Huye, hermano lobo, huye

Las derechas españolas, arrastradas por la ola supremacista antiecológica, votan a favor de volver a la caza del lobo en España

21 de Marzo de 2025
Actualizado a las 11:50h
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El lobo vuelve a estar en el punto de mira de los cazadores.
El lobo vuelve a estar en el punto de mira de los cazadores.

PP, Vox, Junts y PNV han dado luz verde a la caza del lobo. Una vez más, el animal más hermoso de la Península Ibérica en la diana del hombre primitivo que se ciega y se pone cachondo con el rastro de la sangre. Malditos seáis y malditas vuestras escopetas.

Fue un día triste en el Congreso de los Diputados. Triste para la naturaleza esquilmada por la mano negra del hombre, triste para quienes, durante décadas, han luchado con esfuerzo contra la extinción del lobo, triste para la humanidad. ¿Qué será lo siguiente, abrir la veda contra el astuto lince ibérico? ¿Emprendarla a balazos contra el regio oso pardo? ¿Apuntar al cielo para acabar con la bella cigüeña negra y la majestuosa águila imperial? Los ultras (y ahí incluimos ya a todas las derechas, las centralistas y las periféricas, verdugos en comandita) están imponiendo su visión depredadora y nihilista del mundo. Se llaman a sí mismos patriotas de lo suyo, de su nación (ya sea española, catalana o vasca) pero a la hora de la verdad votan en bloque contra el patrimonio ecológico de su propia tierra. ¿Qué clase de patriotas son estos que arrasan los bosques, envenenan los ríos y mares y exterminan la flora y la fauna que nos da el aire, el alimento y la vida? Insensatos, inconscientes, mamarrachos, eso es lo que son. Malditos sean y malditas sus escopetas.

Con el paso de los siglos, la estupidez humana (más la superstición religiosa), ha satanizado al lobo, convirtiéndolo en una bestia del infierno, pero aquí no hay más chupasangres que Netanyahu, que se alimenta de la carne de los niños palestinos. La fobia al lobo es otra forma de racismo. Dersu Uzala, el maravilloso personaje de Kurosawa, era un cazador racional por supervivencia, siempre hermanado con la tierra, siempre en perfecta armonía ecológica y respetando al lobo. Y el teniente John J. Dunbar entendió que su mejor amigo era el cuadrúpedo peludo Calcetines, que le condujo a los siux, y ya feliz para siempre.   

Que dejen en paz al lobo, que respeten al animal más noble, emblemático y misterioso que campa por nuestras montañas, lomas y roquedales. El lobo es el legítimo dueño y señor de esta tierra cainita llamada España. El lobo no odia a nadie, ni es rojo ni facha, ni de hunos ni de hotros. El lobo defiende su comida, su agua, su prole, su espacio vital para vivir y reproducirse. Si el sapiens, con su enfermizo afán por explotar el medio ambiente, no hubiese llenado la tierra de cemento, si no hubiese roturado, abierto carreteras y construido donde no debía, hoy el lobo estaría en su santuario de siempre, sin mezclarse con esa especie criminal que es el humano, de la que huye porque ve en sus ojos la sombra de la locura. El hombre es un lobo para el hombre, decía Hobbes (aunque la frase fuese de Plauto), pero en realidad habría que cambiar la filosófica sentencia por la de “el hombre es un hombre para el hombre”, ya que no hay animal más sanguinario y asesino, injusto y cruel, que él.

Malditos sean y malditas sus escopetas. El cazador se cree muy listo y valiente por disparar sus balas enfermas contra el lobo, pero no tiene huevos a vérselas cara a cara, cuerpo a cuerpo, en igualdad de condiciones, con un imponente ejemplar de canis lupus. Que se ponga delante del lobo solo con sus manos, que se enfrente al toro sin la espada, que desafíe al león sin el cobarde rifle, y verá lo que pasa. Quedará hecho picadillo. La vanidad del hombre solo es superada por su instinto asesino. Al menos el cazador de antaño tenía una coartada, una excusa, cazaba para comer y alimentar a sus hijos, pero el cazador posmoderno de hoy –un cacique o cayetano con dinero, poder y mucho tiempo libre–, mata lobos por deporte, por aburrimiento y por placer. También para colgar la cabeza del pobre lobo en el salón junto a la chimenea y presumir ante los amigos de las élites, racistas como él y envidiosos de la libertad y la nobleza del lobo.

Las derechas han votado matar al lobo. Para eso se ha quedado esta democracia de baja estofa. Para exterminar especies, para terminar de arruinar la naturaleza, para acabar con el Pacto Verde, para proteger el dinero de Trump y darle manga ancha al cateto de pueblo con chaqueta de pana, boina y palillo de dientes en la boca que se cree superior solo por meterle un balazo en la cabeza a un animal inocente que es más inteligente y sensible que él. ¿Qué fue la Guerra Civil sino una cacería contra rojos? Todo vuelve, queda demasiado atavismo por extirpar.

Huye, hermano lobo, huye. Corre, escapa, dale esquinazo al humano loco y genocida que no puede dejar de matar, sea lo que sea, animales, personas, el propio planeta que agoniza entre estertores de agua y fuego. Putin que abate al ucraniano, Netanyahu que se cobra piezas humanas en su coto privado de Gaza y Trump, que ha abierto la veda contra el negro y el mejicano, practican la caza mayor del hombre porque el lobo se les queda pequeño. Son como el nazi aquel de La lista de Schindler que acribillaba judíos desde su balcón del campo de exterminio. Ellos, los cazadores de la oligarquía a la que nos están arrastrando sin remedio, apuntan, mientras los Feijóo, Abascal y Puigdemont, más los vascos de Aitor el del tractor, practican el terrorismo de Estado contra el pobre lobo.

El paleto español sigue matando lobos por puro vicio y placer sin sospechar siquiera que en la mirada de ese animal único y bello se encierra una verdad cósmica, mágica, insondable. Observo cómo duerme mi perro, plácidamente enroscado, y doy gracias al cielo porque nadie pueda disparar contra él. Estamos metidos en la última guerra, la guerra de todos contra todos, también contra el lobo. Malditos sean y malditas sus escopetas.

 

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