Tras el pacto de la pinza en la nariz, Sumar y Podemos comparecerán juntos y bajo una candidatura única a las elecciones del 23J. ¿Quiere esto decir que la izquierda sale reforzada y en las mejores condiciones para volver a darle la batalla a la derecha, que anda eufórica tras el 28M? No necesariamente. Es cierto que el núcleo duro, o sea Más Madrid, los comunes y Compromís (la izquierda madrileña, catalana y valenciana) más un conglomerado de pequeños partidos y confluencias regionales (cuyo listado es imposible enumerar aquí porque nos comería el espacio de toda la columna), cierran filas en torno a la coalición. Pero también es evidente que el proyecto nace herido después de que yolandistas y podemitas se hayan navajeado a conciencia para defender sus respectivas cuotas de poder. Han quedado demasiadas heridas abiertas, demasiadas cuentas pendientes. Y eso el electorado, que es como un lobo hambriento moviéndose a impulsos, lo capta. Esa imagen de Belarra anunciando que Podemos ingresa en Sumar al tiempo que vuelca toda su bilis contra los yolandistas, en plan estalinista enfurecida, quedará para la historia como el retrato de una izquierda fracturada y desnortada.
El votante progresista, que no es tonto, sabe perfectamente que todos se han subido a este carro como última tabla de salvación tras el hundimiento del 28M. Es como en una de esas viñetas del gran Forges donde los náufragos tienen que aguantarse en una isla desierta porque no les queda otra. ¿Ilusión en el proyecto? A esta hora poca. ¿Esperanza en que con este invento se pueda frenar a la extrema derecha? Escasa. Sumar ha sido un mal apaño deprisa y corriendo, lo que tocaba hacer por pura rutina, pero a nadie se le escapa que de momento no despierta demasiado entusiasmo en el sufrido votante de izquierdas.
Han sido semanas de bochorno en las que han quedado al descubierto demasiadas cosas, como la mezquindad y el egotismo de unos, la ambición personal de otros y una triste y decadente mediocridad que lo ha invadido todo. Muchos votantes que hace solo dos años veían en Pablo Iglesias a un nuevo Robin Hood hecho carne, hoy lo ven como el archivillano resentido de un mal cómic de superhéroes. Y al contrario, aquellos que admiraban a Yolanda Díaz como gran abogada laboralista y mujer de Estado hoy la perciben como a una abominable madrastra traidora que ha destruido Podemos. Aquella izquierda utópica del 15M que aspiraba a ser el embrión de una gran fraternidad, una hermandad de camaradas unidos en pie contra la injusticia como famélica legión, ha quedado reducida a una pandilla de burócratas que se reparten muy funcionarialmente las migajas de la derrota. Gente preocupada y temerosa de perder su estatus, el puesto en el aparato, la dirección, secretaría o área de no sé qué. Se han roto demasiadas cosas, ya no queda nada realmente sincero en el movimiento. Han pasado de querer asaltar los cielos a conformarse con una pequeña parcelita en el infierno de la política. Y así no se puede movilizar a un electorado.
¿Cuántas veces a lo largo de esta tortuosa negociación hemos escuchado hablar de ideas, de propuestas, de conquistas sociales y programas de futuro que puedan ilusionar a las clases más humildes? Ninguna. Las cosas buenas que han hecho entre todos en el Gobierno de coalición han quedado en el baúl de los recuerdos como si fuesen cosa del pasado. A nadie le interesa hablar del salario mínimo, de la renta vital, de los ERTE. Han caído en el politiqueo de casta; han estado dándonos la matraca durante semanas con sus alergias personales y sus malditas listas como si eso fuese lo único realmente importante. ¡Al cuerno con las listas, hombre! La izquierda debe ser una religión y necesita de misioneros altruistas que prediquen al olvidado Marx, no burócratas instalados.
Dicho lo cual, y por sacar algo positivo de todo este vergonzoso vodevil, hay alguna que otra noticia que permite albergar cierta esperanza en el futuro y hacernos pensar que no todo está irremediablemente perdido. Sin duda, este es el acuerdo a la izquierda del PSOE más importante que se ha logrado en los últimos años, como muy bien dice Ignacio Escolar. Con Sumar se frena la tendencia a la atomización que estaba desangrando al bloque progresista. Habíamos llegado a un momento crítico en que cada cabecilla provinciano tenía su propio partido para chulear en su pueblo, algo que encaja bien con el modelo caciquil de la derecha, pero que era una barbaridad si tenemos en cuenta que la izquierda debe tener, ante todo, vocación internacionalista y universal. Con Sumar se reagrupa el espectro, se logra una cierta unidad (aunque sea solo aparente y de cara a la galería) y se acaba con el individualismo, con el personalismo interesado del iluminado cantonalista de turno y con la fragmentación. De cara al 28M, no es poco.
Sumar tiene por delante 40 días para dejar atrás la cuchillada trapera y para recuperar la confianza del electorado desafecto. En la medida en que Yolanda Díaz logre movilizar a la izquierda, Sánchez tendrá más oportunidades de reeditar el Gobierno de coalición y habrá funcionado el dique de contención contra la extrema derecha. Si todos los partidos que han suscrito la alianza, incluido Podemos, reman en la misma dirección, aún hay tiempo para salvar los muebles y evitar el descalabro el 23J. Atrás quedan los cadáveres de la batalla, las víctimas del tsunami o maremoto en la izquierda. Se rumorea que Irene Montero no será diputada. Ione Belarra iría en un discreto número 5 por Madrid. Y Pablo Echenique también desaparece de la primera línea. Los tres están liquidados, personificando el entierro de Podemos. Voces que pueden quedar silenciadas o arrinconadas o que, con el tiempo, se convertirán en corriente interna crítica, anticipando nuevas convulsiones y nuevos gallineros. Ya se verá. En cualquier caso, de esta sale un rostro ganador, el de Yolanda Díaz, que acapara todo el poder al fin. Ya le han puesto su retrato a las papeletas de Sumar. Las mesnadas rojas vuelven a tener califa. Como en los buenos tiempos de Anguita.