Da la sensación de que en el PP no hay uno solo que hable inglés. Viene esto a cuento del patético espectáculo que dio la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, el pasado domingo en Londres, donde se vino arriba y se puso a balbucear unas palabritas en la lengua de Shakespeare. Nunca debió hacerlo. Hizo el ridículo espantoso ante lo más granado de la City, y lo peor de todo no es que quedara en evidencia, sino la mala imagen que dejó de Madrid, un pueblo bastante más sabio y culto que ella y que ha dado al mundo genios como Lope de Vega, Quevedo y Almudena Grandes.
Ayuso había sido invitada a la Conferencia Margaret Thatcher (una especie de think tank conservador), a la que llegaba con el cartel de nueva promesa del mundo liberal. Su charla sobre valores superiores de la civilización occidental, como la importancia de la ley y la separación de poderes (tenía que darla precisamente ella, que se salta todas las normas estatales como la rebelde antisistema e insumisa que es) iba a ser antológica, algo para la historia. El auditorio estaba entregado de antemano, no en balde intervenía la Meloni española, la Le Pen de Chamberí, la musa o diva del facherío hispánico que había doblegado al intervencionista Sánchez, pero qué decepción cuando subió al escenario y el moderador advirtió al respetable que el inglés de la presidenta era algo particular. “Lo único que no puede hacer ella es pronunciar un discurso de apertura con fluidez ante cientos de personas en un idioma extranjero, así que, por favor, pónganse los auriculares para la traducción”, dijo el presentador. Solo le faltó pedir paciencia con la niña. O sea, un gatillazo en toda regla.
Si un alcalde o dirigente regional está para exportar al mundo la cultura de su ciudad y de su pueblo es evidente que Ayuso no da la talla. Había que verla, allí subida al atril ante la crème de la crème londinense, hablando un espanglish macarrónico con una pronunciation que hacía sangrar los oídos. Al lado del inglés castizo de Ayuso, el acento tejano de Aznar era de Oxford y aquel “relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor”, con el que Ana Botella hundió la candidatura de Madrid a las Olimpíadas, de Cambridge. Producía vergüenza ajena verla trabucándose en cada palabra y dándole patadas a la gramática anglosajona, mientras los asistentes al evento se quitaban el pinganillo de la oreja y se miraban unos a otros diciéndose: “¿Pero qué demonios está diciendo esta?”. Nadie entendió nada, y eso que ella le puso buena voluntad. Pero cuando no sabes, no sabes, es mejor aparcar el ego y el delirio de grandeza y pedir un traductor de urgencia antes que improvisar un inglés rústico, agropecuario, tosco y propio de una de aquellas españoladas de antes. Por cierto, sublime ese momento en que Ayuso, tragando saliva ante los lores ultraliberales, va y dice eso de “The Casa Común” y “liberalismo a la española o liberalisem”.
Durante un rato, Ayuso pareció Juanito Navarro con faldas, retrocedimos un siglo en el tiempo, cuando los españoles eran los camareros y albañiles de Europa. Pedro Sánchez esforzándose en modernizar este país, en convertirnos en una potencia militar y en I+D, y ella la viva imagen de Gracita Morales en el papel de aquella emigrada a Alemania de Un vampiro para dos que no hablaba ni papa de inglés. El problema de la lideresa del PP es que nadie la ha puesto ante sus virtudes y sus vicios (más vicios que virtudes) y que debe limitarse a leer la chuleta de MAR, de pe a pa y sin salirse del guion. Y es que cuando trata de improvisar, la caga. A Ayuso le han dicho que es la dama de hierro de Madrid, o sea, el faro, guía y lumbrera del nuevo ultraliberalismo trumpista europeo, y ella se lo ha creído. Lo malo es que no es lo mismo echar el pregón de las fiestas de San Isidro, o arengar a los cuatro taberneros que le ríen las gracias y las bravuconadas, que plantarse ante el gran foro de políticos, diplomáticos y empresarios de Inglaterra fundado por Sir Keith Joseph y Alfred Sherman, que así se llaman los fulanos fundadores de ese patronato del liberalismo. La pompa y circunstancia del escenario la superó y claro, le afloraron las carencias. Después de que el moderador informara a los asistentes de que una ágrafa en inglés iba a darles una lección magistral, el personal desconectó y quedó al descubierto la impostura, que no es otra que Maribel al desnudo, ese personaje guiñolesco creado por un asesor muy avezado en las técnicas de propaganda goebelsiana.
Cuando está en Madrid, a Ayuso le basta con tirar de manual falangista, soltar su bilis contra los sanchistas bolivarianos, arremeter contra los rojos y dirigir su odio guerracivilista contra la oposición podemita, pero cuando sale del coto privado de la Meseta y le toca ponerse ante la comunidad internacional para hablar en la lengua de la alta política, de las finanzas y de las cancillerías, todo se complica mucho y empieza a chapurrear tartamudamente como una párvula aprendiendo las vocales. Y esta es la presidenta del Gobierno que quiere endosarnos el PP algún día. Espeluzna solo pensar qué pintará esta señora en una reunión de la OTAN, donde a poco que te pierdas una frase te colocan una base yanqui entre Pinto y Valdemoro. Lo dicho: en el PP no saben ni media de inglés, y así no se puede ir por el mundo. Ayuso ha quedado como lo que es en realidad: esa española de siempre muy echada para adelante y muy de raza, pero algo folclórica y paleta.