Francisco Correa, el gran cabecilla de la trama Gürtel, ha salido de la cárcel. Diez años de prisión ha cumplido Don Vito, como le gustaba hacerse llamar en los ambientes delictivos y políticos. ¿Es mucha pena, poca, justa, injusta? Es la que establece la ley, así que no hay mucho más que decir. La corrupción en España penaliza poco. Aquí seguimos perdonando al delincuente de guante blanco mientras cargamos las tintas con el robagallinas, sobre el que suele caer todo el peso de la Justicia.
Diez años, diez. Si lo pensamos bien, una década a la sombra, en la trena, puede ser como para volver loco a cualquiera. Si eres claustrofóbico o culo inquieto debe parecerte el mismísimo infierno. Si te adaptas a la vida recogida u hogareña no es tan malo. Alguno pensará que una larga condena no es para tanto, que hoy las cárceles son como hoteles de cinco estrellas, piscina, sauna y gimnasio, de modo que compensa empeñar esa parte de la vida y esperar a salir a la calle ya como un nuevo rico. Hay opiniones para todos los gustos.
Ahora bien, ¿llegan a millonarios todos los corruptos o es solo un mito, una leyenda urbana, y al final la mayoría acaban arruinados, fracasados y tirados en la barra de un bar? Pues hombre, depende. Unos se lo montan bien, saben guardar el piquillo en Suiza, Jersey o en las Caimán, o enterrarlo bajo un árbol de Zihuatanejo, como el personaje aquel de Cadena Perpetua, y así cuando salen de la penitenciaría provincial tienen un remanente para rehacer sus vidas. A otros no les va tan bien, lo pierden todo en abogados, costas, multas, indemnizaciones, reparaciones morales, divorcios y devolución de lo robado. Estos suelen terminar en la ventanilla de alguna Administración, pidiendo una limosna del Estado para sobrevivir. O en la cola de un comedor social, o yéndose a vivir con los padres como un viejo adolescente. Y luego están los que, tras una vida de trapacerías, han guardado pasta a morir en la caja fuerte de algún banco extranjero, pero no pueden tocarla porque a poco que meten la llave en la cerradura y marcan la clave de seguridad, la Policía ya les ha puesto las esposas. Saber que estás forrado, pero condenado a vivir como un homeless, debe dar mucha rabia. Justicia poética, ya que de la otra no hay.
No sabemos cuál es la situación personal y económica de Correa ni nos interesa. Lo que sí se sabe es que sale de la cárcel con un contrato bajo el brazo de la cadena de televisión Intereconomía. No es nada nuevo. En este país muchos delincuentes que han cumplido su pena llegan a tertulianos, comentaristas de actualidad o escritores pasando primero por la fase de chorizo. ¿Es ético o moral? No parece. Poco puede aportar el ladrón, butronero o carterista a una sociedad más decente y limpia. Pero así son los tiempos cínicos de esta absurda posmodernidad que nos ha tocado vivir.
En cualquier caso, España es ese país donde más memorias de forajidos se leen al año. El género atrapa mucho al personal. Prueben a cometer un crimen y a escribir una novela o autobiografía. Te quitan el libro de las manos. Pelotazo asegurado. En el caso que nos ocupa, parece ser que los directivos de Intereconomía invitan a Don Vito a trabajar como administrativo, o eso se rumorea. Debe ser una obra de caridad o algo así, teniendo en cuenta que la cadena ultraconservadora promueve valores como el “humanismo cristiano”. Será que, como son tan piadosos en esa casa, se han propuesto rehabilitar a la oveja negra, sacarla del mal camino, reinsertarla en el sentido religioso del término, que no en el social o político, ya que eso de la reinserción siempre fue cosa de constitucionalistas rojos. Intereconomía es como el Cáritas de la delincuencia organizada y no descartemos que recalen allí otros grandes personajes de la España negra y policial de este siglo.
En resumen, que Correa salió ayer del chabolo. Con pantalón azul, polo rojo y largos cabellos encanecidos en plan Conde de Montecristo (a unos la cárcel los broncea, a otros los avejenta), corrió hacia el Audi oscuro que le esperaba en la puerta (el coche hace al hombre, no hay que perder las viejas costumbres) y salió pitando de allí sin declaraciones a la prensa. No comment. Dicen que está en régimen de semilibertad, pero lo que queda realmente en la opinión pública, en el español medio, es que el pájaro ha volado de la jaula.
Cuentan las crónicas judiciales que Don Vito ha tenido buen comportamiento penitenciario, un factor que sin duda ha ayudado a su excarcelación con el tercer grado. En todo este tiempo entre rejas solo se portó como un chico malo una vez, aquel día que los funcionarios lo pillaron con un celular. ¿Y qué es eso en el mundo de hoy en día? Cualquiera sabe que una persona sin teléfono móvil es como un marginado, un excluido social, un viajero perdido en un tiempo pasado. Instagram y TikTok integran más que cien talleres de artesanía y mecánica para presos con ganas de aprovechar el tiempo. Así que, por ahí, nada que objetar.
Más allá de aquel incidente menor, Correa ha pasado la mayor parte de la condena preparando sus defensas, lo cual le ha debido quitar años de vida teniendo en cuenta que los juicios le brotaban como setas. También ha tenido tiempo de reflexionar e incluso sufrió arrebatos súbitos de sinceridad, como cuando, en pleno juicio por los contratos irregulares adjudicados a sus empresas durante la visita del papa a Valencia en 2006, llegó a confesar ante el tribunal que compartía la cuenta suiza Soleadocon el rey emérito y otros grandes de España. Hasta le entraron “ganas de llorar” al escuchar cómo Juan Carlos I, en su discurso de Nochebuena, decía aquello de que la Justicia es igual para todos. “Ese señor [el emérito] que está en la misma cuenta que yo y tiene el doble de dinero que yo está en libertad”, se lamentó y con razón. ¿Ven ustedes como no era tan malo Don Vito? Es lo que tiene pasarse una temporada en el infierno, como Rimbaud. Que aclara mucho las ideas y hace ver la luz.