Feijóo concede la amnistía a Puigdemont

PP y Junts acercan posiciones para acabar con Pedro Sánchez tras una década de cruenta batalla política por el 'procés'

18 de Diciembre de 2024
Actualizado el 19 de diciembre
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Rajoy con Puigdemont en una imagen de archivo.
Rajoy con Puigdemont en una imagen de archivo.

PP y Junts viven un idilio inédito en la última década. Tras la puesta en marcha del procés, impulsado por Artur Mas, continuado por Quim Torra y culminado por Carles Puigdemont, las derechas española y catalana rompieron relaciones completamente. Pero todo pasa, los escenarios y contextos son muy diferentes y ambos actores empiezan a entender que se necesitan si quieren conseguir sus objetivos políticos frente al sanchismo. De ahí que hayan vuelto a reeditar la famosa pinza contra el Gobierno de coalición.

Rufián lo tiene claro cuando dice que Junts está “allanando” el camino para hacer presidente a Feijóo (el señor, no lo olvidemos, que se ha pasado la legislatura montando manifestaciones catalanofóbicas por las calles de Madrid). Son muchos los indicios que nos llevan a pensar que la pinza está trabajando ya a pleno rendimiento. Ayer mismo, los dos partidos se unieron en el Parlamento para lanzar una ofensiva antigubernamental en asuntos tan trascendentes como la fiscalidad y la energía, la rebaja en el IVA de los alimentos, incentivos a clubes deportivos, ayudas a las PYMES y subvenciones a la vivienda. No es que a las derechas, la nacional y la periférica, les haya entrado de repente el fervor socialdemócrata cuajado en medidas de calado social. Lo que ocurre aquí es que Feijóo sabe que nunca llegará a la Moncloa si no rebaja el tono ultra contra los indepes que le susurra Vox, mientras que Puigdemont está harto del frío lacerante de Europa y no ve el momento de regresar al soleado país. Ya intentó retornar en aquel garbeo apresurado que se dio por las calles de Barcelona cuando la investidura de Salvador Illa, pero tuvo que salir por piernas otra vez para no caer en manos del juez Llarena (con la inestimable colaboración en la fuga, eso sí, del CNI y los Mossos d’Esquadra).

Sánchez no ha incumplido nada de lo que Santos Cerdán pactó con los emisarios de Junts en aquellos históricos acuerdos de Ginebra. Se firmó la amnistía y amnistía hay; se firmó un nuevo modelo de financiación con una inyección potente en presupuestos para la infrafinanciada comunidad catalana y en eso se está. ¿Qué ha cambiado entonces? Nada, salvo que don Carles no ve el momento de pasearse libremente por su pueblo, con la familia, y le está pudiendo la impaciencia. Él trata de tapar su ansiedad con frases grandilocuentes sobre la independencia, sobre la patria y la Republiqueta, tratando de convencer al votante de que está aquí para darlo todo por la causa y para defender los derechos de los catalanes, no la estabilidad del Estado español. Pero en el fondo lo que se está jugando es, ni más ni menos, que su futuro personal, que depende, no lo olvidemos, no de Sánchez, sino de los juzgados y tribunales con sus propios tempos. Es lo que hay, en un Estado de derecho rige eso que llaman la separación de poderes, aunque quizá el expresident de la Generalitat, echado al monte, trumpizado y antisistema como está, no lo termine de entender.

Puigdemont no ha dejado de mentir a su pueblo desde que empezó el sindiós del procés: prometió que traería la República y la República duró exactamente ocho segundos; prometió que se quedaría con sus compañeros para apechugar con la cárcel que le echara el Supremo y se dio el piro a Bélgica en el maletero de un coche (aunque Pilar Rahola siga negándolo); prometió que nunca haría presidente a Sánchez y ahí está el premier socialista, confortablemente instalado en Moncloa; prometió que dejaría la política si no salía investido president y tampoco (Illa se llevó el gato al agua y a él no lo echan ni con agua caliente). Puigdemont es un trilero de campeonato y eso es justo lo que está haciendo en las últimas semanas: un ejercicio de trilerismo político solo para que se hable, no ya de Cataluña, que no se habla nunca, sino de su tema, de sus cosas, de lo suyo.

El último movimiento que nos lleva a pensar que CP ha entrado en francas negociaciones con el PP es la última decisión de la Audiencia Provincial de Barcelona de archivar el caso Voloh instruido por el juez Joaquín Aguirre, a quien el tribunal ha amenazado con graves represalias, disciplinarias o penales, si sigue adelante con el asunto de la supuesta traición del líder soberanista. Si esto no es una amnistía encubierta o indulto que baje Dios y lo vea. Recuerde el lector que de aquella operación policial salieron grabaciones y documentos comprometedores para Puigdemont y algunos de sus colaboradores más próximos, indicios que hablaban de financiación de Putin a la causa indepe, del envío de 10.000 soldados del Kremlin para lograr la independencia por la fuerza, de cosas muy feas y muy serias como dar por buena una segunda guerra civil (Torra llegó a asumirla por la vía eslovena si con ello se cumplía la meta secesionista).

Todo eso se entierra ahora como si nada hubiese pasado y no hace falta ser muy listo para entender que este enjuague podría tener mucho que ver con el nuevo “clima”, pleno de cordialidad, entre PP y Junts. Se abre un nuevo tiempo político y no pasa un solo día sin que Puigdemont amenace a Sánchez con “colapsar la legislatura”, con derrocarlo, si no se pliega a sus deseos y se presenta a una moción de confianza. ¿Pero qué confianza ni qué niño muerto? Si tan decepcionado y defraudado está con el presidente del Gobierno, ¿por qué no le echa bemoles y se suma a una moción de censura en el mismo barco que PP y Vox? Ignacio Garriga, el hombre fuerte de Abascal en Cataluña, ya le ha puesto la alfombra roja tras asegurar que el partido ultra tomará parte en esa moción si se le da el carácter de “instrumental”, es decir, si sirve para acabar con Sánchez y convocar elecciones al día siguiente. Patriotas españoles e indepes juntos en una misma causa. Tan estupefaciente como surrealista. Así que lo tiene fácil don Carles para acabar con el sanchismo estafador del que se queja con amargura y si no lo hace es sencillamente porque no se atreve, porque sería una infamia y porque podría hacer mucho daño a la causa soberanista. Acabar con Sánchez, el hombre que llevó la amnistía a Cataluña, para entregarle el poder al nuevo fascismo posmoderno español (el del 155 y el garrotazo al votante jubilado del 1-O), es algo demasiado fuerte. Hasta para Carles Puigdemont.

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