Cuidado con la jura de Leonor, que no está el horno para bollos

27 de Octubre de 2023
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Las negociaciones para la formación de Gobierno alcanzan su cénit o punto más álgido y todos presionan para que lo suyo vaya en el documento final. Esquerra advierte de que las negociaciones con Moncloa no van bien y ve “señales de alarma” que pueden hacer descarrillar el proceso negociador. Además, los de Rufián exigen que se redacte un preámbulo a la ley de amnistía en el que quede claro que ellos no hicieron nada malo ni cometieron ningún delito el 1-O. Eso y que el traspaso de Rodalies y el nuevo modelo de financiación se negocien como un paquete único es innegociable para los republicanos.

Puigdemont, a su vez, sigue con su raca raca, y reclama no renunciar a lo que empezó con la DUI (declaración unilateral de independencia). Da la sensación de que el hombre de Waterloo se ha visto profundamente marcado por el clima sombrío y gris de la Europa luterana y ha entrado en una fase de bajón sentimental, depresiva e inmovilista de la que no puede escapar. El exhonorable ha caído en una especie de día de la marmota marcado por la nostalgia del pasado (el procés de independencia que pudo ser y no fue) y por un esplín o melancolía política que le lleva a fundir su existencia personal lastrada por los problemas con la Justicia con lo que le conviene realmente a Cataluña. Y de ese callejón no sale. “Hoy hace seis años el Parlament proclamó la República”, tuitea el dirigente de Junts. Y lo dice el señor que no se atrevió a leer la DUI, que no la publicó en el diario oficial se sesiones y que se dio el piro en un maletero dejando a otros con el marrón de la cárcel.

Por la parte indepe las cosas no van bien para Sánchez, para qué vamos a engañarnos. Por el contrario, en el lado de la izquierda española que hace las veces de muleta del PSOE se vive un momento de aparente tranquilidad. Aparcadas momentáneamente las luchas intestinas entre yolandistas y belarristas, o sea, entre Sumar y Podemos, en esa casa están entregados al pacto del Reina Sofía, sabedores de que haber arrancado la jornada laboral de 37 horas y media –más un pack de medidas sociales como el refuerzo al salario mínimo interprofesional, los permisos de paternidad y el impuesto a la banca–, supone un gran logro para la clase trabajadora. ¿Es mucho, poco, una insignificancia, lo que ha firmado Yolanda Díaz con el presidente en funciones? Se entiende que es un buen punto de partida para empezar a trabajar en la segunda legislatura del Gobierno de coalición y no se calientan mucho más la cabeza. Las discusiones ideológicas, los carguetes de Irene Montero e Ione Belarra y el drama palestino se han pospuesto para futuras trifulcas de patio de colegio. Se trataba de firmar cuanto antes y a otra cosa, nena, que son las tres.

En la izquierda real se han vuelto tan pragmáticos y transigentes que hasta van a acudir al acto de jura de la Constitución de la princesa Leonor. Como lo oyen, cuatro cargos del partido han anunciado que acudirán al histórico evento, eso sí, siempre dejando claro que ellos representan una opción política “republicana” y advirtiendo de que la jefatura del Estado no debería tener “carácter hereditario”. Esa patata caliente, la de ir o no a la jura, ha sido objeto de duro debate entre las bases y la militancia. Pisarello, secretario primero de la Mesa del Congreso, no lo olvidemos, ha llegado a decir que había diputados en el grupo parlamentario que abogaban por darle el plante a la princesa. Y al final se ha llegado a una solución de compromiso: que asistan los cuatro gatos domesticados que estén dispuestos –aunque sea de forma simbólica para que no se les pueda acusar de boicot en el peor momento para Sánchez–, y el resto del personal día libre. Hala, a tomarse unas cañas por Azaña.

La ceremonia que tiene que colocar a Leonor como la próxima pieza de recambio de la monarquía borbónica hispánica, casi una entronización, promete convertirse en un buen sainete a la española. Si ustedes no han sacado entradas para ese día háganlo porque la cosa promete. El clima político está más enrarecido que nunca. Con Feijóo echado al monte y comprando con descaro el discurso racista de Vox, con la frívola y pirómana Ayuso echando leña al fuego del odio y con los independentistas de uñas y más encampanados que nunca esto puede terminar de cualquier manera. Este país ha cambiado radicalmente, la concordia ya no existe y el ambiente nada tiene que ver con el de hace 37 años, cuando el cuento monárquico funcionaba como una exitosa película de Walt Disney todos veían en Juan Carlos la única tabla de salvación para escapar del naufragio del franquismo. Han vuelto las trincheras, el cainismo goyesco de siempre. El PP acusa al PSOE de todo, de bilduetarra, de traidor separatista, de cómplice de Hamás y hasta de ser una sucursal de las mafias africanas que comercian con los inmigrantes, que ya hay que ser burro, trumpista, antidemocrático y políticamente cromañónico. La derecha española clásica está atravesando demasiadas líneas rojas y a tenor de sus discursos cada vez se parece más a aquella Fuerza Nueva de Blas Piñar que a la democracia cristiana que pretendieron ser alguna vez. Y esa deriva, inevitablemente, hay que atribuírsela a Feijóo, el gallego que venía de las verdes colinas de la moderación y cada vez se parece más a Santi Abascal. Cualquier día se pone una americana tres tallas más pequeña para que le abulte el pecho palomo como al líder de la extrema derecha española.

Como digo, la cosa está calentita y todo puede ocurrir el próximo martes, cuando Leonor suba a la tribuna de las Cortes y jure con solemnidad la Carta Magna. Los alborotadores de Vox pueden ponerse a insultar a Sánchez a las puertas del Congreso o a cantar el Cara al Sol; el socialista Óscar Puente puede perder la paciencia definitivamente y soltar algún exabrupto contra los fachas en mitad del hemiciclo; los populares pueden responder con sus habituales abucheos, patadas y golpes contra el escaño; Rufián puede montar alguna performance de las suyas contra la monarquía (llevándose una impresora al Pleno) y todo puede terminar como la marimorena o rosario de la aurora, como cuando a papá Borbón lo abuchearon en la Casa de Juntas de Gernika. Mejor hubiese sido dejar el acontecimiento para más adelante, cuando las aguas bajaran más calmadas. Así que cuidadín con ese día, que es de alto voltaje. Y no está el horno para bollos ni para vestidos de gala.  

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