Comienza la semana fantástica para el PP, el supuesto calvario judicial navideño para Pedro Sánchez. Aldama cargando con la manta, como un pastorcillo, rumbo al Supremo (ha llegado a la sede del alto tribunal junto al líder de Desokupa, con eso está todo dicho); Koldo García desempeñando el papel de jardinero fiel de Ábalos hasta el final; y la caza de brujas contra Begoña Gómez y el hermano del presidente en todo lo suyo. ¿Quién da más?
El Partido Popular, con la inestimable colaboración de sus bien colocados peones de la Justicia, está tratando de echar toda la carne en el asador para dejar al premier como un chamuscado pavo de Nochebuena. La idea consiste en crear el trampantojo, la distopía, la ficción, de que el sanchismo es una segunda parte del felipismo con su misma decadencia, su mismo agotamiento y su misma corrupción de entonces. El problema es que el actual escenario no se parece, ni de lejos, a lo que se vivió en este país en los años noventa, antes del advenimiento de Aznar al poder. Soluciones de Gestión, la empresa de las mascarillas, no es Filesa, ni Malesa, ni Time Export, toda aquella formidable maquinaria de financiar el cachondosocialismo de Felipe González. Aldama no tiene nada que ver con los siniestros Amedo y Domínguez, por mucho que saque pecho de haber trabajado para la CIA y de haber pegado cuatro tiros mal dados con los picoletos de la rural. Koldo puede que tenga un cierto aire a Luis Roldán, pero de momento no se ha largado a Laos con los papeles, una fuga que fue la confesión de facto del exdirector general de la Guardia Civil. Ábalos tampoco recuerda demasiado a aquellos viejos ministrazos de la etapa socialista que montaron la sórdida trama de los fondos reservados y los GAL. Y en cuanto al hermano músico de Sánchez, se asemeja más bien poco a aquel otro hermanísimo de antaño, el de Alfonso Guerra, al que pusieron un despacho oficial.
Nada encaja de forma natural, todo canta demasiado a conspiración, mientras los juzgados se llenan de bulos franquistas para consumar el golpe blando. Sin embargo, Feijóo ha dado la orden de que en España se respire un constante y enrarecido ambiente de putrefacción, de hedor, de inestabilidad, pese a que las auditorías del Ministerio de Transportes descartan irregularidades en los contratos de la trama Koldo, la UCO no encuentra la fortuna del hermano del presidente denunciada por el sindicato ultra Manos Limpias y en cuanto a Begoña Gómez, el juez Peinado sigue jugando a la tragaperras con ella, a ver si suena la flauta de una vez y la pilla en un tres en raya de delitos con el signo del dólar en letras de oro y la estridente música de organillo anunciando el pelotazo.
Los diferentes asuntos que se le han abierto al PSOE en las últimas semanas están cogidos con “palicos y cañas”, como dicen los murcianos, y se antojan todavía muy verdes. Hay muchas cosas por demostrar, pero Feijóo tiene prisa por meternos en el coche de Regreso al futuro, su DeLorean particular que nos transporte hasta 1995, un año antes del reventón de votos y el ascenso al poder del PP por primera vez en democracia. En aquellos años todo era mucho más convulso y atroz y además había un periódico potente como El Mundo detrás de la conjura y dando titulares, no este gacetillerismo digital de blogs amarillos y webs nibelungas formados por pseudoperiodistas, novatos mal pagados, influencers y gente del partido travestidos de reporteros independientes que no hay por donde cogerlos. Le guste o no a Feijóo, esta España no es la España del final del felipismo que olía a muerto por todas partes. Entre Pedro Jota y Javier Negre hay un abismo de nivel; entre Anson y Vito Quiles ya ni hablamos. ¿Y cómo comparar al juez Garzón, el solvente magistrado que dio la estocada final a aquel PSOE carcomido de corrupción con este señor Peinado que dicta autos y providencias como pollo sin cabeza en una especie de prospectivo e improvisado jazz judicial?
La estrategia de Feijóo de tratar de instalar la sensación de la España del déjà vu felipista podría tener su sentido político, su razón de ser, pero falta lo más importante, las pruebas, la chicha, el material. Y, hasta donde sabemos, Aldama no ha aportado más que un par de selfis; Ábalos calla como en el silencio de los corderos; el aizkolari Koldo hace lo que le dicen, como el chico aplicado que siempre fue; y la familia monclovita no es precisamente el sindicato del crimen. Los jueces del PP que juegan con las “cartas marcadas” y los panfletillos digitales se esfuerzan en levantar al español, cada mañana, con un sobresalto, con un escándalo nuevo, con ruido, con mucho ruido, pero luego llega un diario solvente de verdad como The Economist para informar de que España es la mejor economía de la OCDE y el ciudadano respira tranquilo otra vez con ese bálsamo contra la histeria colectiva de la derechona. El PP de hoy ni siquiera puede agarrarse al comodín del paro, la otra dinamita letal que ayudó a terminar con Felipe. A falta de material, Cuca Gamarra tira del humo de las metáforas y dice que esto es el “calvario judicial” de Sánchez con dos familiares imputados sentados a la mesa por Navidad. ¿Y qué? ¿Cuántos imputados y ex imputados se van a sentar con las familias del Partido Popular en estas fiestas tan entrañables? En este país, quien no tiene un cristo en casa tiene un belén. Así que no nos tire de la lengua, doña Cuca.
Entre tanto, los gurús de la propaganda de Génova siguen maquinando nuevos montajes (ahora quieren llevar a la ministra Montero a juicio por decir que el novio de Ayuso es un defraudador, cosa que ha reconocido el propio interfecto), pero todos ellos saben que falta lo más importante, la cal viva de los años noventa que no aparece por ninguna parte, y así no hay manera de derrocar un Gobierno. Aquí solo hay un señor que puede volarlo todo por los aires: Carles Puigdemont. Cuidado con ese, que tiene mucho peligro.