Cristóbal Montoro fue ministro de Hacienda con Aznar y con Rajoy (en dos períodos distintos y sucesivos: el primero entre 2000 y 2004, el segundo entre 2011 y 2018, respectivamente). Y por lo visto, hizo mejores migas con el segundo de los jefes que con el primero, si tenemos en cuenta cómo lo están tratando según qué sectores y prebostes del Partido Popular ahora que el antaño todopoderoso ministro de las cuentas públicas ha caído en desgracia en medio de un inmenso escándalo sobre trato preferente y rebajas de impuestos a grandes empresas afines.
El feo asunto de Equipo Económico, que había estado oculto, tapado, enterrado durante siete años, ha terminado estallando en un juzgado de Tarragona y lo ha hecho en el peor momento para el actual PP. Feijóo había puesto el partido a toda máquina para derribar el sanchismo antes de las vacaciones a cuenta del caso Koldo y Santos Cerdán, pero ahora se encuentra con esta bomba de relojería que parece programada a propósito, desde dentro, como fuego amigo. Llama la atención este extraño misil llegado del pasado que va directamente dirigido a la línea de flotación del sector moderado marianista del partido. De hecho, el propio Rajoy ha mostrado su malestar y su sentimiento de “indefensión” porque nadie en la cúpula de Génova haya salido a romper una lanza por él, por su exministro enfangado y por la gestión política de aquel Gobierno gurteliano.
Como nada es gratuito ni casual, uno quiere ver una vendetta o ajuste de cuentas entre familias genovesas en este episodio. Y más teniendo en cuenta que el caso Montoro parte de la filtración de un misterioso correo electrónico y que Espe Aguirre, otra del sector duro que odia todo lo que huela a Rajoy, nunca olvidó la filtración de sus cuentas privadas a pocos días de unas elecciones. Demasiadas cuitas pendientes para el señor Burns del PP.
Aznar se la tenía jurada a Montoro desde hacía tiempo, concretamente desde que OK Diario publicó aquella noticia de 2016 sobre su expediente fiscal con supuestas irregularidades tributarias. El titular de Inda era demoledor: “Montoro mete una multa de 70.403 euros a Aznar y le hace pagar otros 199.052 por irregularidades fiscales a raíz de una inspección abierta en 2014”. Por aquellos días, La Vanguardia también informó de que Hacienda había abierto una inspección a Aznar por usar la sociedad Famaztella –creada en comandita con su esposa, Ana Botella– para facturar sus actividades profesionales a través del impuesto de sociedades y no del IRPF (un procedimiento habitual para escaquear impuestos). Pocas humillaciones peores ha debido sufrir Aznar a lo largo de su vida. El hombre de las armas de destrucción masiva jamás perdonó aquello y aunque nunca se encontró al filtrador de su expediente (sus peones en la sombra desataron una auténtica caza de brujas para dar con la garganta profunda), siempre se sospechó de Montoro.
Toda la operación sobre las cuentas de Aznar se hizo con una limpieza, una fineza, una frialdad y una elegancia que asustan. Como en las mejores películas sobre la mafia. Ni siquiera faltó ese momento dramático en que el padrino se desmarca de su orden de liquidar a alguien molesto o incómodo para que parezca un accidente (en su descargo, Montoro se escudó en que no podía comentar investigaciones en curso). Desde entonces, el exministro siempre ha evitado confirmar si Aznar estaba bajo la lupa por irregularidades tributarias. Sin embargo, en una conversación informal con los periodistas en los pasillos del Congreso de los Diputados, el máximo responsable de Hacienda reconoció que mantuvo una reunión con el jefe, aunque insistió en que no hablaron de impuestos, y mucho menos de meter declaraciones de renta en un cajón, solo de política. De inmediato, los partidos de la oposición exigieron una comisión parlamentaria que nunca se celebró.
De alguna manera, Aznar se sintió traicionado por la filtración de su expediente a la prensa y se juró a sí mismo que la afrenta no quedaría impune. Fue tal su cabreo que llegó a presentar una denuncia por revelación de datos personales. En su escrito, el expresidente recordaba que los archivos de la Agencia Tributaria son confidenciales y que, por tanto, no pueden ser difundidos públicamente. El dirigente popular condenó que se pusiese en duda el cumplimiento de sus obligaciones fiscales y consideró que la filtración podría ser constitutiva de dos delitos: uno de infidelidad en la custodia de documentos y otro de descubrimiento y revelación de secretos. Pero el golpe le dejó noqueado, tanto que abortó su posible vuelta a la política, una posibilidad que se rumoreaba en aquellos días convulsos en los que Rajoy estaba siendo fuertemente cuestionado como ”el blandengue o maricomplejines” de la derecha ibérica, alguien incapaz de acabar con el procés independentista catalán. La hemeroteca no deja lugar a dudas: Hacienda investigó a Aznar tras una entrevista en Antena 3 en la que el expresidente dejó la puerta abierta a su retorno triunfante. Fue en ese preciso instante cuando se filtraron sus dosieres fiscales y olvidos tributarios. Blanco y en botella.
Durante largo tiempo, Montoro estuvo en el alambre por aquel movidón en la familia genovesa. Meterse con el gran tótem o macho alfa no podía salirle gratis. El clan no perdona. Y no ha perdonado. La venganza se sirve en plato frío y hoy Aznar se regocija con los titulares de prensa que hablan de un exministro acorralado por el affaire de los despachos de influencia en su negociado. Es evidente que el caso Montoro no beneficia a Feijóo, que estaba en racha y en plena escalada en las encuestas. El gallego se había quitado complejos y ya se permitía el lujo de afearle hasta los prostíbulos a Pedro Sánchez. En medio de ese clima de euforia llega el torpedo que lo dinamita todo, la estrategia del PP, el Congreso Nacional que fue casi una refundición con la extrema derecha, el cambio de caras y cargos, en fin, para darle un último arreón al proyecto en la difícil misión de desalojar al socialista de Moncloa. Un fiasco para todos menos para Aznar, que sonríe mefistofélicamente mientras acaricia a su gato, con las uñas, en un confortable sofá de terciopelo azul.