En Zarzuela están horrorizados con lo que se está publicando sobre la relación sentimental entre el rey Juan Carlos y la actriz Bárbara Rey. El affaire, oculto durante décadas (aunque era un secreto a voces), va más allá de lo que es un simple cotilleo para la prensa rosa, ya que, según se desprende de los audios publicados por OK Diario, en aquellos encuentros furtivos entre ambos personajes no solo se hablaba de cosas personales, de los parientes de ambos y de la receta de la paella (que la totanera le preparaba con mimo al monarca), sino también de asuntos de Estado trascendentales para la seguridad del país. Y eso ya es más grave.
Al emérito siempre se le ha conocido como El Campechano por su carácter abierto, jovial y sociable, pero ahora estamos sabiendo que también era palabrero y largón, que le gustaba darle a la mui, y que no se callaba nada ni debajo del agua. Un hombre de Estado debe saber estar siempre (por eso es de estado), en el ámbito público y en el privado, con sus familiares y con sus amigos (los oficiales y los clandestinos), y ponerse a rajar de alta política con una amante fue un grave error que, sin duda, puso a la nación en peligro. De esos audios, un documento histórico de primera magnitud, se desprende que, al calor del hogar infiel, el Borbón le hablaba a la vedete de los secretos más ocultos del 23F, de la amistad fiel del general Armada, de la desconfianza que despertaba en él el gran Sabino Fernández Campo (el único caballero leal entre la tropa de tahúres de la Transición), del prófugo Roldán (escalofriante el momento en que el emérito dice eso de “mejor encontrarlo muerto”), de Felipe y Aznar, en fin, de todo lo que en aquellos tiempos era un material suficientemente reservado y sensible como para tratarlo con sumo cuidado en los despachos del poder, no en una tórrida barbacoa mientras se le daba vuelta y vuelta al arroz y al conejo.
Ya da igual si fue Bárbara quien ordenó a su hijo que sacara las fotos subrepticias hoy publicadas por los tabloides sensacionalistas holandeses (la leyenda negra española que siempre llega de Flandes) o si fue una travesura del niño que hoy, ya de adulto, avergüenza a su madre y reporta pingües beneficios en forma de increíbles exclusivas. Ya da igual si los audios con las conversaciones íntimas de los dos amantes las obtuvo el Cesid pinchando teléfonos o formó parte de un complot de “una persona o un grupo externo” a la Casa, como insinúa el exespía Jaime Rocha en los programas de televisión. Como también nos empieza a dar un poco igual si fueron 20, 30 o 600 los millones de pesetas de los fondos reservados que, con los gobiernos del PSOE y del PP, se le untaron a la artista para comprar su silencio. Aquí de lo que se trata es de saber hasta dónde llegó esa lengua regia, cuántas cosas contó esa sinhueso vivaz de sangre azul, de cuántos secretos de Estado llegó a tener conocimiento Bárbara, una agente doble o Mata Hari al servicio de ella misma y de su lógico miedo a que la quitaran de en medio (sin comerlo ni beberlo, la mujer se vio metida en una de mafiosos que ni Scorsese).
En definitiva, la gran pregunta que debemos hacernos es: ¿hasta dónde estuvo comprometida la seguridad nacional, la seguridad del país, la seguridad de todos nosotros mientras el jefe del Estado echaba una canita al aire o alguna más? Porque saber que estábamos en manos de un rey imprudente, parlanchín y cotorra sin reparos a la hora de airear todo lo que se cocía en ese momento en la historia de España es malo; pero enterarnos de que durante años estuvimos en manos de una diva del circo es todavía peor. Y no es lo más preocupante que una señora de nombre tan común como María García García se estuviera empapando de lo que se movía en las cloacas del Estado, ya que a fin de cuentas es de Totana, tierra de murcianos nobles y honestos, y todo queda en casa. Lo más alarmante es pensar que ha habido otras queridas, otras extranjeras, forasteras, coristas o corinas de países enemigos de España que han ido pasando por la vida del rey y que igual que se iban para casa con un maletín repleto de millones también se largaban con una confidencia top secret, un soplo, un cotilleo, que igual podía ser sobre economía o la Bolsa, sobre invasiones o guerras en lejanos países, o sobre inversiones en Arabia Saudí, Venezuela o la China comunista. Más peligroso que el tráfico del amor es el tráfico de influencias.
Hay demasiadas preguntas sin respuesta, y ahora no nos extraña que el monarca, durante décadas, fuese un auténtico quebradero de cabeza para los servicios de inteligencia. Más de un espía de a pie tuvo que alucinar cuando hacía guardia a las puertas del picadero de Aravaca (el adosado con garaje alquilado por el propio CNI). Pero hagamos la vista gorda en el largo romance o flirt del Rey con la Rey, que empezó a finales de los setenta –cuando Suárez, en este caso en el papel de alcahuete accidental, los presentó durante una fiesta de Nochevieja– y que acabó en 1994, dicen que por decisión personal del propio monarca. Eso forma parte de la vida íntima de cada cual y no nos importa. Aquí no somos anglicanos, calvinistas o puritanos que se rasgan las vestiduras por los líos de faldas o los secretos de alcoba de los políticos. Lo que nos interesa saber, lo que tenemos derecho a saber los españoles, es cuánto y hasta dónde ha largado nuestro don Juan más ilustre, cuánto le dijo a las otras, cómo de preocupados tenemos que estar. Comisión de investigación ya. Aunque no sirva de nada.