Hollywood tiene miedo de Trump

La gala de entrega de los Oscar fue bastante apolítica para lo que se está viviendo en el país con la llegada del nuevo presidente

03 de Marzo de 2025
Actualizado el 04 de marzo
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Daryl Hannah Hollywood durante la ceremonia de entrega de los premios Oscar.
Daryl Hannah durante la ceremonia de entrega de los premios Oscar.

Había expectación por saber qué pasaba con Emilia Pérez en la ceremonia de los premios Oscar. El escándalo de los tuits xenófobos de Karla Sofía Gascón hacía presagiar el naufragio de la película de Jacques Audiard. Y no ha habido hundimiento total, pero casi. La cinta que trata sobre Rita, la abogada en tratos con un cartel de la droga, solo ha capturado dos estatuillas. Era de esperar. Los académicos norteamericanos no perdonan y ni siquiera se les ablandó el corazón al ver a Karla Sofía entre el público con el vestido, dicen, de la venganza.

Cuenta la prensa rosa que estos modelitos se lucen cuando una mujer sufre una ruptura sentimental –en su día lo hicieron Miley Cyrus, Shakira y Lady Di tras enterarse de las respectivas infidelidades de sus parejas– y también cuando se siente en la necesidad de reivindicarse ante una injusticia u opresión. No era el caso de Karla Sofía, por mucho que se empeñara en acudir a la gala como una Scarlett O'Hara con la cabeza bien alta y jurando no volver a pasar hambre. La Gascón, ella solita con sus mensajes inapropiados, ha terminado por labrarse su propia ruina personal. No ha habido cultura de la cancelación, como invocan los ultras, disociados en una de esas esquizofrenias ideológicas en las que suelen caer, esta vez a cuenta de una actriz que les genera amor y odio a partes iguales. Amor porque en su día enarboló la bandera de lo faltón contra la izquierda woke; odio porque, a fin de cuentas, es una mujer trans y a ellos, machos como son, esa condición les da repelús.

Pero allí estaba ella, como la protagonista ultrajada de una dramedia, ese género que habitualmente gusta y triunfa en Hollywood. Mientras se lleva cinco Oscar Anora, la historia de una joven prostituta de Brooklyn liada con un oligarca ruso (una pretty woman posmoderna), la humanidad se adentra en el momento más oscuro desde el final de la Segunda Guerra Mundial. El pasado fin de semana hemos podido asistir, en vivo y en directo y por televisión, al linchamiento público del presidente de una nación a manos de una panda de abusones. La reunión Trump/Zelenski en el Despacho Oval de la Casa Blanca, que acabó con el líder ucraniano vapuleado, humillado y maltratado por la mafia inmobiliaria neoyorquina, nos ha puesto ante las narices, y en toda su crudeza, al monstruo al que nos enfrentamos. Nos encontramos, sin duda, ante un matón que presume de ello, ante un vampiro que no muestra pudor a la hora de chuparle la sangre (en este caso las preciadas tierras raras) a un país devastado por la guerra. Ese momento en que un palmero trumpista trata de pordiosero o piojoso a Zelenski por no ponerse un traje caro, mientras el presidente yanqui le apunta con el dedo y le grita eso de “no tienes cartas para jugar”, es lo más aterrador que se ha visto en la diplomacia internacional desde que Hitler y Mussolini se retrataban dándose palmaditas en la espalda (hoy están los mismos perros con diferentes collares y Putin y Trump desempeñan el rol de aquellos viejos dictadores).

El mundo no está para bromas, ni para tuits políticamente incorrectos, ni siquiera para las alfombras rojas de Hollywood, cuya pobre cosecha cinematográfica de este año deja mucho que desear y debe poner en valor, por contraste, nuestro cine español, que cada día hace mejores películas, más maduras, más interesantes y más profundas (basta ver los Goya de este año, con los que hasta Richard Gere alucinó por la calidad de las historias producidas).

En USA, hace tiempo que la industria se entregó a relatos banales sobre estúpidos superhéroes, comedietas ligeras solo aptas para amputados emocionales y marcianitos gilipollas. La sociedad yanqui ha entrado en decadencia, el imperio se desmorona, y no solo políticamente, sino moralmente, que es todavía peor. Algo le echaron al agua, o a la cocacola, o quizá fue demasiada vaca loca para hamburguesa lo que ha terminado por convertir los cerebros yanquis en espongiformes, pero lo único cierto es que una sociedad que es capaz de colocar a semejante cacho de carne con ojos al frente del país es una sociedad clínicamente muerta. Un millonario loco se ha instalado en el poder de la primera democracia del mundo, tratando al pobre, al arruinado por la guerra, al mexicano y al negro como si fuesen una mierda. El fascismo avanza imparable y cualquier paso atrás ante el totalitarismo, ante el racismo y el odio a las libertades, supone una derrota sin paliativos. Lo que nos queda a los demócratas es plantar cara a toda esta camada de machirulos embriagados de narcisismo nacionalista salida del estercolero de Wall Street. ¿Cómo? En todas partes. El que pueda hacer que haga, que dijo Aznar, y perdonen ustedes por citar a otro bigote con ínfulas de caudillo (hoy renegado del trumpismo por pura pose).

Uno cree que si el cine es la vida, en Hollywood debe haber poca pulsión vital. Vale que ya no les dé la neurona para alcanzar la mitad de lo que hicieron los Ford, Hawks, Wilder, Lang y Hitchcock en los años dorados. Pero al menos podrían haber convertido la gala en un último grito de resistencia contra Trump. La cosa quedó bastante aguada y apolítica (sin una mala mención al linchamiento televisado de Zelenski), y solo se hizo una referencia de pasada al exterminio del pueblo palestino. En la industria hay miedo a alzar la voz contra el gorila rubio que puede dejar sin trabajo a los actores más reputados solo con bajar su pulgar neroniano. Y hay mucha mansión en Beverly Hills por pagar. Únicamente la maravillosa Daryl Hannah se atrevió a gritar “Viva Ucrania”, haciendo el gesto de la victoria. Viéndola ahora, nos acordamos de aquella turbadora replicante Pris. Quién nos iba a decir que la distopía de Blade Runner, con sus robots y magnates dirigiendo el mundo desde grandes corporaciones, se iba a hacer realidad.

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