La violencia sigue escalando en el conflicto israelí-palestino, cobrando la vida de los más vulnerables mientras la comunidad internacional permanece en silencio. Un año después de los ataques de Hamás, la brutal respuesta de Israel bajo Netanyahu sigue cobrándose víctimas civiles, mientras el mundo permanece en silencio.
La muerte de Hatem Sami Hisham Ghaith, un niño palestino de 12 años, marca otro doloroso capítulo en el interminable conflicto entre Israel y Palestina. Durante una redada en el campamento de refugiados de Kalandia, Cisjordania, Ghaith fue alcanzado por una bala en el abdomen. Aunque los servicios médicos intentaron salvar su vida, la gravedad de la herida resultó en una rotura intestinal que no pudo ser contenida. El Ministerio de Sanidad de la Autoridad Nacional Palestina confirmó su muerte y denunció la creciente violencia en la región, que sigue afectando desproporcionadamente a la población civil, especialmente a los más jóvenes.
El caso de Ghaith no es aislado. En lo que va de año, cientos de niños palestinos han sido víctimas de la violencia derivada de la ocupación israelí y los continuos enfrentamientos en Cisjordania. La situación en la región se ha agravado desde el ataque del Movimiento de Resistencia Islámica (Hamás) el pasado 7 de octubre de 2023, que desató una nueva ola de represalias israelíes y una escalada de tensiones que parece no tener fin.
Crímenes de guerra contra miles de niños
Cisjordania ha sido, durante décadas, uno de los principales focos del conflicto entre Israel y Palestina. Esta zona, ocupada por Israel desde 1967, ha sido escenario de enfrentamientos continuos entre las fuerzas de ocupación israelíes y la población palestina. Las operaciones militares en la región, justificadas por Israel como medidas para garantizar su seguridad, han dejado una estela de destrucción y muerte que afecta gravemente a la vida diaria de los civiles palestinos.
En la redada que terminó con la vida de Ghaith, otras ocho personas resultaron heridas, entre ellas tres menores, según los informes de la Media Luna Roja Palestina. Estos incidentes se han convertido en parte de la rutina diaria en Cisjordania, donde la tensión entre colonos israelíes y palestinos se ha intensificado desde los recientes ataques de Hamás. Los operativos israelíes no solo han resultado en el arresto de cientos de personas, sino también en la muerte de civiles que, en muchos casos, no tienen relación directa con los enfrentamientos.
El silencio de la comunidad internacional
Pese a la magnitud de la tragedia, la respuesta de la comunidad internacional ha sido, una vez más, insuficiente. Las palabras de condena y las promesas de diálogo se han repetido durante años sin que haya un cambio real en la situación sobre el terreno. Líderes como el papa Francisco han denunciado la “incapacidad vergonzosa” de la comunidad internacional para detener la guerra en Gaza y Cisjordania, señalando que "la violencia nunca trae la paz". Estas declaraciones, aunque simbólicas, no han logrado movilizar acciones concretas para proteger a los civiles y, en particular, a los niños, que siguen siendo las principales víctimas de este ciclo interminable de violencia.
Mientras los actores internacionales se muestran reacios a intervenir con fuerza en el conflicto, las vidas de miles de palestinos, como Hatem, siguen colgando de un hilo. Los bombardeos, las redadas y los ataques violentos continúan día tras día, erosionando la posibilidad de una paz duradera en la región.
Basta de la criminal impunidad
Los últimos meses han estado marcados por una escalada de violencia sin precedentes. Las represalias israelíes tras el ataque de Hamás el 7 de octubre de 2023, que dejó más de 1.200 israelíes muertos, se han cobrado la vida de miles de palestinos. Según cifras recientes, más de 750 palestinos han muerto y 6.250 han resultado heridos solo en Cisjordania, a manos de las fuerzas de seguridad israelíes y colonos armados. En Gaza, la cifra es aún más aterradora, con más de 41.870 muertos desde que comenzó la ofensiva israelí.
El gobierno de Netanyahu, lejos de buscar la moderación, ha intensificado su política de represión, respaldada por su retórica belicista y su firme control sobre las fuerzas militares. Esta brutal respuesta ha sido condenada internacionalmente, aunque las acciones concretas para detener el genocidio y proteger a la población civil han brillado por su ausencia.
El grito desgarrado del papa Francisco
Ante este panorama desolador, el papa Francisco ha alzado su voz en múltiples ocasiones para condenar la violencia en Oriente Medio. En una carta abierta con motivo del primer aniversario del conflicto, el sumo pontífice criticó la “incapacidad vergonzosa” de la comunidad internacional para detener la guerra y aliviar el sufrimiento de los palestinos. Francisco reiteró que “la violencia nunca trae la paz”, un mensaje que parece caer en saco roto ante la continua devastación que vive la región.
El papa, conocido por su defensa de los derechos humanos y su postura crítica ante las injusticias, subrayó que la violencia de uno y otro bando solo perpetúa el odio y la destrucción. “Hace un año, el fusible del odio se encendió y explotó en una espiral de violencia”, dijo, en referencia a la masacre de Hamás y la brutal respuesta israelí. Francisco hizo un llamamiento urgente a la comunidad internacional para que actúe con determinación y ponga fin a este ciclo interminable de muerte.
La inacción internacional
Mientras las voces como la del papa Francisco intentan despertar una conciencia global, la realidad en la región sigue empeorando. Las potencias internacionales, incluidas Estados Unidos y la Unión Europea, mantienen una postura ambigua, priorizando intereses geopolíticos y económicos sobre los derechos humanos. Este fracaso colectivo para intervenir de manera eficaz en el conflicto ha permitido que tanto Hamás como Israel actúen con impunidad.
El pueblo palestino, especialmente los más vulnerables como los niños y ancianos, sigue sufriendo las consecuencias de este genocidio encubierto. Las torturas, como las infligidas a Ziad Abú Halil, las ejecuciones extrajudiciales y las condiciones inhumanas en los campos de refugiados son solo algunos ejemplos de la brutalidad que se vive en la región.
Un ciclo que debe romperse
La muerte de Hatem Sami Hisham Ghaith, el niño de 12 años que falleció tras recibir un disparo en el abdomen durante una redada israelí, es otro recordatorio de que este conflicto está destruyendo generaciones enteras. La violencia perpetuada por ambos bandos sigue cobrándose vidas inocentes, mientras los líderes mundiales prefieren mirar hacia otro lado. El conflicto israelí-palestino es una herida abierta que solo podrá empezar a sanar cuando las potencias internacionales actúen de manera decidida para detener el genocidio y restaurar la dignidad del pueblo palestino.
En este sombrío aniversario, el girto degarradi del papa Francisco resuena con más fuerza: "La violencia nunca trae la paz". Mientras el mundo no tome cartas en el asunto, las tragedias como la de Hatem y Ziad seguirán repitiéndose, y la paz será un ideal inalcanzable en esta región marcada por el dolor y la sangre.