Adiós a Francisco, el Papa del corazón abierto a los pobres y los olvidados

La homilía del cardenal Re ha sido un alegato a la humanidad frente a líderes mundiales que están luchando por colocar separaciones y enriquecer a los ricos

26 de Abril de 2025
Actualizado a la 13:12h
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Un momento de la ceremonia exequial en honor al Papa Francisco | Imagen distribuida por el Vaticano

Apenas había salido el sol por encima del Quirinale cuando las primeras campanadas comenzaron a llenar la Plaza de San Pedro del Vaticano. El cielo parecía acompañar en silencio el sentimiento de miles de personas que, desde la noche anterior, hacían fila para despedirse de un Papa que rompió moldes, acercó la Iglesia a los últimos y se ganó, incluso entre los no creyentes, un respeto difícil de igualar.

Hoy, Francisco fue despedido como vivió: rodeado de su pueblo, sin grandilocuencias, y envuelto en una atmósfera de sobria emoción.

Una multitud que no conocía fronteras

La Plaza estaba llena desde muy temprano. Se veían banderas de Argentina, de países africanos, europeos, asiáticos y oceánicos, pancartas escritas en todos los idiomas del mundo. Algunos lloraban en silencio. Otros rezaban. Muchos simplemente esperaban, en una quietud casi reverente.

La procesión fúnebre comenzó. El féretro, sencillo, de madera clara, fue colocado frente al altar mayor. No había catafalcos dorados, ni coronas majestuosas. Sólo flores blancas y un sencillo crucifijo, tal como él había dispuesto en las reformas litúrgicas que promovió en 2024.

Una homilía que abrió el alma de todos

El momento más íntimo y poderoso del funeral llegó con la homilía del cardenal Giovanni Battista Re, quien eligió no hacer un panegírico político ni institucional. No. Optó por hablarle a Francisco de corazón a corazón.

«Francisco fue un Papa en medio de la gente. Nunca buscó ser servido, sino servir. Nunca quiso que lo llamaran maestro, sino hermano», comenzó Re, con voz firme pero emocionada.

A lo largo de su mensaje, el cardenal repasó los grandes ejes del pontificado de Francisco: su amor por los pobres, su apertura a los marginados, su defensa de los derechos de los migrantes, su valentía al denunciar abusos dentro de la Iglesia, su defensa incondicional de la paz y su clamor frente a la crisis climática.

Pero más allá de los logros visibles, Re se detuvo en el corazón escondido de Francisco: su profunda humanidad. «Vivió el Evangelio no como una consigna, sino como una respiración natural. Donde había dolor, llevó consuelo. Donde había exclusión, llevó abrazo. Donde había miedo, llevó esperanza».

Re recordó también su profunda devoción mariana, su vida de oración silenciosa y su pasión por caminar «siempre hacia adelante, confiando en la misericordia de Dios».

La homilía culminó con una cita que el mismo Papa solía repetir: «Quiero que recuerden que fui simplemente un pecador al que Dios miró con misericordia».

Un silencio sobrecogedor envolvió la Plaza tras esas palabras. Algunos lloraban abiertamente. Otros unían sus manos en oración. Era evidente: el hombre que hoy despedían había logrado algo extraordinario, algo que no cabe en cifras ni estadísticas: había tocado las almas.

Un mundo reunido

Al funeral asistieron representantes de 146 países, incluidos 110 jefes de Estado y de Gobierno. Los reyes de España, Felipe VI y Letizia, el presidente francés Emmanuel Macron, y figuras como Donald Trump, Javier Milei, Giorgia Meloni, Volodimir Zelenski, António Guterres o Luis Abinader estuvieron presentes, junto a líderes religiosos de distintas confesiones.

Pero quizás los asistentes que mejor encarnaban el espíritu de Francisco eran los migrantes, los refugiados, los pobres que ocuparon lugares especiales en la Plaza, por deseo expreso del pontífice.

La ceremonia transcurrió entre cantos sencillos y plegarias en varios idiomas. En vez de discursos largos, hubo oraciones breves, como Francisco lo había indicado en sus últimas voluntades.

Al finalizar la misa, la Plaza rompió en aplausos espontáneos, un gesto ya tradicional en los funerales papales, pero que esta vez sonó más auténtico que nunca: un aplauso largo, cargado de gratitud.

Un sepulcro humilde, junto a la Virgen

Contra la costumbre de ser enterrado en las criptas vaticanas, Francisco pidió descansar en la Basílica de Santa María la Mayor, a pocos metros del icono de la Virgen Salus Populi Romani. Allí, donde tantas veces acudió a rezar en silencio antes y después de sus viajes apostólicos, encontró su último refugio.

Una lápida de mármol blanco de Liguria, apenas grabada con su nombre, «Franciscus» sella su tumba. Ningún título, ningún escudo. Sólo el nombre con el que se entregó al mundo.

Un legado para el futuro

La Iglesia que hoy llora a Francisco se enfrenta ahora a un tiempo de decisiones. El próximo cónclave, previsto para los primeros días de mayo, deberá elegir a su sucesor. ¿Continuará el rumbo de apertura, inclusión y reforma que él impulsó? ¿O volverán los vientos ultras de Juan Pablo II?

Sea cual sea el futuro, lo que es seguro es que Francisco deja una huella imborrable: la de un pastor que creyó en el poder de la ternura, que prefirió las periferias a los palacios, y que devolvió a la Iglesia su rostro más humano.

Hoy, en cada rincón del mundo donde una persona se sienta escuchada, acompañada o valorada gracias a su ejemplo, el papa seguirá vivo.

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