Sigue dando que hablar el artículo de opinión de González Pons en el que se muestra como un compasivo político democristiano horrorizado con la llegada de Donald Trump al poder. Pons ha llamado “ogro naranja” al magnate neoyorquino, al tiempo que le dedica lindezas del tipo “macho alfa de una manada de gorilas” y pide clemencia para los inmigrantes, homosexuales, mujeres y minorías en general que ya han empezado a sufrir la xenófoba y machista caza de brujas del nuevo presidente norteamericano. En el fondo, todo es pura pose.
Nadie diría que este es el mismo hombre que no hace tanto calificaba al Tribunal Constitucional como “el cáncer del Estado de derecho” y que, también recientemente y ante el estupor de los eurodiputados de Bruselas, arremetía contra la ministra Ribera solo para lavarle la cara al señor del Ventorro Carlos Mazón, responsable directo de centenares de muertes durante la riada de Valencia.
¿Qué le ha pasado a Pons? ¿Se ha dado un golpe en la cabeza tras caerse del caballo, ha sufrido una súbita transformación mística, ha visto la luz de la democracia al final del túnel (como un viajero con experiencias después de la muerte) o quizá le está pudiendo el remordimiento por los pactos de su partido con la extrema derecha de Vox ahora que se cumplen ochenta años de la liberación de Auschwitz? No debemos fiarnos, ya que estamos sin duda ante un preboste popular que ha dado serias muestras de vida trumpizada en anteriores ocasiones. En primer lugar, habría que ver si su repudio de la extrema derecha es auténtico y sincero, fruto de una profunda reflexión, o solo postureo. En este país estamos demasiado acostumbrados a políticos chaqueteros que se acuestan en el centro y se levantan al extremo de la cama, tras pasar toda la noche durmiendo solo del lado derecho. El conservador español es ese ser que muta fácilmente y sin problema en la contradicción como aquel doctor Jekyll y mister Hyde de la novela de Stevenson. Una especie de Gollum que tan pronto susurra eso de “mi tesorooo”, abrazándose codiciosamente al retrato del Tío Paco vestido de espadón militar, como se declara fan de la obra de Churchill, el gran salvador de la democracia frente a la amenaza nazi durante la Segunda Guerra Mundial. En esa ambigüedad, en ese lío o gallarda mental, se han movido siempre –desde los tiempos de la Transición, cuando al patriarca Fraga se le ocurrió fundar un partido democrático con ministros de la sangrienta dictadura–, los políticos del Partido Popular.
Solo González Pons, en su fuero interno, sabe a qué obedece este giro sociata, esta aparente evolución ideológica súbita desde el facherío más recio y ultra hasta posiciones más moderadas o templadas. Es cierto que en los últimos tiempos el personaje viene dando síntomas de socialdemocracia aguda o wokismo grave. El hecho de que le haya dado por ponerse a escribir novelas con escenas subiditas de tono como Ellas ha despertado las sospechas de sus compañeros de partido, que se preguntan qué demonios le está pasando, no al probe Migué, como dice la canción, sino al bueno de Esteban. La vieja guardia nacionalcatolicista del PP aún sigue escandalizada con ese párrafo en el que el eurodiputado converso escribe: “Aquella desnudez indiferente transmitía la plenitud de una diosa madre cuyo monte de Venus hubiera encajado anoche la embestida de un guerrero lanzado al galope”. Uuummm… O ese otro pasaje que reza así: “Reposaba tan complacida como una mantis religiosa sexual, agotada después de que hubiese tragado a su amante por la vulva, haberlo digerido en el útero y finalmente haberlo vuelto a expulsar, haberlo vuelto a parir, haberlo vuelto a renacer”. Aaahhh… Leyendo estas cosas, El amante de Lady Chatterley se antoja un inocente catecismo para niños.
No ve uno a González Pons como un peligroso comunista bolivariano a la izquierda de Pablo Iglesias, tal como denuncia Espe Aguirre, pero está diciendo cosas raras, excesivamente avanzadas para la derechona hispana de hoy, siempre lastrada por la influencia represora de la Iglesia católica. Lo de calificar a Trump como “ogro naranja” y “gorila” no ha dejado indiferente a nadie en las huestes genovesas. Son ideas expresadas en un lenguaje demasiado liberal para lo que se lleva en el PP. Y más después de que haya sugerido –en ese mismo artículo titulado Una obispa así quiero yo, un elogio al rapapolvo que la sacerdotista Mariann Edgar Budde dio a Trump en plena misa– que el Vaticano debería abrirse al sacerdocio de las mujeres. A más de uno en Génova 13 ha debido darle un parraque después de escuchar semejante herejía.
Siempre resulta digno de elogio que un preboste del PP se salga del carril, de la cuerda, para moderar el fanatismo reaccionario que lleva dentro, aunque solo sea por un cuarto de hora. Pero ya no nos creemos nada de esta gente que va de demócrata para luego firmar acuerdos infames con neonazis, arriar la bandera del arco iris de los ayuntamientos y edificios oficiales y boicotear actos de memoria histórica, como las celebraciones por los cincuenta años de la muerte del dictador Franco. No es que el PP esté cayendo en el trumpismo, es que fueron ellos quienes lo inventaron en la Transición y lo siguen practicando a calzón quitado (para muestra esa política de bloqueo antisistema que se gastan y que les lleva a votar no al decreto ómnibus del Gobierno que supone mejorar las pensiones de los abuelos). De ahí que más bien nos decantemos por la posibilidad de que esta salida de madre de Pons no sea más que otra estrategia de Feijóo para no perder el centro definitivamente y tratar de aparentar que en el partido aún quedan presuntos moderados. En resumen, que el episodio no ha sido más que otro montaje o vodevil de los que suele organizar la febril factoría aznarista.
En todo caso, de ser cierta la deriva hacia el centro de Pons, no creemos nosotros que su enfermedad sea nada preocupante o incurable. Un par de cursillos de regeneración moral o terapia de familia tradicional, de esos que imparte la Conferencia Episcopal, y como nuevo. A circular otra vez, con la cabeza bien alta, por los pasillos de los congresos ultras.