milei) y con Sean Duffy, de Transportes o sindicato de camioneros. Por lo visto, el Caudillo de Bilbao alternó con todos ellos, pero de Trump, ni rastro. El potentado ni siquiera se dignó a pasarse por la mesa donde estaba el líder de la ultraderecha hispana para darle unas palmaditas en la espalda y desearle ánimos en su cruzada nacional contra el sanchismo. Si lo hubiese hecho, nos habríamos enterado al instante, ya que la caverna mediática digital habría difundido la foto a cinco columnas.
Obviamente, nos encontramos ante un gran fracaso del departamento de Exteriores de Vox (si es que lo tienen). Ahora se está viendo que alrededor de la relación Trump/Abascal se había construido mucha leyenda urbana, mucho mito y mucho bulo, cosa normal por otra parte tratándose de la máquina del fango verde. Puede que el nuevo dueño del mundo libre haya apoyado públicamente al proyecto nostálgico español en alguna que otra ocasión, incluso es posible que se haya escapado algún que otro donativo en tiempos del asesor trumpista Steve Bannon (hoy defenestrado), pero en cualquier caso no parece haber demasiada confianza o intimación. Hace un año, cuando Abascal se reunió con su mentor durante la cumbre de los republicanos estadounidenses más ultras, ya quedó patente esa frialdad. En aquella ocasión, el hoy emperador del mundo libre le concedió un encuentro de 15 minutos a nuestro gran hombre. Un cuarto de hora, un visto y no visto, el tiempo de una hamburguesa mala y apresurada en el McDonald’s de la Trump Tower. Entonces se dijo que ambos hablaron del “fortalecimiento de las fronteras frente a la inmigración ilegal”, algo extraño teniendo en cuenta que Estados Unidos y España comparten cero metros de frontera común, a menos que Trump crea que España está en México, lo cual no es descartable. Poco más se supo de aquel cara a cara más rápido que un editorial de Pedrerol. Lo dicho: Trump, como buen padrino, tiene a sus hombres de confianza, entre los que todavía no figura Santi. A ver si va a creer que es musulmán, como Obama.