Feijóo ha anunciado que va a trabajar sin descanso este verano para tener listo, de cara a septiembre, un listado de leyes “sanchistas” a derogar. Ya no cabe ninguna duda, el líder del PP sufre ese síndrome que no deja dormir a muchos y que bien podría denominarse, clínicamente, como “sanchitis”.
La sanchitis, como toda inflamación (en este caso una congestión política) puede ser aguda o crónica. Y la del dirigente gallego va a ser del segundo grupo, que es la peor. Solo así se explica que cada vez que sale ante la prensa solo tenga palabras guerracivilistas para el presidente del Gobierno. Ya apenas habla de los problemas que afectan a la nación y al mundo (que son muchos y variados), solo de Sánchez. Sánchez, Sánchez y Sánchez. La sanchitis es una especie de tartamudez del pensamiento que lleva a la repetición como un disco rayado.
Expertos politólogos ya han advertido al dirigente del PP que con ese discurso pobre le resultará difícil llegar a la Moncloa, ya que todo estadista debe articular un mensaje ilusionante de país. Un programa que explique qué va a ser de los ciudadanos, cuáles van a ser las medidas económicas y sociales para los próximos años, un algo. Y no vale con decir que se va a derogar todo el legado de este Gobierno. Hay que concretar. ¿Piensa subir las pensiones o nos va a encasquetar la mochila austríaca? ¿Va a bajar el salario mínimo interprofesional, a recortar en servicios públicos, a privatizarlo todo destruyendo el Estado de bienestar como hace el loco argentino de la motosierra? ¿Vamos hacia el despido libre? Y lo que es más importante: será Santi Abascal ese gendarme de las películas mudas de la Keystone que da caña al inmigrante, al pobre y al huelguista izquierdoso. Sin embargo, ni una palabra, Alberto debe tener una agenda secreta y pasa palabra ante lo más importante y fundamental de la política, que es explicarle el proyecto a sus paisanos.
La sanchitis es ese curioso trastorno emocional que lleva a pensar que cada cosa cotidiana que sucede (desde la inflación hasta que se te queme el arroz de la paella, desde el cambio climático hasta la goleada encajada por tu equipo favorito) es culpa de Pedro Sánchez. La sanchitis no es contagiosa, pero sí altamente mediática. Se transmite por redes sociales, tertulias televisivas, digitales de la caverna y grupos de WhatsApp con muchos emojis rabiosos soltando fuego por los ojos. Además, lleva a quien la padece a despertar súbitamente por la noche, entre espasmos sudorosos, gritando cosas raras como “¡Me gusta la fruta!”, en plan Ayuso. También produce alucinaciones visuales selectivas que llevan a percibir solo la corrupción del PSOE, pero no el caso Montoro.
En los últimos tiempos, como consecuencia de la crispación polarizante y los discursos ultras, se están imponiendo nuevos trastornos, mayormente entre la población conservadora. Es el caso de la “impuestofobia”, un miedo irracional a cualquier palabra que empiece por “IVA”, “IRPF” o “cotización”. Se trata de una especie de alergia que padece el individuo cada primavera ante la declaración de la renta, así como una tendencia a mirar a Suiza con cariño. La sufren mayormente ácratas, cayetanos, trumpistas y algún que otro joven influencer que ha hecho pasta con los videojuegos y va mucho por Andorra.
También se está extendiendo la “crisifobia”, que lleva a quien la sufre a creer que España se hunde o se rompe por momentos. “¡Esto con Franco no pasaba!”, suelen decir con el cubata en la mano. Y luego está la “patriofilia”, cuando el paciente cree que todos son menos españoles que él. Este trastorno se manifiesta cuando al afectado le sale una pulsera rojigualda en la muñeca, cuando canta el himno nacional en la ducha o cuando participa en cacerías de inmigrantes en Torre Pacheco, el deporte de moda. De los exámenes clínicos practicados se desprende que las víctimas también muestran una obsesión desmesurada por que se celebren elecciones generales cada fin de semana hasta que ganen los suyos, lo cual genera gran ansiedad, frustración y hasta cuadros de profunda depresión. Quienes llegan a esta situación límite suelen paliar su desgracia con sesiones musicales en vena de José Manuel Soto, Miguel Bosé y Bertín Osborne. O distrayéndose con corridas de toros y programas dobles de Cine de Barrio.
En determinados momentos, a Feijóo le asaltan pequeños brotes o abscesos de estas filias y fobias, pero ya decimos que su principal problema ahora, el más acuciante desde el punto de vista freudiano, es la sanchitis. No se trata de una afección mortal, pero un ataque de sanchitis, con un subidón de odio irrefrenable y visceral hacia el presidente del Gobierno, puede volverse en contra de uno mismo y degenerar en una úlcera de caballo o algo peor, y no es plan. Lo que sí se sabe es que la sanchitis lleva a quien la sufre a perder la noción de la realidad. Como cuando Feijóo dice eso de que “vamos salir de esta juntos y vamos a prosperar”, como si todos estuviésemos viviendo en una chabola etíope. Uno mira a su alrededor y ve las terrazas y restaurantes llenos; uno consulta la EPA y constata que hay más trabajadores empleados que nunca; uno no ve que esto sea la España de posguerra con todo un país pasando hambre, ese retrato catastrofista que a menudo suelen dibujar PP y Vox.
De momento, no hay remedio o cura para este mal, la sanchitis, que empieza a propagarse de forma preocupante en la derecha española. Pero los científicos están investigando y conviene no perder la esperanza. A falta de medicina, buenas dosis de moderación. Y mucha tila.