El trono de Sánchez

El Congreso de Sevilla transcurre entre la tristeza por los últimos escándalos del partido y la incertidumbre ante el futuro

01 de Diciembre de 2024
Actualizado el 02 de diciembre
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Un momento del 40 Congreso del PSOE de Valencia, con Sánchez, Felipe y Zapatero escenificando la unidad.
Un momento del 40 Congreso del PSOE de Valencia, con Sánchez, Felipe y Zapatero escenificando la unidad.

El Congreso del PSOE de Sevilla solo va a servir para reforzar el liderazgo de Pedro Sánchez. Se detecta un clima de abatimiento y cierta tristeza entre las bases después de los últimos escándalos, o sea la manta de Aldama, el máster de Begoña Gómez y el affaire Lobato. Todo está transcurriendo entre la melancolía y la rutina, entre la incertidumbre y el miedo al futuro. Así que el evento se cerrará sin grandes sorpresas, cómo va a haberlas en un partido donde el líder supremo tiene relativamente controlado el patio, el aparato y hasta la militancia, que parece abducida por el secretario general. Todo lo más se dejará presentar, siquiera por disimular, la típica ponencia testimonial de alguna corriente crítica, que será pertinentemente aparcada o metida en el cajón, tal como pasó en el Congreso de Valencia, cuando el maestro de ceremonias Ábalos dirigió la fiesta de la euforia con aquel abrazo forzado Sánchez/Felipe, que en realidad fue el abrazo del oso. La guerra se cerró en falso y de aquellos polvos estos lodos.

En realidad, la culpa de esa uniformidad que ha impuesto el sanchismo no la tiene solo la figura de un supuesto autócrata o dictador instalado en el poder de forma omnímoda, ese cuento falaz inventado por los ultras y comprado por los cuatro felipistas nostálgicos de una izquierda plural que nunca existió y que, hoy por hoy, se han quedado para hacerle el caldo gordo a la derechona. Sánchez no sería Sánchez sin la preocupante escasez de candidatos alternativos, sin esa mala cosecha de figuras jóvenes emergentes, sin esa orfandad de caras nuevas e ideas renovadoras que parece gangrenar al PSOE del siglo XXI. Guste o no a los disidentes y a aquellos resentidos a los que Sánchez no dio un carguete, no hay recambios ni aspirantes capaces de plantearle una mínima batalla ideológica al Stalin español, tal como han bautizado al presidente del Gobierno sus enemigos más acérrimos, o sea Federico, Carlos, Abascal, Alvise y hasta Feijóo, que se ha sumado a la leyenda negra, más bien al bulo, de que nos gobierna un sangriento tirano. Que ese discurso absurdo del peligroso autócrata se haya propagado entre el nuevo fascismo posmoderno, tiene un pase, pero que haya calado también en gente de izquierdas con libros y universidad, resulta tan sonrojante como intolerable.

Sánchez no es más que un superviviente, un killer, y se aferra al poder como se aferran los demás. ¿O acaso hay más democracia interna en el PP y en Vox? Que se lo pregunten a Pablete el defenestrado y a Macarena Olona. En la política de hoy, polarizada como se encuentra y ante el reto del nuevo trumpismo neofascista, prevalece el culto al líder, el presidencialismo propio de la democracia yanqui hoy en vías de descomposición. El tiburón ataca cuando le atacan, eso es Sánchez, un depredador despiadado. Los socialistas adánicos o utópicos que sigan creyendo en un PSOE abierto, conciliar, asambleario y heterogéneo no hacen sino demostrar su cándida bisoñez. Que no se engañen, Page haría exactamente lo mismo en el lugar de Sánchez: mantener su poltrona como en su día lo hizo Felipe González, que hoy pide libertad de pensamiento cuando no ha habido mayor César que él.

El votante (también el socialista desnortado o desencantado) no está para tertulias, gallineros, jaulas de grillos ni congresos bizantinos donde cada cual va a vender su doctrina personal, su película, su catecismo, y donde hay una puñalada por el poder cada cinco minutos. Al votante posmoderno le cansa leer programas políticos (no se lee el oficial, va a leerse el alternativo), pide un jefe fuerte y decidido (al menos que lo parezca) y sobre todo orden, mucho orden. El votante pragmático de hoy ya no está para pensar en socialismos utópicos y existencialistas, entre otras cosas porque eso quita tiempo para Twitter y TikTok, de modo que pide a alguien que se lo dé todo hecho. El personal huye del debate, quiere las cosas claras y el chocolate espeso, y saber cuánto van a subir los salarios y las pensiones. Por eso, mientras las urnas no digan lo contrario, Sánchez sigue teniendo el tirón del macho alfa que toma las riendas. ¿Es eso estalinismo? No creemos. Es más bien personalismo, culto a la personalidad, algo muy de moda en la posmodernidad. Hasta donde sabemos, Sánchez no mata a nadie (al menos no físicamente, aunque sí políticamente) ni envía a nadie al gulag de Siberia. El sanchismo es simplemente el síntoma de los nuevos tiempos líquidos que corren, de la democracia en decadencia, de la izquierda agotada en sus contradicciones, de la polarización, del hedonismo, de la frivolidad que lo invade todo, de la falta de interés por la verdadera política. Votan a Sánchez por inercia, por miedo a que vuelva el nazismo y, por desgracia, porque si miramos alrededor nuestro no encontramos a nadie que encandile más. Se vota sanchismo por vicio, por pura costumbre o porque no hay nada mejor. Ahí seguirá el premier, hasta que él quiera o hasta que el juez Peinado irrumpa en la Moncloa con nocturnidad para echarlo a gorrazos. Entonces, cuando ya no esté el Calígula del socialismo, tal como lo retratan sus enemigos, pondrán una gestora con el cartel de Cerrado por defunción y a vender el partido por parcelas.

Otro congreso a la búlgara, uno más, está a punto de concluir en el paisaje sevillano, entre los destellos luminosos del Guadalquivir y los ecos de una democracia bufonesca llena de caricatos, una democracia de conseguidores, comisionistas y trinconeros, una democracia convertida en una bullanguera caseta de la Feria de Abril. Por los pasillos corre el runrún de que algo se mueve, quizá una conjurilla de Page, un plante de Felipe, una movida del depuesto Lobato, en quien algunos quieren ver al futuro líder que no es (¿cómo va a serlo alguien que cuando vienen mal dadas sale corriendo al notario para cubrirse las espaldas?) Na. Son rumores, son rumores. Nadie va a moverle la silla o el trono al emperador, y no por miedo, sino por desidia. Por eso y porque no interesa.

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