Feijóo ha dejado para septiembre el examen final de Carlos Mazón. Será entonces cuando decida si el presidente de la Generalitat Valenciana sigue en su puesto o es apartado para que venga otro. Y a esta hora, vistos los últimos movimientos que se están produciendo en el partido, todo apunta a que la primera opción es la más factible. El líder del PP aparca a Mazón y le pone el cartel de ninot indultado provisional, eso es cierto, pero en realidad no hace otra cosa que meterlo en la nevera, como hace el mundo del fútbol cuando un mal árbitro incumple el reglamento. Cuatro partidos de suspensión y a seguir liándola parda.
Feijóo ha decidido compartir el discurso propagandístico lanzado por Mazón según el cual, esta vez sí, el barón alicantino está a lo que está: centrado y enfocado veinticuatro siete en la reconstrucción y en sacar a su pueblo de la crisis por la riada. El “exhonorable” no ha salido de El Ventorro, sigue allí metido, entre paellas, jamones y botas de vino, pero el problema ya no es el político más incapaz que ha conocido la historia contemporánea de este país, que se aferra al carguete como un gato al tronco de un árbol, con uñas y dientes, sino quien lleva meses respaldándolo y protegiéndolo. Cuando Feijóo decidió darle cuartelillo a su delfín levantino, cuando tuvo que elegir entre salvarle el pescuezo o cesarlo y optó por lo primero, el gallego también quedó encerrado para siempre en aquella taberna de cuyo nombre no quieren acordarse los valencianos. Dentro de El Ventorro no se escucha nada, aislamiento total, ni el runrún que pide su dimisión en Les Corts, ni los titulares de prensa, ni el clamor de la calle con el ya célebre e histórico eslogan de “Mazón a prisión”. Lo más lógico y decente hubiese sido apartar al inútil que no supo (más bien no quiso) interrumpir su agenda privada para darle al botón de la alerta roja a la población. Pero no. Extrañamente, Feijóo se tiró a la riada del Poyo jugándose su futuro político, rescató a su hombre, le puso un flotador, le hizo el boca a boca para devolverlo a la vida y se fue con él al Ventorro. ¿Por qué? Nadie en España termina de entenderlo.
Sin duda, el episodio de Feijóo y Mazón atrapados en aquel mesón es calcado a ese célebre pasaje con tintes mágicos de Don Quijote de La Mancha donde el hidalgo y su fiel escudero Sancho visitan una venta creyendo que se trata de un opulento castillo. Pocos pasajes de nuestra primera y más grande novela reflejan mejor la confusión entre fantasía y realidad, esa misma alucinación extraña que hoy parecen sufrir ambos personajes del Partido Popular. El caballero de la triste figura Feijóo no vio una posada de nombre maldito para siempre, como ya la sienten miles de valencianos, sino un suntuoso palacio donde se trazarán los planos de la futura y próspera Valencia, esa ínsula de Barataria que el gallego le ha prometido a su buen amigo Sancho Panza Mazón. El problema es que nada bueno puede germinar de una mala simiente. Y sin justicia, sin que el errático escudero dimita y responda ante la jueza de Catarroja, la herida abierta en la sociedad valenciana no dejará de supurar. Se reconstruirán casas y carreteras, caminos y campos, pero el dolor no sanado y la rabia de una buena parte de la sociedad valenciana seguirán enquistados, quizá canalizados hacia el proyecto antisistema de Vox.
El caballero Feijóo ha terminado por creerse el delirio, ese discurso infumable de que aquí lo importante no es rendir cuentas por los 228 homicidios imprudentes, sino la reconstrucción, la ínsula de Barataria valenciana, los 29.000 millones en ayudas (un pico para las empresas Gürtel), y ya ve a su paje, más que como un incompetente dado a la buena mesa con una doncella en el momento más trágico, como un campeón con armadura reluciente y lanza en ristre empeñado en levantar un feudo nuevo, próspero, feliz. Feijóo y Mazón viven esa extraña aventura quijotesca que solo entienden ellos, la falsa reconstrucción de un reino de cartón piedra, mientras las familias lloran a sus muertos, el barro lo cubre todo y el pueblo pide justicia como ese sediento al que le niegan el agua.
En Génova 13 nadie se atreve a poner la mano en el fuego por Carlos Mazón y menos ahora que ha aparecido el mago Frestón, o sea el maligno Paco Camps, quien con sus malas artes y encantamientos ha prometido acabar con los espejismos de los molinos de viento y poner el mazonismo en su sitio: en el vertedero de la historia. Pese a todo, en el PP están convencidos de que Mazón pasará un verano sin sobresaltos. El amo lo ha dejado para septiembre, mes de exámenes, nostalgias y fracasos. Y de eso saca pecho el fiel mayordomo, que presume de seguir en pie junto a su amado superior tras el vapuleo social y el manteo mediático de los últimos meses. El obediente escudero presume de que sigue vivo pese a que sus villanos enemigos no daban un duro por él y vaticinaban que no llegaría a Navidad, mucho menos a las Fallas. Hoy el Sancho Panza del feijoísmo a la valenciana dice manejar encuestas internas que le dan la victoria electoral y su idealista señor, una vez más, le ha creído la fábula. El fantasioso desvarío continúa. Como en el Quijote.