Todo a punto para el crucial cara a cara televisivo de hoy entre Sánchez y Feijóo. Las encuestas revelan que las elecciones del 23J se van a resolver por un estrecho margen de votos (la diferencia entre PP y PSOE es de menos de dos puntos a favor de los conservadores) y cualquier pequeño detalle puede hacer decantar la balanza hacia uno u otro lado. El presidente socialista tratará de borrar el estigma que le han colgado, la pátina de arrogante, los tics de soberbia que le afean sus detractores y su presunto maquiavelismo a la hora de gobernar con Esquerra y Bildu. Será no solo una pelea contra su adversario, sino una pugna contra sí mismo, contra su leyenda negra, contra la difamación como forma de hacer política.
El jefe de la oposición, por su parte, sale a conservar, a no perder, en la creencia de que le basta con llegar a las urnas sin cometer errores (difícil, ya ha dado serías muestras de que es un experto en meterse en charcos), sin sobresaltos y sin romper nada. Cuanto menos se hable de sus pactos con la extrema derecha, mejor para él. Balones fuera.
Así que preparémonos para ver a un Sánchez al ataque, un Sánchez combativo que no tiene nada que perder. Eso lo hace aún más peligroso. Tanto es así que Carlos Herrera, santo y seña de la prensa de la caverna, ya le ha advertido a Feijóo que “se prepare bien el debate”, ya que la cosa no será fácil y puede haber sorpresas. El candidato popular a la Moncloa lleva semanas diciendo a los suyos que no deben confiarse. Por algo será. Las encuestas están muy ajustadas y conviene andarse con pies de plomo antes de dar cualquier paso en falso. Los politólogos creen que la victoria va a jugarse en los pequeños detalles. En La Sexta, por ejemplo, la experta en comunicación María José Canel nos pide que estemos atentos a las manos de los candidatos, que “expresan la forma en que la persona desfoga sus nervios, su tensión”. Y pone énfasis en la importancia de la corbata, que para algunos votantes transmite una imagen de “más credibilidad” que quien no la lleva. ¿Se dejará en casa Sánchez la prenda emblemática de la burguesía para parecer más rojo y diferenciarse de su contrincante o se la pondrá para atraerse el voto centrista y moderado? Estrategias que los asesores llevan en secreto.
Pero más allá de semióticas metafísicas sobre teoría de la comunicación política, algo está claro. El debate de esta noche va dirigido a un segmento muy específico de la población: las clases medias, el votante indeciso, el perfil pepesoísta pragmático, desideologizado o posmodernista, o sea, ese español que unas veces vota socialismo y otras PP en función de muchas cosas, de su estado de ánimo, de cómo le va la vida en ese momento, de pulsiones personales más o menos irracionales que ni él mismo alcanza a comprender. Ahí está la clave del éxito el 23J, en ese millón y pico de ciudadanos machacados con el mensaje del antisanchismo propalado por las derechas, sin cesar, desde que el líder del PSOE echó a Mariano Rajoy del poder en aquella convulsa moción de censura del 2018. A partir de aquel preciso instante, los populares rompieron la baraja (primero con Casado, después con Feijóo) y ya no ha habido más que odio, rencillas, bloqueo total a cualquier ley por buena que fuese para el país y ánimo de venganza. Han construido el mito de un monstruo narcisista, una especie de dictadorzuelo chavista o bananero que viaja siempre en Falcon con sus gafas de sol propias de un Al Capone de la política. Han colgado al premier el sambenito de traidor a España y filoetarra, un bulo que ha terminado por calar en las mentes más simples.
Ahí, en la burguesía acomodada, en los profesionales liberales, entre los comerciantes, pequeños empresarios, autónomos y funcionarios es donde se juegan las generales. En esa porción del país que no es socialista ni tampoco de derechas, ni alta sociedad ni sufrido proletariado, sino más bien liberalote, individualista, desclasado y algo patriotero, se encierra el destino de la nación. A toda esa gente que ha sido bombardeada con la letanía de que ETA está viva por culpa del sanchismo, a ese preciado granero de dudosos contaminados por el discurso del “que te vote Txapote”, va a dirigirse el presidente del Gobierno esta noche tratando de recuperar la confianza perdida. ¿Tiene alguna posibilidad de reprogramar de nuevo esas mentes, unas hartas del Gobierno gallinero/podemita, otras de la excesiva tolerancia con el independentismo y todas expectantes ante un cambio de ciclo que seguramente será para peor si Abascalllega a vicepresidente? ¿Está en condiciones el líder socialista de darle un golpe de timón a la historia frenando los vientos neofascistas que soplan en toda Europa? Nadie lo sabe a esta hora, como también se desconoce hasta dónde llega el miedo de ese electorado centrista ante la oleada neonazi que nos invade.
Lo único cierto es que, a partir de las diez de la noche, ante las cámaras de Atresmedia, un hombre se juega su futuro y el de la nación en un cara a cara, no contra un señor gallego gris, contradictorio, oportunista y algo cínico que busca el poder a toda costa, sino contra sí mismo, contra el relato de terror que han construido alrededor de su persona, contra la fama de gran culpable de todos los males de la humanidad que los poderes fácticos han sabido endosarle sin duda injusta y cruelmente. Hoy quizá no toque hablar tanto de la inflación ya controlada, de los ERTE de Yolanda Díaz, de las buenas cifras del paro y del crecimiento económico del país, que según Sánchez va “como una moto”. Se trata de convencer al votante cabreado que ese guaperas triunfador aplaudido en el extranjero por sus políticas sociales en tiempos de crisis y por su perfecto inglés es además, y por encima de todo, un tipo de fiar.