Frente Popular de izquierdas: la última barrera para frenar a Vox

El proyecto de unidad progresista logró parar a Marine Le Pen en Francia, pero no parece que la experiencia se pueda repetir en España, donde la izquierda es tradicionalmente cainita

13 de Julio de 2025
Guardar
Una protesta del Nuevo Frente Popular en la Plaza de la Republica. Foto Carlos dee Uraba
Una protesta del Nuevo Frente Popular en la Plaza de la Republica. Foto Carlos dee Uraba

El primer barómetro del CIS de Tezanos tras el escándalo de Santos Cerdán revela que el PSOE cae un picado, aunque mantiene un raquítico medio punto por encima del PP (27 por ciento de los votos sobre 26,5). Son las consecuencias nefastas del escándalo Cerdán. Sin embargo, el dato importante, tan revelador como preocupante, está en el subidón de Vox: más de casi un 19 por ciento de los sufragios (se dispara casi seis puntos respecto al sondeo anterior). Parece claro que el ambiente de degradación, decadencia y crispación que se respira en todo el país está siendo rentabilizado, no por el PP de Alberto Núñez Feijóo, sino por el partido de Santiago Abascal. De confirmarse los sondeos (tratándose del CIS de Tezanos hay que coger los datos con pinzas) se confirmaría lo que muchos medios y analistas vienen anticipando desde hace meses: que la estrategia del dirigente popular, consistente en copiar las ideas y discursos de la extrema derecha, está fracasando estrepitosamente, ya que no logra captar al ciudadano descontento. El votante no ve al PP como la gran alternativa de Gobierno y mira de reojo hacia el radicalismo neofranquista. Así se destruye la democracia.

El auge de los ultras en nuestro país (un fenómeno que ha tardado en llegar en relación al entorno europeo) es extremadamente alarmante. El ascenso parece ya imparable y estremece pensar en un Congreso de los Diputados ocupado por más de setenta diputados, prácticamente el techo que logró alcanzar Podemos en su momento más dulce (elecciones de 2016). Solo un rearme ideológico y moral, una movilización general y una profunda reestructuración de la izquierda hoy dividida y maltrecha podría frenar en parte el tsunami verde que se avecina. O lo que es lo mismo: una gran coalición o Frente Popular de izquierdas. Por este mismo trance desesperado han pasado ya otros países de la UE como Francia. Allí, el Nuevo Frente Popular (NFP) se constituyó como una amplia coalición de partidos políticos progresistas y de izquierda francesa lanzada en 2024 para participar en las elecciones legislativas anticipadas de ese año. No fue casual que el bloque eligiera el mismo nombre de aquel histórico Frente Popular que en el siglo pasado gobernó durante dos años, hasta 1938, y que también se probó en España solo unos pocos meses antes del golpe de Estado de Franco de 1936. Recurrir al concepto mítico del frentismo solo tenía un objetivo: invocar a todas las izquierdas (dejando al margen las diferencias para recuperar la unidad), interpelar a todos los demócratas progresistas, sacarlos de la abulia, la apatía y la desmoralización.   

El NFP francés logró reunir a Los Ecologistas, La France Insoumise, el Partido Comunista Francés, el Partido Socialista, Génération.s, la Izquierda Republicana y Socialista, el Nuevo Partido Anticapitalista y a otros partidos en la órbita del socialismo, al tiempo que promovió una gran movilización de asociaciones y fuerzas sindicales, la sociedad civil, en fin. Estaba en juego algo tan trascendental como que Marine Le Pen, la líder ultraderechista, llegara al poder y peor aún: al Palacio del Elíseo, sede de la República francesa. El bloque rojo galo se parapetó tras un ambicioso programa reformista con medidas sociales como congelar los precios de los productos de primera necesidad en alimentación, energía y carburantes; derogar la reforma de Macron que eleva la edad de jubilación a 64 años; mejorar el seguro de desempleo y las pensiones mínimas contributivas; actuaciones contundentes contra la pobreza y la desigualdad; elevar el salario mínimo a 1.600 euros; incrementar el poder adquisitivo de los funcionarios públicos; programas proteccionistas para los agricultores; y fiscalidad más dura con las rentas más altas y las grandes fortunas. Todo ello sin olvidar “el derecho a la vivienda digna”, auténtico mal endémico en Francia que la extrema derecha ha sabido rentabilizar en forma de rabia de los jóvenes contra el sistema. Un escenario similar al que se vive hoy en España, donde la población joven mira a Vox como única salida al atolladero. Es evidente que el partido de Abascal está ganando la batalla del voto juvenil con una herramienta fundamental: la difusión de bulos a través de las redes sociales. Fue así como Trump llegó a la Casa Blanca, Vox lo sabe y está aplicando la misma receta en nuestro país. Y de momento, y por lo que dicen las encuestas, parece que le está funcionando.

Ahora bien, Francia no es España, donde la izquierda ha sido tradicionalmente cainita e individualista, ciega y pertinaz en los vicios y errores. Y no hace falta remontarse a la Guerra Civil, donde la división entre partidos, sindicatos y organizaciones sociales (cada uno de ellos hizo la guerra por su cuenta) permitió la llegada del fascismo. Ya en democracia, hemos visto cosas realmente sorprendentes, como la famosa pinza entre Aznar y Anguita (el entonces líder de IU, principal partido de la izquierda real) para descabalgar a Felipe González del poder en 1996. De ahí que haya que acoger con cautela cualquier posibilidad o esperanza sobre un Nuevo Frente Popular a la española. El mundo progresista anda más revuelto que nunca. El caso Koldo, con el posterior encarcelamiento de Santos Cerdán, ha reavivado la desconfianza entre los socios del PSOE que sostienen el Gobierno de coalición. Sumar (que por cierto cosecharía un descalabro según el CIS, por algo será) se ha quedado satisfecho, de momento, con el plan anticorrupción propuesto por Sánchez, que finalmente contiene 10 de las 15 medidas sugeridas por el partido de Yolanda Díaz (todo ello condicionado a que la UCO no descubra financiación ilegal en Ferraz, en cuyo caso la legislatura moriría de forma automática). 

Más allá del conformismo de Sumar, Podemos ha acentuado su carácter rupturista y antisistema y hoy por hoy se encuentra en las antípodas de un gran acuerdo (qué lejos queda ya aquel abrazo fraternal entre Pedro y Pablo). De hecho, la formación morada se ha convertido en una de las voces más críticas del sanchismo. En cuanto al resto de socios –ERC, Compromís, el BNG y Bildu–, también han mostrado su incomodidad con la situación de degradación por la que atraviesan los socialistas y podrían bajarse del barco en cualquier momento. Cada cual defiende lo suyo, sus intereses ideológicos o regionales, según, y resulta difícil ver que de ahí pueda surgir una hermandad internacionalista contra el nuevo fascismo. La izquierda española vuelve a caer, una y otra vez, en el mismo error histórico: considerar al primo hermano político como un enemigo cuando la amenaza proviene del nuevo franquismo posmoderno. Así está el patio. Es lo que hay. Mientras tanto Abascal, calculadora en mano, cifra los millones de seres humanos que piensa expulsar del país. Por cierto, García Albiol ha calificado la medida como un brindis al sol. Dónde habremos llegado ya para que el alcalde ultra de Badalona parezca el moderado.

Lo + leído