PP y Vox intensifican sus hostilidades a falta de cuatro días para las históricas generales del 23J. Conquistado el voto centrista (o al menos eso cree él), Feijóo va a aprovechar la recta final de campaña para trabajarse al elector ultra, ese que abandonó el partido harto de la blandura de Rajoy y de la incompetencia de Casado para ganar elecciones. El gallego cree que todavía hay tiempo para convencer a los hijos prófugos de que únicamente cabe una opción para derogar el sanchismo: el voto útil, o sea el retorno al PP. Pero no solo se dirige al votante de derechas indeciso entre decantarse por la derechita cobarde o la derechona dura y franquista, sino que ya dispara contra todo lo que se menea, como suele decirse coloquialmente.
“A los que han votado al PSOE y se avergüenzan de sus pactos y cesiones, les pido su confianza. A los que han votado a Ciudadanos porque quieren un centro moderado les pido su confianza. Y a los que han votado a Vox para acabar con el sanchismo les pido su confianza”, asegura Feijóo. El hombre se ha venido arriba y, en un exceso de optimismo, ha pedido incluso la papeleta de aquellos votantes de Podemos que “no quieren que Vox tenga capacidad de decisión”, lo cual no deja de ser un ejercicio supino de cinismo, además de un delirio. Hay que tener mucho cuajo y mucho rostro de cemento para pedirle el voto a los de Pablo Iglesias con todo lo que ha dicho últimamente sobre ellos. Los ha llamado comunistas, separatistas, bilduetarras, bolivarianos y rojos masones, pero a la hora de la verdad, como el voto no tiene nombre ni apellidos, todo sobre metido en una urna con el membrete del PP le vale al siempre pragmático y frívolo Feijóo.
El líder conservador es un estadista raro. Presume de valores profundos y arraigados pero en realidad sigue el estilo Groucho Marx: estos son mis principios, si no le gustan tengo otros. “Este señor Feijóo no le dice la verdad ni al médico”, bromea Pedro Sánchez. Ahí ha estado brillante el presidente. Más directa aún ha sido Yolanda Díaz, quien ha llamado “mentiroso compulsivo” con todas las letras al dirigente popular. Anda desatada la vicepresidenta. Cosas de las campañas, que son como chutes de adrenalina en vena.
De cualquier manera, el presidente del Partido Popular ve con incertidumbre su futuro, ya que es evidente que las matemáticas no le dan para formar gobierno. Pedro J. Ramírez le recuerda que los últimos trackings o sondeos demoscópicos que ya no se pueden publicar por aplicación de la ley electoral hablan de que el PSOE “sube un poco, sobre todo por el último traspiés de Feijóo sobre las pensiones”. No obstante, no cree que peligre la mayoría del PP. Otra cosa (y esto ya lo decimos nosotros, no el veterano periodista) es que pueda formar un gobierno. Y ahí es donde entra Abascal. El líder ultra da un poco más de miedo en cada mitin. Escucharlo es como volver a ver a José Antonio subido a una tarima y vaticinando los más graves horrores y desastres para el país. La última cosa espeluznante la soltó ayer en un desayuno informativo en Madrid, donde llegó a afirmar que “no tiene ninguna duda de que si Vox gobierna con el PP volverán las tensiones a Cataluña y se darán situaciones incluso peores que en 2017”. La sentencia sonó, más que a vaticinio o a frío análisis sobre lo que puede ocurrir, a amenaza. Está claro que si él llega a tocar poder, bien como ministro de algo o vicepresidente, no le temblará el pulso a la hora de resolver el problema catalán a su manera. ¿Cómo? Pues obviamente al modo africanista, por las bravas, nombrando a un general sin escrúpulos, un Luis de Santiago como cuando la Semana Trágica de Barcelona, para que sofoque el incendio. La extrema derecha española tiene una obsesión constante y recurrente con Cataluña y no parará hasta meter los tanques en la Diagonal, con la cabra de la Legión abriendo paso.
“Nosotros no vamos a tener esos titubeos”, advierte Abascal sugiriendo, una vez más, que la actitud de Rajoy con los independentistas promotores del procés fue blanda, ya que aplicó un “155 de chiste”. Y va todavía más allá en el delirio. Cree tener la fórmula mágica para acabar con el problema catalán: una intervención sostenida y duradera en el tiempo que lógicamente no se reduciría a la suspensión de la autonomía y las instituciones de autogobierno, sino también a la ocupación policial y militar (quién sabe si no está pensando también en recuperar el somatén y las milicias ultraderechistas campando a sus anchas por las calles de Barcelona, como cuando la dictadura de Primo de Rivera). Cárcel, represión, disturbios, violencia, eso es lo que, en definitiva, está ofreciendo a los españoles el programa político del dirigente voxista. Y lo dice precisamente el 18 de julio, día del Alzamiento Nacional. Premonitorio.
Mal deben andar las encuestas (los sondeos apuntan a un pequeño descalabro de 52 a 30 escaños) para que Vox tenga que recurrir a una barbaridad que pensábamos no volveríamos a escuchar nunca más en este país. Definitivamente, Abascal es un peligro para la seguridad nacional y para la democracia misma. No extraña que Feijóo se lo esté pensando muy mucho a la hora de ofrecerle un ministerio y que incluso esté sopesando invitar a Sánchez a unos nuevos Pactos de la Moncloa (con cinco grandes asuntos de Estado) para quitarse de encima al Caudillo de Bilbao. Con Abascal vuelven los viejos fantasmas del pasado, palabras de sangre como “rendición”, “golpe de Estado” y “traición a los españoles”. Toda esa arenga patriotera que tan nefastas consecuencias trajo en otro tiempo y que parecía felizmente superada. Abascal no ofrece nada bueno a este país. Solo la semilla del odio y una “batalla cultural” que en realidad es un mal eufemismo de la guerra civil.