Feijóo, el amigo de los carteros que desmanteló Correos

13 de Julio de 2023
Actualizado el 02 de julio de 2024
Guardar
11

Feijóo le ha cogido gustillo a la mentira y, como un yonqui de la falsedad, ya no puede parar de mentir. El hombre (a quien en las redes sociales han bautizado con apodos como Núñez Fakejóo o Alberto, El Trolas) ha comprobado que el debate cara a cara con Sánchez le salió bordado a fuerza de meter bulos (contra los que el presidente del Gobierno no supo reaccionar) y ha entendido que ese es el camino más corto para llegar a la Moncloa. Cada día suelta una retahíla de gallofas más gorda que la anterior, convencido de que cuanta más mentira más gente puede llegar a votarle. Ayer tocaba promover el infundio del pucherazo, una infamia que ya divulgó sin pudor en los días previos a las elecciones del 28M.

Durante un mitin en Murcia, Feijóo alentó la teoría de la conspiración sobre el voto por correo y pidió a los carteros que no hagan caso a las órdenes de sus jefes, que se declaren insumisos de los horarios (ahí se nota la influencia del libertarismo ayusista) y que “trabajen mañana, tarde y noche porque custodian algo tan sagrado como es el voto”. En realidad, todo este juego retórico no es más que trumpismo en estado puro. Recuérdese cuando Donald Trump arrojó una sombra de sospecha sobre el voto por correo en las últimas presidenciales en Estados Unidos. Pues por lo visto Alberto El Trolas ha decidido abrazarse a esa misma teoría que pone en solfa el sistema electoral español y que, dicho sea de paso, es uno de los más fiables del mundo, según todos los informes internacionales. Al dirigente popular se le está poniendo una cara de Trump que tira para atrás y cualquier día nos lo encontramos a las puertas de la Junta Electoral, con la vena del cuello hinchada y gritando aquello de “¡dejad de contar votos!”, tal como exigía el magnate estadounidense a los funcionarios de Washington encargados del escrutinio.

La obsesión trumpista por el voto por correo se le ha metido en el cuerpo a Fakejóo, que incluso ha prometido que lo primero que hará nada más llegar al Consejo de Ministros, caso de que salga elegido presidente, será pagar las horas extra a todos los carteros de España “por cumplir con su deber”. Qué generoso, aunque para ser sinceros no se mostraba tan espléndido con el personal en sus viejos tiempos como director de la compañía de servicio postal. Entre 2000 y 2003, Correos y Telégrafos estuvo bajo su mano y qué curioso que fue precisamente en aquella etapa cuando la casa se transformó de servicio público monopolístico en sociedad anónima estatal en un marco de libre competencia empresarial. O hablando en plata, fueron los años en los que se vendió Correos por parcelas, la época de las privatizaciones a calzón quitado, el desguace de un ente que ya nunca volvió a funcionar igual de bien. Es cierto que el mandato del hoy candidato a la Moncloa fue breve, pero también intenso, ya que dejó tanta huella que los trabajadores aún recuerdan aquella etapa funesta. “Lo tenemos grabado a fuego, pues el señor Feijóo fue el artífice de la conversión de Correos en una sociedad anónima estatal, dejándonos a todos los efectos fuera de la Administración Pública”, recuerda en El SaltoMario Murillo, empleado y sindicalista de CGT que sufrió la dura reconversión en sus carnes como miles de compañeros. Lo que hizo Feijóo, en resumidas cuentas, fue transformar una empresa pública con 60.000 trabajadores (en su mayoría con categoría de funcionarios) en repartidores condenados a competir con otras empresas de paquetería. Y lo que el hoy dirigente popular vende como “una gran gestión” sacando pecho (no tiene abuela ni modestia) fue un compendio de recortes, de precariedad laboral, de progresiva pérdida de derechos y de degradación del servicio postal, una tragedia que veinte años después provoca la lágrima entre los empleados más veteranos.

Hoy ya parece imposible que se pueda recuperar la figura de aquel cartero serio y profesional que llegaba siempre a tiempo para entregar una correspondencia de trabajo, la postal de algún familiar o amigo o una epístola amorosa. El amor y la poesía se acabaron cuando Feijóo metió la tijera inmisericordemente en Correos. Ya no se escriben cartas románticas (la carta es un beso de papel volando en el tiempo) y todo se reduce a un frío intercambio sexual en las redes sociales. Unas y otros se dan un toque en Tinder, se regalan unas fotos falsas, se miran si los dientes están sanos y al catre. Todo es mentira como un discurso de Fakejóo, que se ha convertido en el gran emblema de la política en tiempos de la nefasta posverdad (nosotros preferimos llamarlo posmodernidad, que es como se ha llamado siempre a este sindiós de frívola y enferma sociedad capitalista).

Toda esa tragedia, toda esa pérdida de derechos laborales y de valores humanos, se la deberemos siempre al infalible gestor, al gran mago de los números, al hombre que haciendo de la mentira un programa político se ha propuesto dirigir los destinos de España. No pretendemos decir aquí que Núñez Fakejóo sea el único político que miente en este país. También a Sánchez se le escapó alguna que otra mentirijilla durante el cara a cara. Pero mientras el presidente del Gobierno colaba una patraña al estilo de la vieja escuela política, es decir, con tacto y cierto pudor, Alberto El Trolas se había convertido ya en “un máquina”, como dice Bisbal, en un cíborg de la mentira, en un robot capaz de soltar cien truños por segundo practicando la técnica del Galope de Gish o metralleta de falacias. Mientras Sánchez se había quedado anclado en una época analógica y anticuada del embuste, el líder popular había entrado ya en otra época, en un tiempo nuevo. En la era del bulo digital, expansivo y en progresión geométrica. Detrás de Alberto El Trolas no hay un hombre: hay un androide frío y calculador como aquel Roy Batty de Blade Runner. Un autómata programado para mentir.     

Lo + leído