El pasado sábado, la reapertura de la catedral de Notre Dame en París tras el devastador incendio de 2019 se convirtió en un evento de alcance global. Cuarenta jefes de Estado y de Gobierno, junto a miembros de casas reales y destacadas personalidades internacionales, se congregaron en una ceremonia que simbolizaba no solo la reconstrucción de un monumento icónico, sino también la unidad y el legado cultural de Europa. Sin embargo, la notable ausencia de España en esta cita ha despertado un aluvión de críticas y especulaciones.
Un evento de magnitud histórica
La catedral de Notre Dame, uno de los símbolos más reconocibles de la cristiandad y de la cultura europea, volvió a abrir sus puertas al público con una ceremonia que reunió a líderes de todo el mundo. Entre los asistentes destacaron el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump; el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski; la primera ministra italiana, Giorgia Meloni; los Reyes de Bélgica, Felipe y Matilde; y el Príncipe Guillermo de Inglaterra. La diversidad de los participantes demostró la relevancia cultural y diplomática del evento.
En este contexto, la ausencia de una delegación española al nivel esperado resulta llamativa. Aunque ni el Papa Francisco ni la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, estuvieron presentes, muchos países europeos enviaron a sus representantes de máximo rango, dejando a España en una posición de notable vacío.
Invitaciones personales e intransferibles
Según fuentes diplomáticas, las invitaciones del Gobierno francés eran “personales e intransferibles”. En el caso de España, estas se dirigieron exclusivamente al Rey Felipe VI y al ministro de Cultura, Ernest Urtasun. Sin embargo, ninguna de estas figuras decidió asistir.
Desde Zarzuela, la justificación fue tan escueta como habitual: “Unas invitaciones se aceptan y otras no, y nunca se explican las razones de esa decisión”. Por su parte, el Ministerio de Cultura alegó “compromisos familiares” para justificar la ausencia de Urtasun, una explicación que ha sido objeto de fuertes críticas por la falta de proporcionalidad respecto a la magnitud del evento.
Críticas al Gobierno y a Urtasum
La oposición no tardó en expresar su indignación. El líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, calificó la ausencia como “una vergüenza”, acusando al Gobierno de no estar a la altura de los acontecimientos internacionales. Borja Sémper, portavoz del PP, también fue contundente: “Sorprendente la ausencia de España en la ceremonia por la reconstrucción de Notre Dame; debería avergonzarnos como país”.
En la misma línea, Isabel Díaz Ayuso criticó lo que considera un intento del Gobierno de “aíslar a España de Europa” al no reconocer sus “raíces cristianas”. Las declaraciones de la presidenta madrileña intensificaron el debate sobre las motivaciones ideológicas que podrían estar detrás de la decisión.
La ausencia de una representación oficial española podría deberse a varios factores, más allá de los compromisos personales mencionados. En primer lugar, las relaciones entre España y Francia han pasado por momentos de tensión recientes, especialmente en torno a cuestiones de política energética y migratoria. Esta situación podría haber influido en la decisión de no enviar a una delegación de alto nivel.
En segundo lugar, la falta de coordinación entre Zarzuela y Moncloa también podría haber jugado un papel importante. Aunque los actos del jefe del Estado deben ser refrendados por el Gobierno, en ocasiones anteriores el Rey ha asistido a eventos internacionales sin la compañía de un ministro. En esta ocasión, esa posibilidad ni siquiera se contempló, lo que sugiere un desencuentro en la planificación.
Impacto diplomático
La ausencia de España en Notre Dame no solo generó críticas internas, sino que también podría tener consecuencias en el plano diplomático. Francia organizó la ceremonia como un gesto de reconciliación y esperanza, un mensaje dirigido tanto a su población como a la comunidad internacional. La falta de representación española podría interpretarse como una señal de distanciamiento, especialmente en un momento en el que Europa busca consolidar su unidad frente a los desafíos globales.
La presencia de otros representantes de casas reales católicas, como los Reyes de Bélgica o el Gran Duque de Luxemburgo, destacó aún más la ausencia de los Reyes de España. Además, figuras como el Príncipe Guillermo de Gales, que no es jefe de Estado, acudieron en representación de sus respectivos países, lo que pone en entredicho el argumento de que las invitaciones fueran estrictamente personales e intransferibles.
La controversia generada por esta ausencia subraya la necesidad de una mayor transparencia en la gestión de la diplomacia española. Tanto el Gobierno como Zarzuela deben reflexionar sobre cómo evitar situaciones similares en el futuro, especialmente en eventos de tanta relevancia simbólica.
La reapertura de Notre Dame no solo fue una celebración arquitectónica y cultural, sino también una oportunidad para reforzar la posición de España en el contexto internacional. Perder este tipo de oportunidades no solo afecta la percepción externa del país, sino también la confianza interna en sus instituciones.
En un mundo donde la diplomacia es cada vez más visible y simbólica, ausencias como esta pueden tener un coste que va más allá de la crítica política. El reto para España será demostrar que, aunque no estuvo presente en Notre Dame, sigue comprometida con su papel en Europa y el mundo